Dios hace la guerra con las palabras del Evangelio

A través de la enseñanza, Dios hace milagros más grandes que la multiplicación de los panes, o la liberación de los endemoniados, o incluso la resurrección de Lázaro. Él rompe nuestra oscuridad engañosa.

La iglesia de Jesús, cerca y lejos, en casa y en el extranjero, está en una campaña global contra las puertas del infierno. En dependencia de Dios, y por el poder de nuestro Cristo omnipotente (Mt 28:18), asaltamos el «dominio de las tinieblas» y llevamos a los cautivos a un lugar seguro (Col 1:13). Nos acercamos a los sonámbulos espirituales y les decimos: «Despierta, tú que duermes, Y levántate de entre los muertos, Y te alumbrará Cristo» (Efesios 5:14). Irrumpimos en la casa del hombre fuerte, todavía atado por el Más Fuerte, y «saqueamos sus bienes» (Mr 3:27). Podríamos imaginar que, ante semejante cometido, Dios dotaría a Su iglesia de unas armas espectaculares. Pero, sorprendentemente, nos unimos a Jesús en la destrucción de las obras del diablo, no principalmente expulsando demonios, ni haciendo milagros, ni participando en encuentros de poder, sino enseñando la verdad. «Vayan, pues, y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que les he mandado; y ¡recuerden! Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28:19-20).

Las misiones como una guerra de enseñanza

La enseñanza puede parecer un arma endeble para esgrimir contra el diablo. ¿Acaso los caballeros matan a los dragones mediante la persuasión? Pero en manos de Dios, la enseñanza fiel deshace uno de los planes favoritos del diablo, tan antiguo como el Edén y tan sutil como esa antigua serpiente: la falsa enseñanza. Como observa Andy Naselli en The Serpent and the Serpent Slayer [La serpiente y el cazador], el diablo actúa a veces con una oposición obvia y espectacular, y otras veces con una astucia oculta y poco espectacular. O bien, a veces actúa como un dragón, y a veces como una serpiente (Ap 12:9). Como dragón, devora; como serpiente, engaña. Como dragón, persigue y oprime; como serpiente, seduce y atrapa. Como dragón, respira fuego; como serpiente, susurra falsedad. Y entre los dos, la serpiente puede ser la más mortífera. En el Edén, Satanás podría haber aterrorizado a Eva con sus colmillos; en cambio, la engañó y mintió con su lengua, con su enseñanza (Gn 3:4-5). Y así lo sigue haciendo (Jn 8:44). La falsa enseñanza hizo caer al mundo, y la falsa enseñanza lo mantiene en la opresión. Así, en cada etapa del avance del reino, desde Jesús hasta Sus apóstoles y la iglesia, la mentira del jardín muere por la verdad del Evangelio. La enseñanza recupera el mundo.

La enseñanza instaura el Reino

Durante Su ministerio, Jesús hizo algo más que enseñar: sanó, obró maravillas y expulsó legiones de demonios. Atacó el dominio del diablo tanto con la mano derecha como con la izquierda. Pero la enseñanza fue el ataque principal. Tras Su bautismo y las tentaciones en el desierto, Su ministerio público comenzó cuando vino a Galilea, proclamando el evangelio de Dios (Mr 1:15). De hecho, el Espíritu lo ungió «para anunciar el evangelio a los pobres» (Lc 4:18), una misión que siempre estuvo en Su mente: «Debo anunciar las buenas nuevas del reino de Dios, porque para esto Yo he sido enviado» (Lc 4:43). Predicar y enseñar era «su costumbre» (Mr 10:1), lo que hacía «por todas las ciudades y aldeas» (Mt 9:35). «Me llamáis Maestro», dijo a sus discípulos, «y tenéis razón, porque lo soy» (Jn 13:13). Las sanidades, los prodigios, la autoridad espiritual… todo ello apuntaba a Sus palabras, que anunciaban el reino y transmitían el evangelio. De hecho, sin abrazar Sus enseñanzas, las almas de los antiguos endemoniados no hacían más que vaciarse y barrerse, invitando a entrar en peores tinieblas (Mt 12:45). Sólo «la verdad os hará libres» (Juan 8:31-32), dijo Jesús a algunos aspirantes a discípulos. Y así lo enseñó.

La enseñanza difunde el reino

Los apóstoles no estaban confundidos sobre lo que significaba llevar a cabo la misión de su Maestro resucitado. El libro de los Hechos registra la expulsión de muchos demonios, la realización de maravillas y la curación de enfermedades, pero el énfasis recae de nuevo en la enseñanza, o, en el amplio vocabulario de Lucas, en la anunciación (Hch 4:2), la predicación (Hch 8:4), la discusión (Hch 9:29), el hablar (Hch 16:13), el razonamiento (Hch 17:2), la proclamación (Hch 17:3), la persuasión (Hch 18:4) y la explicación (Hch 18:26). Los apóstoles, al igual que Jesús, mostraron el reino tanto de palabra como de obra, pero tenían claro que las obras estaban al servicio de las palabras (Hch 3:11-16). En última instancia, fue la enseñanza de los apóstoles, impulsada por el Espíritu, la que transformó los corazones, derribó ídolos, salvó a los pecadores y fundó iglesias. Por eso, fue una vergüenza para el diablo, pero una gloria para los apóstoles, oír al consejo de Jerusalén quejarse: «Han llenado a Jerusalén con sus enseñanzas» (Hch 5:28). Y más que Jerusalén. Al final del libro, la enseñanza había salido de Judea, corría por Samaria y empezaba a llegar «hasta los confines de la tierra» (Hch 1:8), liberando a los cautivos por el camino. El último versículo muestra a Pablo en Roma, ¿haciendo qué? «Enseñando todo lo concerniente al Señor Jesucristo» (Hch 28:31).

La enseñanza hace crecer el reino y lo protege

Cuando la era de los apóstoles terminó, la misión contra las tinieblas espirituales no lo hizo. Y como era de esperar, el apóstol Pablo situó la enseñanza en el centro del avance constante de la iglesia. No sólo encargó a Timoteo, su hijo espiritual, que se dedicara a la enseñanza (1Ti 4:11, 13; 6:2; 2Ti 4:2), sino que se esforzó por crear un legado de maestros: «lo que has oído de mí en la presencia de muchos testigos, eso encarga a hombres fieles que sean capaces de enseñar también a otros» (2Ti 2:2). Pase lo que pase, Timoteo, asegúrate de que la iglesia siga enseñando. Al enseñar la verdad, los ancianos de la iglesia, y, bajo ellos, cada miembro (Col 3:16), proclaman el evangelio y reúnen a los nuevos creyentes; también protegen el evangelio y guardan a los creyentes de la amenaza siempre presente del engaño de la serpiente, incluyendo lo que Pablo llama «doctrinas de demonios» (1Ti 4:1). Dichas enseñanzas son a veces permisivas, complaciendo los oídos y adecuándose a las pasiones (2Ti 4:3), y a veces restrictivas, prohibiendo el matrimonio y prohibiendo los alimentos (1Ti 4:3), pero siempre son falsas y siempre son mortales. Y así, la iglesia enseña y enseña y enseña, confiando en que a través de la enseñanza, Dios hará crecer y guardará Su reino en tierras que antes eran gobernadas por la mentira.

Dios da poder a la enseñanza

En la superficie, la enseñanza cristiana puede parecer ordinaria, tan ordinaria como Jesús contando parábolas junto al mar, o Pablo razonando con algunos judíos de Tesalónica, o Timoteo desenrollando el rollo para predicar de nuevo. Pero a través de las palabras y frases ordinarias de la fiel enseñanza cristiana, Dios hace maravillas. Cuando el Señor Jesús resucitado le dijo a Pablo que fuera a enseñar, también le dijo el efecto que tendría su enseñanza: «Yo te envío, para que les abras sus ojos a fin de que se conviertan de las tinieblas a la luz, y del dominio de Satanás a Dios, para que reciban, por la fe en Mí, el perdón de pecados y herencia entre los que han sido santificados» (Hch 26:17-18). A través de la enseñanza, Dios hace milagros más grandes que la multiplicación de los panes, o la liberación de los endemoniados, o incluso la resurrección de Lázaro. Él rompe nuestra oscuridad engañosa. Perdona nuestros innumerables pecados. Y libera a Su pueblo del poder de Satanás, esa serpiente de la falsa enseñanza y la lengua viperina, y nos gana para sí. Por eso, en la lucha global de la Iglesia contra las puertas del infierno, las palabras son nuestras mejores armas. Este artículo se publicó originalmente en inglés en: https://www.desiringgod.org/articles/god-makes-war-with-words

Scott Hubbard

Scott Hubbard se graduó de Bethlehem College & Seminary. Es editor de desiringGod.org. Él y su esposa, Bethany, viven en Minneapolis.

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