Agustín habría sido una gran madre. Aunque era un hombre (y, por tanto, estaba descalificado), y aunque vivió hace más de quince siglos, aprendió a conquistar el tipo de ídolos que todavía se cuelan en la maternidad hoy en día. Sus «Confesiones» lo muestran como un buen consejero para las madres inquietas y con tentaciones. Antes de llegar a la fe en Cristo, era una especie de playboy. Vivió una juventud salvaje, deleitándose con los ídolos de la vida: el sexo, el alcohol, el conocimiento, la pereza e incluso el robo. Pero Dios lo rescató, primero a través de una conversación con el famoso obispo Ambrosio, y luego, de forma más dramática, a través de la palabra viva y que respira. Conociendo la tentación de la idolatría, habiendo buscado implacablemente, incluso temerariamente, la vida y el placer, Agustín anima a las madres (y a todos los demás) en nuestra batalla contra la tentación: ¡Qué caminos tan tortuosos! ¡Qué temible destino el del alma temeraria (Is. 3:9) que alimentó la esperanza de que, después de alejarse de ti, encontraría algo mejor! Girando de un lado a otro, de espaldas, de lado, boca abajo, todas las posiciones son incómodas. Sólo tú eres el reposo. Estás presente, liberándonos de miserables errores, y nos pones en tu camino, trayendo consuelo y diciendo: «Corre, yo te llevaré, y te veré hasta el final, y allí te llevaré» (cf. Is. 46:4). Como dice Agustín, Dios nos libra de nosotros mismos, de nuestros miserables errores. Aunque nuestra naturaleza pecaminosa nos lleva a adorar otras cosas Dios hizo un camino para redimir nuestros corazones de vuelta a Él, nuestro primer amor, mediante la muerte de su Hijo.
Cinco ídolos comunes
La maternidad trae consigo tentaciones únicas hacia la idolatría: poner nuestra esperanza y nuestro corazón en alguien o en algo que no sea Dios. Al principio de la maternidad, a menudo murmuraba: «Si mi hijo durmiera por la noche, sería una mejor madre». Con el tiempo, durmió toda la noche. Entonces mi «si» se convirtió en: «Si pudiera tener tiempo para mí durante el día, sería una madre más feliz». Aunque no nos inclinemos ante ídolos de madera, piedra o metal, como muchos han hecho, a nuestra manera, también lo hacemos: ante los hijos, ante el éxito, ante la comodidad, ante el control, ante la aprobación. Para ser honesta, he tenido muchos «si solo» en mi vida como madre; circunstancias, sueños y placeres que pensé que resolverían mis problemas y harían la vida mejor. Pero si ponemos nuestra esperanza en estos anhelos, nuestros «si solo» pueden convertirse sutilmente en idolatría. El Señor declara: “Mi pueblo ha cambiado su gloria por lo que no aprovecha. Espantaos, oh cielos, por esto, y temblad, quedad en extremo desolados […] dos males ha hecho mi pueblo: me han abandonado a mí, fuente de aguas vivas, y han cavado para sí cisternas, cisternas agrietadas que no retienen el agua” (Jer. 2:11-13). Mamá cansada, ¿Dónde estás buscando agua? ¿Has encontrado la fuente, o estás cavando desesperadamente en otra parte?
1. Niños
Los niños son un don precioso del Señor. Pero como todos los buenos regalos, podemos convertir a los niños en ídolos que adoramos. Podemos considerar que tener un hijo propio es lo que hará que nuestra vida sea plena y completa. Puede que encontremos nuestro sentido y nuestro propósito en la maternidad, hasta el punto que, cuando nuestros hijos abandonan el nido nos quedamos sin anclaje, sin propósito. Incluso podemos tratar de vivir a través de nuestros hijos intentando compensar los fallos de nuestra propia infancia. De todas estas maneras y más, nuestros propios hijos se convierten en ídolos que adoramos. Al adorar a nuestros hijos, olvidamos que nuestra identidad y propósito se encuentran en quiénes somos como portadores de la imagen de Dios. Él nos formó y nos hizo por amor de su nombre (Is. 43:7), y nos llama a hacer todo lo que hacemos, hasta los detalles más pequeños y mundanos de la maternidad, para glorificarlo (1 Co. 10:31).
2. Éxito
Como madres, a menudo esperamos que nuestro éxito como tales dé sentido a nuestras vidas. Ponemos nuestra esperanza en el comportamiento de nuestros hijos, en lo bien que juegan o actúan, en lo que alcanzan en la escuela o en su aspecto. Buscamos que la crianza de los hijos sea correcta y buscamos métodos de crianza que nos ayuden a tener éxito. Cuando adoramos el éxito de la crianza, nuestros hijos se convierten en medallas. Los exponemos a la vista de todos. El éxito de nuestros hijos en la vida señala nuestro éxito como madres y, en última instancia, promete dar valor a nuestra vida. Sin embargo, las Escrituras nos enseñan que nuestro valor no se encuentra en lo que hacemos, sino en lo que Cristo es para nosotras: “Pero por obra Suya están ustedes en Cristo Jesús, el cual se hizo para nosotros sabiduría de Dios, y justificación, santificación y redención, para que, tal como está escrito: «El que se gloría, que se gloríe en el Señor»” (1 Co. 1:30-31).
3. Comodidad
El estrés y los retos de la maternidad a menudo nos hacen buscar alivio. Puede que esperemos la hora de la siesta de nuestro hijo, o su hora de acostarse al final del día, donde podemos encontrar tiempo para nosotras mismas. Puede que busquemos consuelo en la comida, en ver nuestra serie favorita o en las redes sociales. Buscamos las comodidades y los placeres de la vida como algo que nos merecemos después de un largo y loco día de rabietas de los niños, peleas entre hermanos y limpieza del desorden constante. Esas comodidades se convierten en cosas que necesitamos. Nos adormecen y nos distraen de las duras realidades de nuestros días. Se convierten en nuestro objeto de felicidad. Al perseguir el ídolo de la comodidad, nos perdemos el más dulce consuelo y alivio, que se encuentra sólo en la presencia del Señor. «En tu presencia hay plenitud de gozo», escribe el rey David, «en tu diestra, deleites para siempre» (Sal. 16:11).
4. Control
Las madres, como cualquier otra persona, podemos cultivar un intenso deseo que las cosas vayan de acuerdo con nuestra voluntad y nuestros planes, sólo para ser atormentadas por las miles de maneras en que esos planes se desmoronan. Si idolatramos el control, haremos lo que sea necesario para manejar y gobernar nuestra vida. Nos disgusta el caos y el desorden. No saber lo que va a ocurrir a continuación nos pone en tensión. Cuando adoramos el ídolo del control, a menudo nos encontramos llenos de preocupaciones. Nos quedamos despiertos por la noche tratando de anticipar lo que va a pasar a continuación y desarrollando estrategias para manejarlo. Vivimos según nuestras listas de tareas, reglas personales, rutinas, planes y estrategias. Al adorar el control, buscamos nuestra esperanza y seguridad en el control de nuestra vida y la de nuestros hijos. Olvidamos que Dios gobierna y reina sobre todas las cosas, incluyendo nuestros horarios, listas y planes: «La mente de [una madre] planea su camino, pero el Señor dirige sus pasos» (Paraf. Prov. 16:9).
5. Aprobación
El ídolo de la aprobación implica un anhelo de ser aceptado por los demás. Proviene de la creencia de que debemos ser amados o aceptados para que nuestra vida sea importante. Cuando la gente nos afirma, nos sentimos bien. Nos sentimos a gusto. Pertenecemos y somos importantes. Pero cuando la gente no nos muestra su aprobación, nos sentimos desolados. Nos sentimos vacíos y sin sentido. Como madres, buscamos la aprobación de nuestros hijos en su gratitud y afecto. También buscamos la aprobación de los demás: en sus elogios a nuestra forma de criar o en su admiración por nuestros hijos. Dado que nuestro significado y nuestro valor están ligados a lo que piensan los demás, es una montaña rusa de identidad. Nuestro valor como persona sube y baja en función de los pensamientos de los demás. La Biblia llama a esto miedo al hombre y advierte: «El temor al hombre es un lazo, pero el que confía en el Señor estará seguro» (Prov. 29:25).
Sólo en cristo
Mamás, esas cosas a las que recurren para vivir y tener esperanza sólo les proporcionarán una satisfacción temporal. No pueden llenarte. No pueden completarte. No pueden darte el significado, el propósito y la importancia que buscas. Sólo lo encontrarás en Cristo. No tenemos que adorar dioses falsos y cosas creadas. Hemos sido liberadas de la esclavitud del pecado y ahora somos libres para adorar a nuestro Creador. A través de Cristo, estamos capacitadas cada vez más para amarlo y atesorarlo por encima de todas las cosas; para ser madres en su fuerza, por su gracia, y para su gloria. Pasaremos la eternidad disfrutando de Él por lo que es y lo que ha hecho, incluyendo lo que ha hecho en y a través de nosotras como madres.
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