Recientemente recibimos un correo muy doloroso de un hombre en Inglaterra. Aquí está: “Pastor John, ¿cómo puedo perdonar a mis padres? He sido cristiano por diecisiete años pero lucho con perdonar a mis padres por el abuso que sufrí en mi infancia. Sé que el Señor enseña el perdón así como muchos otros pasajes de la Biblia. Puedo perdonar otras injusticias y pecados en mi contra, pero lucho demasiado con los recuerdos de mi infancia. Mi mente se llena de resentimiento.
“No solo la Biblia enseña el perdón sino que también dice que debo honrar a mis padres. Me siento un fracaso como cristiano. Tengo 47 años con una familia propia y siento a veces tal resentimiento que se convierte en odio e ira hacia mis padres por el abuso físico y mental que sufrí de su parte. Por favor, ayúdame a entender cómo puedo obtener paz en este tema y tratar de perdonarlos. Hablo de un perdón duradero y no de uno que resurge al primer recuerdo”.
Perdona las deudas
Tengo tres sugerencias prácticas basadas en la Escritura, pero antes, permíteme decir lo tremendamente crucial que este tema me parece. Estoy muy, muy contento por esta pregunta. Jesús enseñó que un corazón que no perdona es un corazón que no ha sido perdonado. Permíteme repetirlo: Jesús enseñó que un corazón que no perdona es un corazón que no ha sido perdonado.
“Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores” (Mateo 6:12). De la misma manera. Y continúa con esto: “Porque si ustedes perdonan a los hombres sus transgresiones, también su Padre celestial les perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los hombres, tampoco su Padre les perdonará a ustedes sus transgresiones” (Mateo 6:14-15). Luego, si recuerdas Mateo 18, Jesús narra ahí la parábola del siervo que no perdonó; el punto es el mismo. Lo digo para aclarar que esto es serio.
Aquí están mis tres sugerencias.
1. El Señor te ha perdonado a ti
En primer lugar, Colosenses 3:13 dice: “Perdonándose unos a otros […]. Como Cristo los perdonó, así también háganlo ustedes”. En otras palabras, la habilidad y la voluntad para perdonar nacen de la raíz de ser uno mismo perdonado. ¿Qué tan asombroso, qué tan precioso, qué tan humilde te hace sentir ser perdonado? En otras palabras, si has sido perdonado, ¿qué tan asombrado estás de haber recibido ese perdón?
Permíteme utilizar una ilustración. Imagina que estás traicionando a un rey bueno y misericordioso. En tu maldad, planeas asesinar al rey. Y él es un buen rey. Él no ha hecho nada para merecer esto; tú simplemente no quieres someterte a él. Cavas un túnel debajo del castillo y comienzas a rellenarlo con dinamita. Él se entera de tu traición y, el día en que planeas hacer explotar el túnel para asesinarlo, él te sigue hasta el túnel.
Tú enciendes la mecha de la dinamita, pero, al correr para tratar de evitar la explosión, caes y se abre una arteria en tu pierna. Es un sangrado serio. Mientras tratas de cojear hasta la salida, comienzas a sentirte mareado y terminas colapsado. El rey te ve y, en lugar de correr para salvarse a sí mismo, te levanta y te lleva en brazos hasta la salida. Antes de alcanzarla, la explosión derrumba uno de los soportes del túnel, este se colapsa y mata al rey justo en el momento en que te empuja a salvo hacia la salida.
Te encuentras allí, de pie, libre, con un torniquete en tu pierna mientras que el rey yace muerto tras haber salvado tu vida. Te envuelve la adrenalina de estar vivo y, al mismo tiempo, un sentido de culpa por lo que has hecho. Mi pregunta es: En ese momento de tu vida cuando piensas: Estoy libre, ¿qué cosa terrible he hecho?, en ese momento, ¿cómo te sentirías hacia tus padres?
Mi propia experiencia me enseña que, en esos momentos de adoración cuando me siento más culpable por el horror de mi propio pecado contra Dios y contra Jesús y cuando más maravillado me siento por mi propio perdón y cuando más sorprendido me siento por la magnitud del sufrimiento de Jesús que costó ese perdón, en esos momentos es mucho menos probable que sienta rencor contra de aquellos que me han hecho mal.
Simplemente no encaja. No puedo hacerlo. No puedo revolverme en sentimientos de venganza y al mismo tiempo celebrar que soy perdonado. No puedo; no funciona. Mi sugerencia es meditar a profundidad por un largo tiempo sobre el costo, la esperanza, la hermosura y la maravilla asombrosa que es ser perdonado al precio de la vida de Cristo. Esa es mi primera sugerencia.
2. Aquel que juzga con justicia
Mi segunda sugerencia viene de mi devocional personal de ayer por la mañana. Esta es precisamente la pregunta que tenía en mente mientras leía el texto. Estaba en el juicio de Jesús. El sumo sacerdote le preguntó: “¿Eres Tú el Cristo, el Hijo del Bendito?” (Marcos 14:61). Entonces Jesús contesta: “‘Yo soy; y verán al Hijo del Hombre sentado a la diestra del Poder y viniendo con las nubes del cielo’. Entonces el sumo sacerdote, rasgando sus ropas, dijo: ‘¿Qué necesidad tenemos de más testigos? Han oído la blasfemia; ¿qué les parece?’. Y todos lo condenaron, diciendo que era digno de muerte” (Marcos 14:62-64).
Luego, encontramos estas palabras: “Y algunos comenzaron a escupir a Jesús, le cubrían el rostro y le daban puñetazos, y le decían: ‘¡Profetiza!’. También los guardias lo recibieron a bofetadas” (Marcos 14:65). Hice una pausa y me hallaba al borde de las lágrimas. Esto normalmente no sucede cuando estoy a solas. Pero ayer estaba al borde de las lágrimas y dije: “¿Cómo pudo no responder? ¿Cómo pudo no responder?”. Yo me enojo tanto cuando la gente me hace cosas malas que quiero responder inmediatamente.
¿Cómo pudo no hacerlo? Esta fue una pregunta real en la iglesia primitiva. ¿Cómo pudo no hacerlo? Pedro ofreció una respuesta:
Porque para este propósito han sido llamados, pues también Cristo sufrió por ustedes, dejándoles ejemplo para que sigan Sus pasos, el cual no cometió pecado, ni engaño alguno se halló en Su boca; y quien cuando lo ultrajaban, no respondía ultrajando. Cuando padecía, no amenazaba, sino que se encomendaba a Aquel que juzga con justicia (1 Pedro 2:21-23).
En otras palabras, aun cuando se alza tu sentimiento judicial y demanda que se haga justicia por el mal que te han hecho, puedes diferir eso al juez que juzga con justicia. No tienes que cargar con el terrible peso de convertirte en juez y vengador. Puedes confiar en que se hará justicia. El castigo será efectuado en el infierno, o habrá sido pagado en la cruz. O el pecador lo lleva o Cristo lo lleva. No puedes mejorar la justicia de Dios ni en la crucifixión ni en el infierno. Así que déjalo ir. Déjalo ir. “‘Mía es la venganza, Yo pagaré’, dice el Señor” (Romanos 12:19).
3. La amargura nos lastima a nosotros más
Esta es mi tercera sugerencia: Medita en la verdad de que un espíritu de falta de perdón te lastima más a ti más que a cualquiera. No te hace ningún bien; de hecho, te lastima mucho a ti y deja a los demás intactos. Podrías decir: “He escuchado ese tipo de argumento antes. Sencillamente no tiene poder. Decirme que las emociones que se levantan en mí no me hacen bien es un argumento sin poder. Piper, es un argumento inútil”. Mi respuesta sería: “Jesús no pensaba que fuera inútil”.
Debes tener cuidado, porque Él utilizó precisamente ese argumento contra el pecado de la ansiedad, un pecado que, como el resentimiento, tiene el poder de surgir con fuerza en nosotros. Él dijo en Mateo 6:27: “¿Quién de ustedes, por ansioso que esté, puede añadir una hora al curso de su vida?”. En otras palabras, no te sirve de nada estar ansioso. No te hace ningún bien.
Si le respondes a Jesús con estas palabras: “Ese es un argumento inútil”, ay de ti. No le hables a Jesús de esa manera. Él sabe lo que hace. Es un argumento útil. No lo deseches. Pídele a Dios que lo vuelva poderoso: “Esta actitud no me está ayudando; me está lastimando. Dios, utiliza este consejo para arrebatarle el poder al resentimiento”.
Esas fueron mis tres estrategias que Dios nos da para sobreponernos a los efectos destructivos del resentimiento y la amargura:
- Asómbrate por tu propio perdón, su magnitud y lo que costó.
- Permite que el juez sabio arregle tus cuentas por ti para que no tengas que llevar esa terrible carga.
- Medita en que un espíritu de falta de perdón te lastima más a ti más que a cualquiera.