¿Cómo puedo animar sin adular?

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PRESENTADOR:

El tema de hoy toca un aspecto específico de las relaciones interpersonales: ¿cómo podemos animarnos unos a otros auténticamente sin adulación, lo cual es pecado? Esta pregunta es de Sarah, una oyente que nos escribe lo siguiente: “Hola, pastor John. ¿Puede explicarme la diferencia entre adular y animar a otros? Estamos llamados a animarnos mutuamente, pero también a no inflar el ego de otros. ¿Cómo puedo saber cuál es cuál?”.

JOHN PIPER:

La adulación es real. No siempre es bueno obtener algo, por eso existe la palabra “codicia”, ¿cierto? No siempre es bueno dar, por eso existe la palabra “soborno”. Elogiar, ya sea dar o recibir elogios, puede no ser bueno, por eso existe la palabra “adulación”.

La adulación en las Escrituras

La palabra griega kolakeias, aparece una vez en el Nuevo Testamento y es traducida “palabras lisonjeras”. Pablo está defendiendo su ministerio a los tesalonicenses, y dice: “nunca fuimos a ustedes con palabras lisonjeras, ni con pretexto para sacar provecho. Dios es testigo. Tampoco buscamos gloria de los hombres, ni de ustedes ni de otros” (1 Tesalonicenses 2:5-6). Y creo que es muy importante notar que esa referencia a la adulación aparezca antes de la frase “sacar provecho”. En otras palabras, estás llegando al corazón del significado de la adulación cuando piensas: “Quiero algo de ti”.

La idea de la adulación está presente también en Judas versículo 16, donde Judas acusa a ciertos hombres de admirar a las personas “para obtener beneficio”. Esa es la idea: se admira y se dicen cosas bonitas de alguien para sacar provecho propio.

Ahora bien, se dice mucho más sobre la adulación en el Antiguo Testamento que en el Nuevo. La palabra “adulación” se basa en la palabra hebrea que significa “ser suave” o “resbaladizo”. Entonces, una persona que adula está suavizando y acariciando. “Los labios de la extraña destilan miel, y su lengua es más suave que el aceite” (Proverbios 5:3). “Con sus palabras persuasivas lo atrae, lo seduce con sus labios lisonjeros” (Proverbios 7:21). Las afirmaciones más generales sobre la adulación y sus efectos destructivos están en Proverbios 26:28: “la boca lisonjera causa ruina”, y Proverbios 29:5: “El hombre que adula a su prójimo tiende una red ante sus pasos”.

Adulación vs. elogio

Entonces, la pregunta clave es: ¿cómo podemos celebrar o alabar las cosas buenas de los demás sin tenderles una trampa ni provocar su ruina? Creo que la clave está en tener presente la diferencia esencial entre el buen elogio y la mala adulación.

La adulación es mala porque es calculada. Se da con el propósito de obtener un beneficio (Judas 16). La adulación puede ser verdadera o falsa. A veces la gente piensa que tiene que ver con que sea verdad o no. Ese no es el punto. Puedes estar diciendo algo verdadero sobre alguien, y aun así puede ser un adulador. La pregunta es si tus palabras están calculadas para lograr algún propósito que no esté arraigado en el auténtico y espontáneo placer que sentimos por la virtud que elogiamos.

En otras palabras, la clave del elogio genuino y no adulador es que es el desbordamiento de un auténtico placer por lo que observamos en la otra persona. Es lo contrario a calcular; es espontáneo. C.S. Lewis —en una de mis citas favoritas— dice: “Nos deleitamos alabando lo que disfrutamos porque la alabanza no solo expresa sino que completa el disfrute. Es su consumación” (Reflections on the Psalms [Reflexiones sobre los Salmos], 111). Sí, exactamente.

Pero la adulación no surge de un placer sincero por lo que se alaba. Es algo externo y manipulador. Es provocado por otro beneficio que esperamos obtener a través de la adulación, no por el beneficio que obtuvimos solamente de la bondad, virtud, belleza o logro de la persona. Por tanto, la adulación es una forma de hipocresía. Tratamos de dar la impresión de que estamos siendo movidos por un deleite espontáneo en algo que admiramos, pero en realidad no estamos siendo movidos por una admiración espontánea. Estamos siendo calculadores; estamos deseando usar la alabanza para conseguir algo. Y creo que la frase “usar la alabanza” me produce náuseas. Ir a Dios y usar la alabanza. Qué horrible. Es una manera terrible de pensar, y es bastante frecuente hoy en día.

Mantener la autenticidad del elogio

Esta realidad plantea la pregunta de si es apropiado “usar el elogio” como medio para provocar comportamientos en los hijos, empleados o amigos. ¿No implica eso algún tipo de uso calculado del elogio con segundas intenciones? Es una pregunta difícil de responder.

Creo que la respuesta es algo así: si el elogio puede seguir siendo una expresión de placer auténtico y espontáneo por algún bien que hayamos observado, y si nuestro objetivo es que el niño o el amigo tengan más de ese comportamiento, no por el elogio en sí, sino porque es intrínsecamente bello y honra a Dios, entonces es legítimo esperar que nuestro elogio produzca más buen comportamiento. Pero, en general, creo que es peligroso pensar en nuestros elogios a los demás —incluidos nuestros hijos— en términos utilitarios.

Con el tiempo, los niños se darán cuenta. Dirán: “No creo que a papá le haya gustado lo que acabo de hacer. Solo quiere que yo haga algo”. Si pensamos que nuestros elogios provocarán los comportamientos que deseamos, los niños se darán cuenta. Eso no será auténtico. Los padres pensarán como manipuladores psicológicamente entrenados. Es mucho mejor ser el tipo de persona —el tipo de padre— que ve la virtud dada por Dios o los logros dados por Dios, y se siente tan auténticamente conmovido por la admiración y la alegría que se derrama en elogios.

Y, por supuesto, eso tendrá efectos maravillosos en nuestras relaciones y en el comportamiento futuro de nuestros hijos y de los demás. Pero si empezamos a dar importancia a la dimensión utilitaria de la alabanza —como se hace hoy en día—, dejará de ser auténtica y, a la larga, creo que será contraproducente.

Evidencias de gracia

Quisiera concluir con un último consejo. Tengo amigos que me han enseñado que una buena manera de pensar en nuestro elogio a otras personas es llamar la atención —disfrutar espontáneamente y así llamar la atención— sobre las “evidencias de la gracia de Dios”. Esa frase es bastante común en algunos círculos, y creo que es buena. Si creemos que en los seres humanos pecadores toda virtud procede en última instancia de Dios, lo cual es así, entonces toda alabanza de la verdadera virtud, de los verdaderos logros o de cualquier rasgo bello que veamos será concebida como una honra a Dios, no solo al hombre.

Por tanto, es bueno que en una familia, en una iglesia y entre amigos llamemos habitualmente la atención sobre las evidencias de la gracia en la vida de los demás, que digamos a nuestros hijos de una docena de maneras —y no tenemos que ser mecánicos al respecto—: “Me encanta lo que Dios está haciendo en tu vida”. “Qué bien que compartieras tus juguetes con Jimmy”. Los niños no van a pensar: “Oh, papá está predicando” —no si es auténtico, y si realmente sientes alegría en lo que tu hijo acaba de hacer y alegría en la gracia de Dios—.

Pero mi ruego más sincero es el siguiente: intenta evitar los enfoques utilitarios y calculados que convierten la espontaneidad en manipulación. Ese es el terreno de la adulación.


Episodio original en inglés: https://www.desiringgod.org/interviews/how-can-i-encourage-without-flattering

John Piper

John Piper

John Piper (@JohnPiper) es fundador y maestro de desiringGod.org y ministro del Colegio y Seminario Belén. Durante 33 años, trabajó como pastor de la Iglesia Bautista Belén en Minneapolis, Minnesota. Es autor de más de 50 libros.

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