A menudo, creyentes e incrédulos por igual les piden a los cristianos que oren por la salud de alguna persona, incluyendo familiares y amigos. Esto es particularmente desafiante cuando se trata de alguien que aún no ha creído en Cristo: ¿no deberíamos pedir primero por la salvación de su alma? Incluso, cuando pedimos por alguien que ya ha sido justificado, ¿no hay necesidades que están por encima de la salud en prioridad? Estas preguntas nos desafían a rogar por una necesidad fundamental, la salud de una persona, a la vez que consideramos otras necesidades eternas.
En este artículo, ofrecemos cuatro oraciones breves que podemos hacer por los enfermos. En ellas mezclamos cuatro pasajes bíblicos y con el clamor de cuatro hombres piadosos.
1. Que vean la buena voluntad de Dios, incluso en medio del dolor
Proverbios 18:10 dice:
El nombre del Señor es torre fuerte,
A ella corre el justo y está a salvo.
Thomas Becon nos anima con esta oración a refugiarnos en esa torre fuerte que es Dios, cuya buena voluntad es buena incluso en medio del dolor:
Dales gracia, oh dulce Jesús, para que sean persuadidos de tu buena voluntad incluso en medio de la sombra de la muerte, para que no desmayen bajo la cruz y se vuelvan de mente desesperada, sino que valientemente acepten tu complacencia, y durante todo el tiempo de su aflicción y enfermedad, pacientemente y con gratitud, invoquen Tu nombre bendito, que es una torre fuerte para todos los que acuden a ella; y que siempre pongan ante sus ojos Tu amorosa bondad.
2. Que no se aferren a esta vida temporal
Ezequiel 47:1-12 dice:
Después me hizo volver a la entrada del templo; y vi que brotaban aguas de debajo del umbral del templo hacia el oriente, porque la fachada del templo daba hacia el oriente. Y las aguas descendían de debajo, del lado derecho del templo, al sur del altar. Me sacó por la puerta del norte y me hizo dar la vuelta por fuera hasta la puerta exterior, por la puerta que da al oriente. Y las aguas fluían del lado sur.
Cuando el hombre salió hacia el oriente con un cordel en la mano, midió 1,000 codos (525 metros), y me hizo pasar por las aguas, con el agua hasta los tobillos. Midió otros 1,000 codos (525 metros), y me hizo pasar por las aguas, con el agua hasta las rodillas. De nuevo midió otros 1,000 codos y me hizo pasar por las aguas, con el agua hasta la cintura. Y midió otros 1,000 codos (525 metros); y ya era un río que yo no pude vadear, porque las aguas habían crecido, aguas que tenían que pasarse a nado, un río que no se podía vadear. Entonces me preguntó: “¿Has visto, hijo de hombre?”. Me llevó y me hizo volver a la orilla del río. Cuando volví, vi que en la orilla del río había muchísimos árboles a uno y otro lado.
Y me dijo: “Estas aguas salen hacia la región oriental y descienden al Arabá; luego siguen hacia el mar y desembocan en el mar; entonces las aguas del mar quedan purificadas. Y sucederá que dondequiera que pase el río, todo ser viviente que en él se mueve, vivirá. Y habrá muchísimos peces, porque estas aguas van allá, y las otras son purificadas; así vivirá todo por donde pase el río. Junto a él se pararán los pescadores, y desde En Gadi hasta En Eglaim habrá un lugar para tender las redes. Sus peces serán según sus especies, como los peces del Mar Grande, numerosísimos. Pero sus pantanos y marismas no serán purificados; serán dejados para salinas. Junto al río, en su orilla, a uno y otro lado, crecerán toda clase de árboles que den fruto para comer. Sus hojas no se marchitarán, ni faltará su fruto. Cada mes darán fruto porque sus aguas fluyen del santuario; su fruto será para comer y sus hojas para sanar”.
Charles Spurgeon nos anima con esta oración a no aferrarnos a esta morada temporal, sino a poner los ojos en la morada eterna:
Señor, bendice a los enfermos y haz que se recuperen tan pronto como sea correcto que lo hagan. Santifica todo lo que tengan que soportar. También hay queridos amigos que están muy débiles; algunos están temblando mucho. Dios los bendiga… Señor, ayúdanos a no aferrarnos demasiado a todas estas cosas aquí abajo. Que vivamos aquí como extranjeros y hagamos del mundo no una casa, sino una posada, en la que cenemos y nos alojemos, esperando estar en nuestro viaje mañana.
3. Que el Médico del alma salve a la persona de sus pecados
Marcos 6:53-55 dice:
Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret, y atracaron en la orilla. Cuando salieron de la barca, la gente enseguida reconoció a Jesús, y recorrieron apresuradamente toda aquella región, y comenzaron a traer a los enfermos en sus camillas adonde oían decir que Él estaba.
Henry Smith nos anima con esta oración a recordar que la mayor sanidad ocurre en el alma, por mano del Médico que salva a los pecadores:
Apelamos, oh Señor, a Tus misericordias, sabiendo que son mucho más grandes que nuestros pecados; y Tú no viniste a llamar a los justos, sino a los pecadores al arrepentimiento, a quienes dices: “Vengan a Mí, todos los que están cansados y cargados, y Yo los haré descansar”. Sí, Señor, Tú eres ese Dios que no quiere la muerte del pecador, sino que se arrepienta y viva. Tú eres nuestro Salvador, que desea que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de Tu verdad. Por lo tanto, oh Señor, te pedimos humildemente que no retires Tus misericordias de nosotros a causa de nuestros pecados, sino más bien, oh Señor, pon sobre nosotros Tu salud salvadora, para que te muestres hacia nosotros como un Salvador: pues ¿qué mayor alabanza puede haber para un Médico que sanar al enfermo? ¿Y puede haber mayor gloria para Ti siendo Salvador, que salvar a los pecadores?
4. Que no olvidemos que Cristo está con nosotros siempre
Hechos 5:12 – 16 dice:
Por mano de los apóstoles se realizaban muchas señales y prodigios entre el pueblo; y acostumbraban a estar todos de común acuerdo en el pórtico de Salomón. Pero ninguno de los demás se atrevía a juntarse con ellos; sin embargo, el pueblo los tenía en gran estima. Y más y más creyentes en el Señor, multitud de hombres y de mujeres, se añadían constantemente al número de ellos, a tal punto que aun sacaban a los enfermos a las calles y los tendían en lechos y camillas, para que al pasar Pedro, siquiera su sombra cayera sobre alguno de ellos. También la gente de las ciudades en los alrededores de Jerusalén acudía trayendo enfermos y atormentados por espíritus inmundos, y todos eran sanados.
John Donne nos anima con esta oración a no olvidar que Cristo está con nosotros hasta el final, aunque el espíritu de desánimo nos tiene a pensar que estamos solos:
Que Tu providencia misericordiosa gobierne así todo en esta enfermedad; que nunca caiga en una oscuridad total, ignorancia de Ti, o en consideración de mí mismo; y que esas sombras que caen sobre mí, debilidades de espíritu y condenaciones de mí mismo, sean vencidas por el poder de Tu luz irresistible, oh Dios de consolación, para que cuando esas sombras hayan cumplido su función en mí, al dejarme ver que por mí mismo caería en una oscuridad irrecuperable, Tu Espíritu pueda hacer Su función sobre esas sombras, y dispersarlas, y establecerme en un día tan brillante aquí, que pueda ser un día crítico para mí, un día en el que, y mediante el cual, pueda dar Tu juicio sobre mí mismo, y que las palabras de Tu Hijo, dichas a Sus apóstoles, puedan reflejarse en mí: “Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”.
Este artículo fue publicado originalmente en Crossway.