¿Cómo mato a mi orgullo?

¿Cómo mato el orgullo que hay dentro de mí? El orgullo es un enemigo malvado, uno de nuestros mayores enemigos y uno de los enemigos más antiguos de Dios. Pero cuando Dios le da a alguien talentos y habilidades naturales más allá de la norma, la lucha contra el orgullo se puede tornar aún más intensa. Al iniciar una nueva semana del programa John Piper responde, la siguiente pregunta nos llega de una joven mujer que escucha el podcast. “¡Espero que tenga un buen día, Pastor John! Soy estudiante de leyes de la isla caribeña San Vicente. Amo al Señor con todo mi corazón y deseo hacer muchas proezas para el reino de Dios. Sin embargo, tengo un gran problema que creo está entorpeciendo mi efectividad como discípula de Cristo. Tengo un problema con el orgullo profundamente arraigado. Sé que es un pecado y he intentado muchas veces tratar el problema, pero siempre se esconde y luego resurge. Mis amigos y familiares me han dicho que soy altiva y soy agresiva con las palabras. ¿Qué pasos diarios puedo dar para matar el pecado de mi orgullo expresivo?”. Lucha universal Desearía conocerte más. Ni siquiera sé tu nombre. De cierto, amo tu franqueza y creo que es una gran obra de gracia que puedas ver e identificar esas cosas sobre el orgullo. Con certeza, no eres la única. Si te conociera mejor, adaptaría mi respuesta a tu tipo particular de orgullo, si lo entendiera mejor. Todos lidian con el orgullo, pero no todos lo saben porque este toma formas muy sutiles. Pero todos lidiamos con él. Desearía conocerte más, pero me has dado algunas pistas. Así que permíteme hacer un intento con algo que puede ser útil. Oro que Dios use esto para ayudarte a ti y a otros porque el orgullo es un asunto universal. Cómo Dios te salvó Recomiendo esta manera para luchar contra el orgullo: observa minuciosamente la forma cómo Dios te salvó—y vuelve a ello constantemente, repetidas veces. Dios te salvó de una forma que, si lo ves desde una perspectiva bíblica, fue diseñado para humillar y destruir tu orgullo. Es así como fuiste salvada. Por lo tanto, lo que necesitas, lo que todos necesitamos, no es una enseñanza (que vendrá después, en una etapa de más madurez cristiana), sino más bien saber y sentir las implicaciones sobre cómo Dios te salvó. Millones de cristianos no saben cómo Dios los salvó, lo que quizá resulte extraño. ¿Puede ser salvo y no saber cómo sucedió? Eso es así. A muchas personas no se les ha enseñado con precisión lo que la Biblia dice sobre lo que Dios hizo para salvarlos, ya sea lo que Dios hizo en la historia o por el Espíritu en sus vidas. En consecuencia, están privados del poder de esta verdad que produce profunda humildad y gran audacia en sus vidas. Muchos cristianos creen que ellos mismos fueron la causa decisiva de su conversión a Cristo. Eso fue lo que les enseñaron: que Dios sencillamente respondió y no que fue su soberano Salvador. Desesperanza sin Cristo Observemos la realidad. En primer lugar, está la realidad del pecado del que tenemos que ser salvados. Este es mucho más profundo y más terrible que lo que cualquiera se pudiera imaginar. Y en verdad quiero decir “cualquiera”. Todo el Antiguo Testamento está escrito para mostrarnos el poder mortífero del pecado y la absoluta desesperanza de todos, incluso del pueblo de Dios. Sin la omnipotencia de la gracia salvadora de Dios para convertirlos a Cristo, no tienen esperanza. Esto es lo que Romanos 3:19 dice: “Ahora bien, sabemos que cuanto dice la ley [creo que aquí se refiere a todo el Antiguo Testamento, no solo a los cinco primeros libros; puedes leer por qué en el contexto], lo dice a los que están bajo la ley, para que toda boca se calle y todo el mundo sea hecho responsable ante Dios”. Estábamos completamente sin esperanza para librarnos a nosotros mismos de la ceguera y la esclavitud que trae el pecado. No podíamos ver la gloria de Cristo. No podíamos darnos vida al estar muertos (Romanos 8:5-7; 1 Corintios 2:14; 2 Corintios 4:4). La fe mata el orgullo Dios designó la fe como la única forma de salvación, la cual excluye el orgullo. Lo hace de dos maneras: (1) La fe, por naturaleza, aleja la mirada de uno mismo y la pone en Dios. Eso es fe: dejar de mirarse a uno mismo para mirar a Dios. (2) La fe en sí es un regalo de Dios. Aquí tenemos un texto que habla sobre la primera manera en la que la fe mata el orgullo: “¿Dónde está, pues, la jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál ley? ¿La de las obras? No, sino por la ley de la fe” (Romanos 3:27). La fe excluye la jactancia. No confías en Dios cuando te jactas y no te jactas cuando confías en Dios. La fe es lo que un niño hace cuando está feliz por ser indefenso y seguro en los brazos de papá. Lo diré otra vez. La fe es lo que un niño tiene o hace cuando está feliz por ser indefenso y seguro en los brazos de papá. El niño no se jacta de su autosuficiencia: “Ah, miren lo inteligente que soy al estar en los brazos de mi papá”. Gloríate en Papá. Mira Sus brazos. Mira Su sonrisa. Por encima de eso, la fe es un regalo. “Porque por gracia habéis sido salvados por medio de la fe, y esto no de vosotros, sino que es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9). Aquí hay un principio que Pablo expresa en 1 Corintios 4:7: “¿Qué tienes que no recibiste? Y si lo recibiste, ¿por qué te jactas como si no lo hubieras recibido?”. Dios designó la fe como la forma de salvación para excluir doblemente a la jactancia. Su naturaleza es como un niño que dirige la atención hacia la fuerza de papá, no a la suya. Incluso eso es un regalo de Dios. Considera tu llamamiento Ahora bien, ¿por qué Dios nos salva de esta manera, al elegir darle fe a una persona y no a otra? Porque es un regalo. Algunos la tienen, otros no. Es la elección de Dios. Se la da a unos, no a todos. ¿Por qué? ¿Es acaso porque nos elige sobre la base de algunas cualidades admirables para que podamos jactarnos de ser elegidos? No, no es así. Probablemente, este sea el texto más claro en la Biblia sobre la relación entre elección y humildad, o elección y destrucción del orgullo: Pues considerad, hermanos, vuestro llamamiento; no hubo muchos sabios conforme a la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que Dios ha escogido lo necio del mundo, para avergonzar a los sabios; y Dios ha escogido lo débil del mundo, para avergonzar a lo que es fuerte; y lo vil y despreciado del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para anular lo que es; para que nadie se jacte delante de Dios (1 Corintios 1:26-29). El orgullo es destruido por elección: elección libre y soberana de la voluntad de Dios, elección no determinada por el hombre. Dios eligió. Dios eligió para que ningún ser humano se jacte. Luego, Pablo continúa así: “Mas por obra suya [es decir, de Dios] estáis vosotros en Cristo Jesús”. Tú no hiciste eso. No te introdujiste en Cristo. No te levantaste a ti mismo de entre los muertos. “Estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual se hizo para nosotros sabiduría de Dios, y justificación, y santificación, y redención, para que, tal como está escrito: El que se gloria, que se gloríe en el Señor” (1 Corintios 1:30-31). Solo gracia El método completo de salvación está diseñado para esto: de manera negativa, para que nadie se jacte en la presencia del Señor; de manera positiva, para que los que se glorían, se gloríen en el Señor. Entendamos esto. Oremos para que todos lo entendamos. Somos salvos de tal manera que hace que la gracia soberana de Dios brille gloriosamente y nos hace ver absolutamente indefensos en nosotros mismos, absolutamente dependientes de Dios. Estábamos muertos, ciegos e indefensos, lo que significa que no éramos más dignos de salvación que cualquier otra persona. Eres como todos aquellos sobre quienes te jactarías, o peor que ellos, excepto por una cosa: gracia, gracia, gracia. Toda autoexaltación es una recrucifixión de Cristo porque Él murió para destruir el orgullo. Toda jactancia, por ende, se burla del sufrimiento de Jesús. Y termino con esto: cada actitud humilde, cada acto humilde de fe, glorifica la gracia de Dios en Cristo.

John Piper

John Piper

John Piper (@JohnPiper) es fundador y maestro de desiringGod.org y ministro del Colegio y Seminario Belén. Durante 33 años, trabajó como pastor de la Iglesia Bautista Belén en Minneapolis, Minnesota. Es autor de más de 50 libros.

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