Recuerdo el enrojecimiento de la vergüenza que me vino a la cara cuando me di cuenta de que mi amiga me estaba haciendo saber que no había sido invitada a formar parte del grupo de mujeres con las que se reunía regularmente, y no fue por accidente. Traté de disimular el momento, aliviando la tensión diciéndole que no se preocupara por ello. Le hice saber que mi agenda estaba llena de citas médicas y actividades para los niños. «¡No podría unirme al grupo, aunque me lo pidieran!» Me reí, haciendo todo lo posible para evitar que ella sintiera lástima por mí. Y mis palabras eran sinceras. Realmente tenía una agenda demasiado llena para añadir algo más. Realmente no quería que se preocupara por ello. Sin embargo, mis mejillas sonrojadas y mi corazón palpitante contaban el secreto que intentaba ocultar, estaba luchando contra el impulso de ofenderme.
Cerrando las puertas
Sabía muy bien lo destructivo que puede ser ofenderse. Proverbios 18:19 dice: “El hermano ofendido es más difícil de ganar que una ciudad fortificada” ¡Qué fuerza tan horrenda hay detrás de una ofensa! Las personas ofendidas pueden volverse intransigentes. Recalcitrantes. Demasiado duras de corazón para escuchar una apelación. Cuando nos ofenden, creemos tener la moral alta, por lo que nos sentimos justificadas en convertir en villano a quién nos ha ofendido. Creí que era parte de la intimidad de este grupo de amigas, pero descubrí que no era así. Mi sentido acerca de dónde me encuentro con los demás fue desafiado de una manera dolorosa. Podría elegir aceptarlo con buena voluntad hacia estas hermanas y apoyarme en mi Salvador que me ha llamado su amiga, o podría ponerme resistente, dura como un clavo, como una ciudad fortificada e inquebrantable cuyas puertas han sido cerradas y cuyo orgullo ha bloqueado a las partes ofensivas. Las Escrituras nos muestran muchos ejemplos de cómo Jesús ofendió. Él ofendió al pueblo de su ciudad natal. Ofende a los fariseos y a los escribas. Él es la piedra de tropiezo y la roca de la ofensa. Esto no es una gran sorpresa para los cristianos. No nos sorprende que los fariseos o la gente de su pueblo estaban resentidos e indignados por su excepcional comprensión y sus grandes obras. Desde nuestro punto de vista, no es muy difícil ver que cuando Jesús desafía la visión de la realidad de ellos, Jesús siempre tiene la razón. Podemos ver los puntos ciegos y el orgullo y cómo ese orgullo los ofende fácilmente. Pero es mucho más difícil ver el orgullo cuando somos nosotros los ofendidos, y cuando el que ofende es alguien que no es Jesús, el perfecto.
La droga de la ofensa
¿Qué hacemos cuando nos ofendemos unos a otros? ¿Qué hacemos si la ofensa dada o tomada es el resultado de un descuido, o de ofendernos fácilmente, o de diferencias de personalidad, o si involuntariamente no nos damos cuenta, o es pecado en nosotros mismos o en los demás? Primero, recuerda que cuando otros son ofensivos de una manera realmente pecaminosa, su ofensa es contra Dios, ante todo. El pecado contra nosotros se siente personal, porque a menudo es personal. Pero es considerablemente más personal para Dios, que no sólo se relaciona con nosotros, sino que nos creó. Dios es paciente con aquellos que han ofendido su santidad. Pero no esperará para siempre. Y para aquellos que están unidos a su Hijo a través de la fe, sus ofensas contra él se han cancelado en la cruz. En segundo lugar, es bueno recordar que Dios estableció una manera de tratar con una ofensa genuina. Podemos seguir las instrucciones de nuestro Señor e ir directamente a esa persona con la esperanza de ganar a nuestra hermana (Mt. 18:15). No necesitamos nunca permanecer ofendidas. Incluso cuando no ganamos a nuestra hermana acudiendo ella, no tenemos que vivir en nuestro estado ofendido; podemos dejarlo en la cruz. Y dejando nuestra ofensa allí, podemos tomar una postura que esté deseosa de la reconciliación, si Dios lo concede. ¿Pero qué pasa cuando no hay un pecado intencional o visible? ¿Qué pasa con el tipo de situación en la que me encontraba, en la que no había pecado contra mí, pero mis sentimientos heridos estaban a punto de endurecerse y convertirse en una ofensa? Nos ayuda a reconocer que la ofensa es una droga poderosa. Es una droga poderosa precisamente porque nos da poder. Recuerda el proverbio: ¡el hermano ofendido es más difícil de ganar que una ciudad fortificada! Cuando convertimos los sentimientos heridos en ofensas, pasamos de ser vulnerables a ser impenetrables. Cuando estamos heridas por las palabras o acciones de alguien más, la tentación es tratar de protegernos con el enojo o la justicia propia que se disfraza como ofensa. Es más fácil imaginar a los que nos han herido, como villanos en lugar de reconocer que nuestro malestar a menudo tiene que ver con nuestras inseguridades y fragilidad, más que con la pecaminosidad objetiva de los demás.
El buen juicio y la gloria
Proverbios 19:11 dice, “La discreción del hombre le hace lento para la ira, y su gloria es pasar por alto una ofensa”. El buen juicio y la gloria son escasos en estos días. En lugar de reducir la velocidad y dar a nuestras mentes racionales la oportunidad de informar a nuestros corazones palpitantes, dejamos que nuestros sentimientos informen nuestra respuesta. En lugar de pasar por alto una ofensa, hacemos conjeturas de cada posible infracción, colocando fichas sobre nuestros hombros. Todo lo que dice otra persona y no estamos de acuerdo, es una oportunidad diabólica para tomar una ofensa. Cualquier cosa que otra persona haga que sea diferente a como lo haríamos nosotros, fortalece la resolución del corazón inquebrantable y endurecido. Con demasiada frecuencia, no podemos simplemente estar en desacuerdo con la gente; nos ofenden personalmente las palabras, opiniones y acciones de los demás, incluso cuando no tienen ninguna relación con nuestras vidas personales. Y si no podemos encontrar la manera de ofendernos personalmente, muchísimos han empezado a ofenderse en nombre de otros. En lugar de cubrir una ofensa en el interés del amor y negarse a repetir un asunto (Prov. 17:9), la sociedad que nos rodea nos insta a prestar y tomar prestadas las ofensas como una moneda de virtudes regresivas.
Bienaventurados son los que no se ofenden
Hay algo más que inseguridad y fragilidad por debajo de nuestra tendencia a la ofensa, aunque esos problemas la alimentan constantemente. En el fondo, nuestros corazones fácilmente ofendidos están llenos de orgullo e idolatría. Nos hemos establecido como el estándar de lo que es correcto y bueno y lo que debe ser honrado, cualquier desafío percibido a esa suposición resulta en enojo, resentimiento y el asumir a una ofensa. Pero no somos el estándar; Dios lo es, lo cual es una noticia maravillosa para los pecadores. Porque Él es el estándar, porque sólo Él puede ver en los corazones y discernir los motivos de cada una de nosotras, somos libres para asumir lo mejor de los demás, confiando en que Él juzgará perfectamente al final. Podemos tener buen juicio para ser lentos para la ira. Podemos llegar a ser gloriasamente inofendibles. ¿Dejarás la ofensa que has alimentado contra otros, y descansarás en la salvación del Dios que es lento para la ira y que abunda en amor incondicional? Él es paciente en retrasar el juicio, pero el juicio vendrá. Hoy es el día para crucificar el falso poder de la ofensa y apropiarse del evangelio, que es el poder de Dios para la salvación de todos los que creen (Ro. 1:16).