Al pie de la montaña humeante: recuperando el asombro de la adoración

Cada domingo no solo vamos a un servicio: nos acercamos al Dios vivo. ¿Hemos perdido el asombro de la adoración?
Foto: Paul Voie (Pixels)

¿Qué ocurre cada domingo cuando se reúne la iglesia? Nos reunimos con Dios. ¿Siguen teniendo peso para ti estas palabras?

Algunos llegamos tarde y nos colamos por la parte de atrás. Durante los cantos que no nos gustan, nos preguntamos qué habrá para comer. Si se nos llenan los ojos de lágrimas, estas brotan entre bostezos entre los estribillos. Finalmente nos sentamos para poder escuchar a Pedro, que no para de estornudar, para intentar sobrevivir a otra oración congregacional. Cuando el predicador sube al púlpito, “escuchamos al Dios Todopoderoso” y garabateamos en los márgenes del boletín. Cantamos unas cuantas veces más, quizá recibimos la porción del pan y luego sacamos a nuestros hijos a la fuerza por la puerta para darles de comer y acostarlos para la siesta.

Mi opinión (y mi triste experiencia) es que el drama espiritual de encontrarnos con Dios cada semana puede verse sumamente desnaturalizado por el descuido, la mundanalidad y la incredulidad. Con demasiada frecuencia entramos en la iglesia somnolientos y distraídos y nos vamos tal y como hemos venido. Con demasiada frecuencia somos como el siervo de Eliseo. Cuando se despertó y vio los carros sirios que rodeaban la ciudad, gritó: “¡Ay, señor mío! ¿Qué haremos?”. “No temas”, fue la respuesta, “porque los que están con nosotros son más que los que están con ellos” (2R 6:16). El hombre de Dios ora por él: “Oh SEÑOR, te ruego que abras sus ojos para que vea” (2R 6:17). Dios respondió, y él vio de nuevo la ladera y “miró que el monte estaba lleno de caballos y carros de fuego alrededor de Eliseo” (2R 6:17).

Hasta entonces, el criado no podía ver el reino espiritual. Con demasiada frecuencia, los domingos por la mañana, nosotros tampoco podemos ver. Miramos a nuestro alrededor en la congregación y no vemos nada en las colinas. Oh Señor, abre nuestros ojos.

Con demasiada frecuencia entramos en la iglesia somnolientos y distraídos y nos vamos tal y como hemos venido. / Foto: Lightstock

Sobre alas de águila

Todos podemos aprender algo al ver cómo Israel se acercó a Dios por primera vez.

Desde la zarza ardiente, Dios prometió a Moisés: “Yo estaré contigo, y esto te será por señal de que yo te he enviado: cuando hayas sacado al pueblo de Egipto, serviréis a Dios en este monte” (Ex 3:12). Tras poderosas plagas, la división del mar, varias batallas y algunas pruebas, finalmente llegaron a ese monte para adorar.

El encuentro con su Gran Redentor estaba fijado. En tres días, Dios se reuniría con ellos en Horeb. Mientras tanto, tenían que prepararse. “Ve al pueblo y conságralos hoy y mañana, y que laven sus vestidos. Que estén preparados para el tercer día” (Ex 19:10-11). Mientras tanto, Dios envió a Su pueblo un mensaje impregnado de mirra:

Moisés subió hacia Dios, y el SEÑOR lo llamó desde el monte y le dijo: “Así dirás a la casa de Jacob y anunciarás a los israelitas: ‘Ustedes han visto lo que he hecho a los egipcios, y cómo los he tomado sobre alas de águilas y los he traído a Mí. Ahora pues, si en verdad escuchan Mi voz y guardan Mi pacto, serán Mi especial tesoro entre todos los pueblos, porque Mía es toda la tierra. Ustedes serán para Mí un reino de sacerdotes y una nación santa’. Estas son las palabras que dirás a los israelitas” (Ex 19:3-6).

Como un águila poderosa, su Dios les recuerda cómo descendió sobre la tierra de Egipto y los sacó de su vida de esclavitud. Sus acciones y su mensaje están llenos de buenas intenciones. Los salvó para llevarlos consigo, para hacerlos Su reino especial. Los rescató para bendecirlos, los llevó sobre alas de águila y los hizo Su especial tesoro por encima de todos los demás.

En el monte Horeb, Dios llamó a Israel a consagrarse y ser su pueblo santo. / Foto: Francis Frith

Acércate a la montaña

Finalmente, llegó el tercer día. Con las vestiduras lavadas y los límites alrededor de la montaña estrictamente respetados, el pueblo llegó consagrado y listo para encontrarse con su Dios invisible.

Sin embargo, nadie podía prepararse verdaderamente para encontrarse con este Dios. “Y aconteció que al tercer día, cuando llegó la mañana, hubo truenos y relámpagos y una densa nube sobre el monte y un sonido tan fuerte de trompeta, que hizo temblar a todo el pueblo que estaba en el campamento” (Ex 19:16). Su Señor descendió en fuego ardiente. “Todo el monte se estremecía con violencia” (Ex 19:18). La trivialidad y la frivolidad se hicieron añicos en el terremoto. A medida que el sonido de la trompeta se hacía cada vez más fuerte, “Moisés hablaba, y Dios le respondía con el trueno” (Ex 19:19).

Entonces Dios proclamó Sus Diez Mandamientos. Habló desde las llamas que brotaban de la oscuridad de la montaña. El pueblo no podía soportar el sonido: 

Todo el pueblo percibía los truenos y relámpagos, el sonido de la trompeta y el monte que humeaba. Cuando el pueblo vio aquello, temblaron, y se mantuvieron a distancia. Entonces dijeron a Moisés: “Habla tú con nosotros y escucharemos, pero que no hable Dios con nosotros, no sea que muramos” (Ex 20:18-19).

La visión de su Dios misericordioso los mataría; Su voz sin intermediarios los destrozaría. “No teman”, los consuela Moisés, “porque Dios ha venido para ponerlos a prueba, y para que Su temor permanezca en ustedes, y para que no pequen” (Ex 20:20).

En el tercer día, el monte Horeb tembló con fuego, truenos y trompetas: allí, Dios habló y entregó a Israel sus mandamientos. / Foto: Chat GPT

¿Dónde se ha ido el asombro?

¿En qué se diferencia esta experiencia de acercarnos a Dios de nuestra experiencia habitual de adoración los domingos por la mañana? Existen importantes discontinuidades, pero las preguntas siguen sin respuestas: ¿Hay alguna prueba de que nos estamos acercando a algo parecido a este Dios vivo? ¿Se nos acelera alguna vez el pulso? ¿Ha cambiado tan drásticamente Su aspecto al enviar a Su Hijo? ¿Ya no son apropiados para Su adoración el asombro, la reverencia, el temor, la reflexión, la prudencia y la seriedad?

Si eres como yo, rara vez consideras las grandes cosas que profesamos estar haciendo. ¿Cómo adoramos entonces a Dios con santa reverencia? ¿Cómo vemos al Dios que es, en lugar del dios de nuestra comodidad y descuido?

De esta primera asamblea se pueden extraer algunas consideraciones prácticas. Al igual que Israel, podemos dedicar tiempo a prepararnos para encontrarnos con Dios. “Que estén preparados” debería ser también nuestro mandato. Estudia el texto del sermón con antelación. Ora hasta que tu corazón se ablande para encontrarte con Dios y Su pueblo. Arrepiéntete de cualquier pecado conocido. Abstente de actividades que adormecen el corazón antes del domingo y, por supuesto, no acortes tu sueño para dedicarte a ellas. Vístete de manera respetable. Si es posible, llega temprano y sin prisas. Medita de antemano en la gran redención de Dios en Cristo, nuestro único medio para encontrarnos con Dios y vivir.

Pero junto a esto, deseo acudir a tu santa imaginación, como hace el autor de Hebreos cuando lee esta escena del Antiguo Testamento.

Así como Israel se preparó en Horeb, también nosotros estamos llamados a presentarnos ante Dios con un corazón dispuesto y consagrado. / Foto: Lightstock

Historia de dos montañas

El autor de Hebreos lleva al pueblo del nuevo pacto de vuelta al Horeb para enseñarle a acercarse a Dios. A diferencia de Israel, nos dice:

Porque ustedes no se han acercado a un monte que se puede tocar, ni a fuego ardiente, ni a tinieblas, ni a oscuridad, ni a torbellino, ni a sonido de trompeta, ni a ruido de palabras tal, que los que oyeron rogaron que no se les hablara más (Heb 12:18-19).

Más bien, en el nuevo pacto de Cristo,

Ustedes, en cambio, se han acercado al monte Sión y a la ciudad del Dios vivo, la Jerusalén celestial, y a miríadas de ángeles, a la asamblea general e iglesia de los primogénitos que están inscritos en los cielos, y a Dios, el Juez de todos, y a los espíritus de los justos hechos ya perfectos, y a Jesús, el mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la sangre de Abel (Heb 12:22–24)

Ahora nos acercamos a la Jerusalén celestial, la ciudad del Dios vivo, donde innumerables ángeles y los santos redimidos se reúnen con alegre reverencia, y a Jesús, el gran mediador del pacto, cuya sangre asegura nuestro lugar con Él en el cielo. Por medio de Él, vislumbramos los innumerables carros en la ladera que celebran el cumplimiento de la expiación de Cristo.

Ahora nos acercamos a la Jerusalén celestial, donde los redimidos y los ángeles se reúnen en reverencia, y a Jesús, mediador del pacto, cuya sangre nos asegura un lugar en el cielo. / Foto: Lightstock

¿Rechazarás o adorarás?

¿Cómo nos acercamos a Dios en la adoración este domingo? ¿Cómo es volver a venir, en la tierra, con el pueblo de Dios a la Sión celestial?

El autor de Hebreos concluye su relato de las dos montañas de esta manera:

Tengan cuidado de no rechazar a Aquel que habla. Porque si aquellos no escaparon cuando rechazaron al que les amonestó sobre la tierra, mucho menos escaparemos nosotros si nos apartamos de Aquel que nos amonesta desde el cielo (Heb 12:25).

Fíjate en que lo que está en juego aumenta en el nuevo pacto, no disminuye. El rechazo se vuelve más severo, no menos. La adoración no es más laxa, frívola, informal o ligera. Él concluye:

Por lo cual, puesto que recibimos un reino que es inconmovible, demostremos gratitud, mediante la cual ofrezcamos a Dios un servicio aceptable con temor y reverencia; porque nuestro Dios es fuego consumidor (Heb 12:28-29).

La escena en Horeb nos recuerda que nuestra adoración dominical debe ser reverente, preparada y centrada en Dios. / Foto: Lightstock

Nosotros, al igual que Israel, nos acercamos a un fuego consumidor, cuya llama devora toda espuma y presunción. Él es bueno, pero no seguro. Al igual que Israel, nos acercamos a un gran Dios únicamente en Sus términos y dentro de Sus límites: por Su Espíritu, en Su verdad, cubiertos por la sangre expiatoria de Jesús. Nuestra adoración, entonces, estará llena de acción de gracias y felicidad, de temor santo y asombro. Este domingo nos reunimos con gozo y temor para adorar ante el Fuego que es nuestro Dios, y nos encontramos con Él, de verdad, y lo hacemos con reverencia y temor.


Publicado originalmente en Desiring God.

Greg Morse

Greg Morse es escritor del personal de desiringGod.org y se graduó de Bethlehem College & Seminary. Él y su esposa, Abigail, viven en St. Paul.

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