¿Cuántas veces hemos admirado el cielo nocturno, lleno de luminosas estrellas? ¿Cuántas de esas veces nos hemos quedado anonadados de semejante misterio y belleza? ¿Qué hay más allá? ¿Habrá mundos con vida? ¿Un universo alterno? ¿La mátrix? Sea el camino al que te lleve tu imaginación, una cosa es innegable: esto no pudo ser resultado del azar.
El engaño que nos quieren vender
Científicos ateos se han empecinado en ignorar la ruta de la verdad, para llenar de su sesgo, los caminos que llevan a Dios para insinuar que todo lo que vemos en el universo es el mero resultado de un juego de azar cósmico. Que por gracia de la nada se creó todo. La realidad es que, si sometiéramos las estadísticas a un estudio, la probabilidad de que este mundo exista es de 1 sobre 10120. Es, ciertamente, una cifra impronunciable.
Sin embargo, es lo que los ateos militantes quieren que tomemos casi a la ligera, y vayamos a dormir tranquilamente, pensando que no somos ni privilegiados, ni amados. “¡Es por casualidad que estoy aquí! ¡Buenas noches!”. Esto no es así, ¿no es de llamar la atención que la probabilidad de que existamos sea impronunciable? ¿Y que además de que exista la vida, siga siendo sostenida con este margen de probabilidad? ¿No es para despabilarse y pensar que hay Alguien tan poderoso que nos creó y que, además, nos sostiene?
Yo pienso que sí.

La verdad que debemos creer
Creo que el hecho de ser tan privilegiados de vivir dentro del margen probabilístico tan pequeño nos habla no solo de un Creador, sino de un Creador que es personal, que no solo tuvo a bien darnos vida, sino de sostenerla. Eso nos habla de un Ser que no se limitó a crear una obra a la cual observar, sino de amar. Dios nos ama, y eso lo podemos ver en cada nuevo amanecer.
Estamos siendo sostenidos por Él. Me gustaría llevarte al Big Bang por un momento. Esta teoría, afirma que el espacio, la materia o energía y el tiempo fueron creados en un instante. Antes de esto, no existía nada. Y hablo de la nada absoluta; sino que las cosas comenzaron a existir. Todo aquello que vemos, es decir, el cosmos, es contingente: necesita de otra causa para existir. Y por mucho que el ateo le dé vueltas al asunto, debe responder “¿quién creó todo?”, no puede seguir saliéndose con la suya y simplemente decir: todo vino de la nada.

Si todo aquello que comenzó a existir necesita una causa, entonces el universo mismo necesita una causa. Y no solo una causa cualquiera, sino que debemos de llegar a la causa no causada. En Génesis 1:1 leemos: “En el principio Dios creó los cielos y la tierra”. Esto lo creemos no solo por fe, sino porque las huellas de nuestro Creador están en el universo. Dios es nuestra fuente de vida. Es el Ser más poderoso que podamos imaginar, con el poder suficiente para crear todas las maravillas que el universo posee.
Algunos ateos se preguntan: ¿quién creó a Dios? Esta pregunta es absurda. ¡Nadie! Nadie creó a Dios, pues es precisamente la causa no causada. Él es autoexistente, no depende de ningún otro factor para existir. Es el Ser máximo.

El Big Bang nos ayuda a comprender que todo aquello que existe, necesita una causa; y es la demostración del gran poder de Dios, no solo como Creador, sino como Arquitecto, como Diseñador, como Artista… como Padre. Un Padre que ama y sostiene a Su creación. En el libro Dios, la ciencia y las pruebas, sus autores dicen lo siguiente:
Si la ciencia confirma que el tiempo, el espacio y la materia tuvieron un principio absoluto, queda claro entonces que el universo proviene de una causa que no es ni temporal, ni espacial, ni material, o sea, que procede de una causa no natural, trascendente, en el origen de todo lo que existe.[1]

Este argumento se conoce como el Argumento Cosmológico Kalam, y supone que algo existe y argumenta desde la existencia de ese algo hasta la existencia de una Primera Causa, o una Razón Suficiente del cosmos. Lo que nos lleva a concluir que solo Dios pudo crear el universo de la nada, pues posee la voluntad necesaria, puesto que es un ser personal.
Por más vueltas que el ateo quiera darle al tema, llegará inevitablemente a la necesidad de una Primera Causa, y lo único que encontrará ahí es el rostro de Dios.
Mucho se debate sobre la supuesta oposición entre ciencia y fe; piensan que la razón pertenece a la ciencia, pero no a la fe. Sin embargo, nuestra fe no es ciega, tenemos razones poderosas para depositar nuestra confianza en Dios; y para muestra… un Big Bang.
[1] Dios, la ciencia y las pruebas. Bolloré, Bonnassies, (Océano, 2024).