Puede que no haya momentos en tu matrimonio en los que dejas de querer a tu esposa, pero sí puede haber momentos en los que ella deja de gustarte, o en los que dejas de actuar como si así fuera. Puede haber momentos en los que te irrites fácilmente con ella o momentos en los que simplemente no pueden llevarse bien. Puede haber momentos en que sientas lástima por ti mismo y pienses que mereces algo mejor que la forma en la que ella te trata. Puede haber momentos en los que una especie de abatimiento entra en tu forma de pensar de ella y tu forma de comportarte con ella.
Me gustaría ofrecerte un consejo para esos momentos: cuando te des cuenta de que no te gusta tu esposa, proponte amarla.
Tu tentación en estos momentos difíciles será asumir que tus sentimientos de desaliento son el resultado de algo que ella está dejando de hacer, alguna manera en la que ella está descuidando su amor por ti, el servirte u honrarte. Puede que sea así y que ella tenga parte de la responsabilidad. Sin embargo, puede que lo que no tengas en cuenta es que tus sentimientos de abatimiento son en realidad el resultado de algo que tú estás dejando de hacer. Siempre es más fácil mirar afuera que dentro, mirar al otro que a uno mismo.
Lo que ocurre con el amor es que es más probable que se enfríe cuando no lo das que cuando no lo recibes. La única manera segura de desenamorarte de tu esposa es dejar de amarla, dejar de hacer obras de amor, de hablar palabras de amor y de mostrar un corazón de amor. El amor es como un músculo que se atrofia con el desuso y que se fortalece con el ejercicio.
Así que cuando no te lleves bien con tu esposa, sírvela. Cuando te sientas irritado con ella, encuentra maneras de bendecirla. Cuando no te interese estar cerca de tu esposa, rodéala de amor y de buenas acciones. Acostúmbrate a preguntarle: “¿Cómo puedo mejorar tu día hoy?”, o “¿Qué puedo hacer para servirte hoy?”, o “¿Cómo puedo ayudarte hoy?”. Haz que tu objetivo sea mejorar su día, hacer su vida más fácil, aligerar su carga. En resumen, ámala como Cristo ama a la Iglesia y sírvela como Cristo sirve a la Iglesia.
“Está bien”, te oigo decir. “Eso está muy bien, pero ella…”. Alto ahí. Eso no importa. No importa lo que ella haya hecho o dejado de hacer. Lo que importa es lo que tú piensas hacer. Puede que ella no te corresponda y puede que no te haga sentir más amado, pero eso es un asunto totalmente diferente porque no la estás amando para ser amado a cambio; la estás amando porque es lo correcto, porque es lo que Dios te dice que hagas, porque hace que Dios se sienta orgulloso. La estás amando ante Dios porque así es como has sido amado por Dios.
Así que si te sientes amado o no amado, si tu corazón está cálido o frío hacia tu esposa, si te encuentras atraído o alejado, ámala, sírvela, bendícela. Y, descubrirás que a medida que le sirves, tu amor crecerá. A medida que actúas con amor, sentirás más amor. A medida que obras por su bien, tu corazón se inclinará cada vez más hacia ella. Porque así es como funciona el amor. Este artículo se publicó originalmente en Challies.