[dropcap]U[/dropcap]na de las tareas más difíciles para todo cristiano es creer profundamente y recordar constantemente que hemos sido salvados por gracia. Este es un desafío que dura toda la vida puesto que nuestra tendencia natural es la de volvernos a nuestras obras, a asumir que hemos sido salvos por algo que somos, algo que tenemos o algo que hemos logrado. La gracia —el favor inmerecido— es demasiado para que nuestras mentes y corazones pecaminosos la puedan aceptar y abrazar. La razón por la que tenemos que oír el evangelio una y otra vez es para reexaminarnos conforme a la verdad: “Porque por gracia habéis sido salvados por medio de la fe, y esto no de vosotros, sino que es don de Dios…” (Efesios 2:8). Tal vez valga la pena el desafío de hacernos esta pregunta: ¿Cómo viviría si hubiera sido salvado por obras y no por gracia? Si hubiera sido salvo por obras, podría sentirme orgulloso de mí mismo Podría ser orgulloso y, tal vez arrogante porque, por lo menos en algún grado, mi salvación hubiera dependido de mí. Hubiera tenido sus comienzos en algún lugar dentro de mí, en algún destello de gracia o atisbo de bondad. Tendría razones para jactarme de ser el dueño de algo que atrajo la atención de Dios y me hubiera hecho merecedor de Su favor. Pero como soy salvo por gracia, no puedo más que humillarme al reconocer que no he hecho absolutamente nada para ser merecedor, y que todo lo que he recibido ha sido al margen de mis esfuerzos, al margen de mis acciones e incluso, al margen de mis deseos. “El que se gloría, que se gloríe en el Señor” (1 Corintios 1:31). No tengo derecho a compararme con los demás; y de hacerlo, sólo veré una mayor evidencia de mi profunda pecaminosidad. Si hubiera sido salvo por obras, podría compararme con los demás de manera favorable Si me hubiese ganado la salvación con base en alguna pequeña huella interna de bondad, podría compararme justamente con los demás como para cuestionarme por qué ellos no serían salvos. ¿Tengo algo de bondad intrínseca que los demás no tienen? ¿O estoy lo suficientemente motivado como para identificar en qué aplico ese poco de bondad? De cualquier manera, podría compararme con los demás y salir airoso. Podría colocarme por encima del resto de la humanidad. Pero, tal y como está escrito, no tengo derecho de compararme con los demás y, de hacerlo, solo veré una mayor evidencia de mi profunda pecaminosidad. Todos somos totalmente depravados, todos por igual estamos indefensos a los pies de la cruz, por cuanto todos pecamos y no alcanzamos la gloria de Dios” (Romanos 3:23). Si hubiera sido salvo por obras, podría exigir obras de los demás Si me hubiera hecho merecedor del favor de Dios, sería la prueba de que existimos en un mundo de méritos, un mundo en el cual las cosas buenas les son otorgadas a aquellos que se las merecen de acuerdo con lo que ellos son, lo que han logrado, o tal vez las cosas que han prometido hacer o ser. Entonces, podría exigir cosas de los demás; y así como yo me merecí el favor de Dios, ellos tienen que ganarse el mío. Podría brindar amor y respeto únicamente a los pocos que demuestran ser dignos de él. Pero vivo en un mundo de gracia y he sido salvo porque Dios escogió extenderme Su gracia. Por tanto, estoy obligado a extender gracia a los demás. ¿Cómo podría retener aquello que se me ha dado? “Siervo malvado, te perdoné toda aquella deuda porque me suplicaste. “¿No deberías tú también haberte compadecido de tu consiervo, así como yo me compadecí de ti?” (Mateo 18:32-33). Si hubiera sido salvo por obras, podría ser exigente Si hubiera ganado mi salvación, podría negociar con Dios para obtener más favor, más privilegios, más beneficios. Podría sostener mi lista de logros y exigir una justa compensación por ellos. Podría comparar lo que se les ha dado a otros y abogar por las cosas que me merezco y que Dios les ha dado a otros y mucho más. Pero como la salvación es un regalo, solo puedo recibir gozosamente aun el más pequeño de los beneficios y el menor de los privilegios como regalo, en lugar de recibirlo como salario. Puedo saber que aun el más pequeño de los beneficios es, por mucho, más de lo que merezco y puedo estar contento sólo con eso. “Y si tenemos qué comer y con qué cubrirnos, con eso estaremos contentos” (1 Timoteo 6:8). Una de las tareas más difíciles para todo cristiano es creer profundamente y recordar constantemente que hemos sido salvados por gracia. Una de las disciplinas más dulces para todo cristiano es meditar en la gracia que Dios le extiende a quienes no la merecen. Esta es la gracia por la que vivimos, la gracia en la cual estamos firmes. “Por tanto, habiendo sido justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, por medio de quien también hemos obtenido entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios” (Romanos 5:1-2). Este artículo fue publicado originalmente en inglés en Challies.com.