Cuando hablamos de misiones o misioneros siempre el primer pensamiento que pasa por nuestras mentes son la obra realizada por nuestros hermanos norteamericanos e ingleses, sin embargo la obra misionera es tarea de todos los cristianos y el Señor también llama a los latinos a misiones transculturales.
Muchas personas se han asombrado del hecho que Dios llamó a mi familia a servir como misioneros. Quiero decirles que no fue emocionalismo, no fue el deseo de nombre, no fue el deseo de escapar de nada, fue el hecho que Dios nos llamaba y queríamos ser obedientes al Señor.
“Y lo que has oído de mi de mi en la presencia de muchos testigos, eso encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros” (2 Ti. 2:2).
El llamado
Dios trabaja con cada persona y pareja de diferentes formas. En su soberanía, él sabe lo que es mejor para cada individuo y dónde nos puede usar mejor. Creo que a los que Dios ha llamado para una tarea específica han sentido el peso de la responsabilidad de lo que eso conlleva y hasta hemos llegado a dudar de Dios. En la Biblia tenemos ejemplos en Moisés, Jeremías y otros que dudaron.
En 1999 yo participaba en un grupo de oración en mi iglesia local y uno de los diáconos nos compartió un día acerca de su viaje misionero a Bonao en República Dominicana. Él nos contaba sobre la necesidad que había de enseñar a los niños materias básicas de educación y más importante aún la Palabra de Dios.
Allí comenzó lo que Dios estaba trabajando en mí, diariamente oraba por República Dominicana y fui adquiriendo amor y deseo de ir a este lugar que no conocía. Hablé con mi esposo sobre mi inquietud de ir por dos semanas en vacaciones, pero no era el tiempo de él.
Oré por cuatro años mientras Dios me involucraba en las misiones en mi iglesia, trabajando con la comunidad, con las damas, niños y jovencitas. Dábamos clases acerca de todos los lugares donde el evangelio no había llegado, orábamos por los misioneros, les enviábamos cartas a ellos y a sus hijos y trabajábamos con las personas de alrededor de la iglesia. Ayudamos a mujeres que sus esposos estaban en la cárcel y hacíamos de sus hijos nuestra labor de evangelización y apoyo. El día de acción de gracias organizábamos con los niños y adolescentes cajas de comida para llevar a los más necesitados de nuestra iglesia y personas con las que compartimos el evangelio.
Tampoco me impuse en el llamado que Dios me había dado pues estaba consciente que mi llamado como esposa era afirmar el llamado que Dios le haría a mi esposo en su tiempo.
“Y el Señor Dios dijo: No es bueno que el hombre esté solo: le haré ayuda idónea” (Gn. 2:18).
El llamado a mi esposo
Después de orar por cuatro años para que mi esposo fuera llamado a las misiones, Dios obró en su corazón. Él llevaba tiempo sirviendo en el diaconado y como Director de Escuela Dominical, era capellán en la cárcel mientras mantenía su trabajo secular a tiempo completo pero finalmente el tiempo perfecto del Señor había llegado. Dios obró en su corazón con respecto al país, pues yo no había vuelto a mencionar la República Dominicana. Un 1ro. de enero, día miércoles, el pastor decidió abrir la iglesia para un culto en la noche y comenzó hablando sobre el servicio en la iglesia local y mas allá de la iglesia local y puso el ejemplo de la necesidad de obreros en Bonao (República Dominicana) por varios años nuestra iglesia era parte de lo que Dios estaba haciendo allí.
“Entonces dijo a sus discípulos: La mies es mucha, pero los obreros pocos. Por tanto, rogad al Señor de las mies que envíe obrero a su mies” (Mt. 9:37-38).
Mi primer campo misionero fue mi casa
Muchas veces pensamos que porque el Señor nos llama a otros países, nuestra responsabilidad como padres pasa a un segundo lugar. La Biblia muy claramente nos habla de la responsabilidad que nos ha dado de enseñar la Palabra de Dios a nuestros hijos. Ese es nuestro primer campo misionero, una familia con testimonio de vida de lo que significa Jesús causará un impacto en el campo misionero. No desatendimos nuestra responsabilidad como padres, era nuestro diario vivir el compartir en nuestro hogar con nuestros hijos el mensaje de salvación y con la comunidad en la que Dios nos había llamado, los hicimos partes del llamado maravilloso que Dios nos había dado.
“Asimismo, las ancianas deben ser reverentes en su conducta: no calumniadoras ni esclavas de mucho vino, que enseñen lo bueno, que enseñen a las jóvenes a que amen a sus maridos, a que amen a sus hijos, para que la Palabra de Dios no sea blasfemada” (Tit. 2:3).
Lo que nos pidió el Señor
Hablamos con nuestro pastor, nos aconsejó viajar por un fin de semana y nos dijo que estaría orando por nosotros, otros líderes se comprometieron a orar por este motivo.
En aquel tiempo nuestros hijos nacidos en Miami tenían 9 (Sara), 7 (Charles) y 5 años (Bianca). Vivíamos en casa propia y siempre entendimos que lo que Dios da pertenece primeramente a él.
Después de nuestra visita a República Dominicana Dios nos confirmó el llamado por medio de nuestro pastor y líderes de nuestra iglesia local.
“Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mi, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt. 16:24).
Período de prueba
Cuando uno se dispone a obedecer el llamado de Dios se experimentan muchas pruebas de diferentes tipos, algunas de ellas vienen por medio de críticas de las personas y hermanos que uno más ama. Entendemos que la separación de seres queridos y hermanos de la iglesia puede ser difícil y muchos llegan a cuestionar el llamado que Dios le ha hecho a uno.
No podemos decir que no nos dolió, pero nosotros y nuestros hijos compartíamos un gozo que era inexplicable y muchas veces incomprensible para otros, pero estábamos convencidos que salir al campo misionero era la decisión correcta a tomar para nuestra familia, pues el gozo del Señor era nuestra fortaleza.
“Venid a mí, todos los que estáis cansados y cargados y yo los haré descansar” (Mt. 11:28).
Dios nos dirigió y nos sigue dirigiendo
A pesar que pasamos hambre, enfermedades, momentos de soledad, dolor y decepciones, también vimos la gracia y misericordia de Dios en nuestras vidas, Dios se glorificó en todos estos años de servicio. Servimos 2 años y medio con nuestros recursos y una pequeña ofrenda mensual de nuestra iglesia. Después Dios abrió la puerta para servir con una agencia misionera (IMB), fuimos aceptados y Dios volvió a confirmar nuestro lugar ya que fuimos pedidos por el supervisor de los misioneros de la IMB para que regresáramos a República Dominicana, en ese entonces a la capital.
Vimos el obrar de Dios en este precioso país.
Cuando el Señor comenzó a dirigirnos a otro lugar me envío a una reunión a Ciudad de México. Esta ciudad estuvo en mi corazón y en oración diaria junto con mi familia cinco años antes que Dios obrara y orquestara el salir a un nuevo campo misionero.
“Pero cuando él, el Espíritu de verdad, venga, os guiará a toda la verdad, porque no hablara de su propia cuenta, sino que hablara todo lo que oiga, y os hará saber lo que habrá de venir” (Jn. 16:13).
¿Qué legado estás dejando?
Uno de los legados más hermosos que podemos dejar es el del evangelio y la obediencia al Señor, es muy importante estar atento donde Dios quiere que nos unamos como familia a lo que él quiere hacer, y como ayudas idóneas de nuestro esposo podemos ser de bendición o ser piedra de tropiezo a lo que Dios está trabajando en nuestras vidas y sobre todo las vidas de nuestros esposos.
Nuestros hijos serán impactados en cada instante de sus vidas con la manera en la que nosotros llevemos nuestra vida con el Señor. Quizás pensaríamos que porque son pequeños no están observando nuestra manera de vivir la vida en el Señor, ellos son esponjas que están atentos en cada instante de sus vidas. Que maravilloso que la gracia de Dios y la responsabilidad como padres podamos antes de pensar en bienestar económico o carreras académicas, podamos dejar un legado de lo que significa el evangelio en nuestras vidas como familias.
Dios nos ha permitido pasar por diferentes situaciones pero han sido maravillosas para nuestro crecimiento espiritual y preparación para lo que Dios está llamando a nuestros hijos.
Ha sido una bendición poder darle toda la gloria y honra con lo que él se dispuso a hacer con nuestras vidas.
Hoy nuestros hijos están lejos de nosotros, pero sirviendo en su iglesia local, involucrados en las misiones y Dios está trabajando en sus vidas mientras ellos llevan en su corazón a la Latinoamérica y el mundo.
Se deja un legado cuando modelamos a nuestros hijos el evangelio. Una frase que me ha cautivado mucho es: “Si tu vida no es un mensaje tu mensaje no tiene vida” (anónimo).
“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza. Y estas palabras que yo te mando hoy estarán en tu corazón; y diligentemente las enseñaras a tus hijos, y hablaras de ellas cuando te sientes en tu casa y cuando andes por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes” (Dt. 6:5-7).
El Señor también ha llamado a los latinoamericanos, porque es un llamado que se le ha hecho a todo aquel que se ha arrepentido y ha recibido a Cristo como Señor y Salvador personal. Aunque algunas veces Dios nos llame a ir lejos de nuestros lugares, es importante que iniciemos en nuestra iglesia local. Ha sido un privilegio poder ver lo que Dios ha hecho, hace y hará en nuestras vidas y las de nuestros hijos. A él sea toda la gloria y honra
“Por lo tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Enseñen a los nuevos discípulos a obedecer todos los mandatos que les he dado. Y tengan por seguro esto: que estoy con ustedes siempre, hasta el fin de los tiempos” (Mt. 28:19-20).