Nota del Editor: Este es el último artículo en la serie “Testificando nuestra debilidad”. En los primeros artículos meditamos sobre la vida de María Magdalena y la restauración de Pedro. En esta última entrada de la serie estaremos recordando la vida de Pablo, un hombre que fue transformado y vivió para glorificar a Dios.
Pablo nació en Tarso y recibió de Gamaliel su entrenamiento en las Escrituras del Antiguo Testamento y las tradiciones rabínicas. Ciertamente una mente brillante del judaísmo del primer siglo. Tanto él (Pablo) como su padre fueron miembros de la secta ultraortodoxa de los Fariseos (Hechos 23:6) Esto último es muy importante porque es lo que nos va a permitir entender la vida de religiosidad que permeaba a Pablo y es este celo que lo lleva a perseguir a la iglesia. Pablo no solamente consentía en la muerte de los mártires de la fe como fue el caso de Esteban (Hechos 7:58), sino que proactivamente él mismo ejecutaba la autoridad farisaica para buscar y echar en la cárcel a los primeros cristianos (Hechos 8:3). Era evidente que su amor y apego a las tradiciones religiosas judías era tal que lo llevaba a cometer tan atroces actos. Y él es quien reconoce esto, en Hechos 22:4 cuando dice: “Y perseguí este Camino hasta la muerte, encadenando y echando en cárceles tanto a hombres como a mujeres”. Pablo estaba consciente de quién era él, un perseguidor acérrimo, despiadado de los cristianos. Todos sabían quién era Pablo, y cuál era su vida pasada. En Hechos 26:9-11 él mismo testifica de su conducta:
“Yo ciertamente había creído que debía hacer muchos males en contra del nombre de Jesús de Nazaret. Y esto es precisamente lo que hice en Jerusalén; no sólo encerré en cárceles a muchos de los santos con la autoridad recibida de los principales sacerdotes, sino que también, cuando eran condenados a muerte, yo daba mi voto contra ellos. Y castigándolos con frecuencia en todas las sinagogas, procuraba obligarlos a blasfemar; y enfurecido en gran manera contra ellos, seguía persiguiéndolos aun hasta en las ciudades extranjeras”.
Pablo no estaba orgulloso de su pasado, pero para él no era un motivo de intimidarse, sino una oportunidad preciosa para testificar de la gracia y misericordia de Dios al rescatarlo. En sus cartas, Pablo testifica valerosamente su condición humana y pecadora, pero no titubea al dirigir la gloria a su Salvador. El Apóstol utilizaba su antigua vida como perseguidor para glorificar a Dios por su poder transformador. Era como si dijera: “Yo era tan malo y, aun así, Dios me salvó”. Él mismo se consideraba como el peor de los pecadores. En 1 Timoteo 1:15 leemos:
“Palabra fiel y digna de ser aceptada por todos: Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, entre los cuales yo soy el primero”.
Al igual que Pablo, no me siento orgullosa de lo que era, y quizás a veces he intentado ocultarlo para no permitir que vean de dónde vengo o cuáles son mis debilidades y luchas. Posiblemente eso mismo has sentido tú. Lo cierto es que al ver la vida de estas personas que Dios transformó nos damos cuenta que podemos estar desperdiciando una oportunidad preciada para mostrar a Cristo y su obra en nuestras vidas. Tal vez alguien necesita ver nuestra humanidad y vulnerabilidad, alguien que puede estar sucumbiendo y necesita escuchar con tu ejemplo que Cristo fortalece al débil y levanta al caído. Tal vez alguien necesita escuchar que no importa si tuviste un hogar funcional o creciste en un hogar roto, tu identidad no está en las circunstancias o en los que te rodean, tu identidad puede estar cimentada en Jesús. El pastor John Piper explica que no debemos ser tímidos para compartir nuestro pasado o luchas y debilidades. Él menciona varias razones. En primer lugar, como nos muestra la vida del Apóstol Pablo, los primeros cristianos no se avergonzaron de hablar de sus luchas. En segundo lugar, consideremos que el desear tapar tales debilidades puede dar una falsa impresión de lo que significa convertirse a Cristo y ser santificado, de que es un estándar muy alto y difícil de alcanzar. Cuando mostramos nuestra vulnerabilidad damos esperanza a la gente de que somos gente real, con problemas reales y no una raza moral superior. Por último, el pastor Piper afirma que el propósito de tales pruebas y dificultades es magnificar la gracia y paciencia extraordinaria de Dios en Cristo para testimonio de otros. Pablo afirma esto en 1 Timoteo 1:16:
“Sin embargo, por esto hallé misericordia, para que en mí, como el primero, Jesucristo demostrara toda su paciencia como un ejemplo para los que habrían de creer en Él para vida eterna”.
Nuestro pasado no protagoniza nuestra historia, el protagonista es un Jesús en acción, transformando una vida perdida en una vida con propósito. No permitamos que las sombras de ese pasado nos impidan abrazar el perdón de Dios y que impidan que podamos usar nuestros talentos para Su obra. Dios no va a impedir que le sirvamos genuinamente por un pasado que fue ya perdonado y redimido en la cruz. Permitamos que Cristo y su evangelio brillen. Pide al Señor que guíe tus palabras de manera oportuna y adecuada para que puedas testificar a otros de lo que Él ha hecho en tu vida y de lo que aún sigue haciendo por su gracia incomparable. ¿De qué sirve la luz si la cubrimos?
Vosotros sois la luz del mundo. Una ciudad situada sobre un monte no se puede ocultar; ni se enciende una lámpara y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en la casa. Así brille vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas acciones y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos. (Mateo 5:14-16)