1524, cómo Dios mostró Su fidelidad a Su iglesia

En medio del tumulto político y el caos que tanto presionaba a la iglesia desde todos los lados, Cristo siguió preservando y edificando Su iglesia.
Foto: VaE

El siglo entraba en su vigésimo cuarto año. Habían pasado siete años desde que las noventa y cinco tesis despertaron inesperadamente la ira de la Iglesia Católica Romana, cuatro años desde que Lutero quemó públicamente la bula papal que condenaba sus enseñanzas, y tres desde que la Dieta de Worms declaró hereje a Lutero. No había cuartel. Sus seguidores debían retractarse o ser condenados, arrojados a las tinieblas exteriores de la iglesia; sus libros borrados de la memoria humana. Y Lutero desapareció.

Los amigos más íntimos de Lutero en Wittenberg habían recibido rumores de que cierto caballero, un tal Jorge Junker, se parecía mucho a Martín. Temiendo el asesinato de Lutero, Federico el sabio, había tomado medidas para garantizar la seguridad del reformador. Bajo el supuesto apodo, Lutero escribió prolíficamente desde su torre en el castillo de Wartburg, enviando luz a la oscuridad. Pero no todo iba bien. En 1524, los campesinos alemanes se rebelaron contra los príncipes germánicos. Este levantamiento adquirió un marcado carácter teológico y escatológico: en sus Doce Artículos, plantearon reivindicaciones religiosas y económicas, intentando fundamentar sus declaraciones en las Escrituras. El tumulto se agravó con personalidades excéntricas y supuestos “profetas” que pretendían hacerse un nombre en medio del malestar social, todos ellos reclamando la revelación directa del Espíritu Santo. Con fervor apocalíptico, estas hordas pretendían deshacerse de su “cautividad babilónica” y formar una nueva comunidad teocrática. Los príncipes alemanes descendieron sobre los campesinos con una fuerza terrible. Más de 100.000 serían masacrados en cuestión de semanas.

Lutero escribió prolíficamente desde su torre en el castillo de Wartburg.

Fue una época de tremenda agitación. Políticamente, el Sacro Imperio Romano Germánico, durante mucho tiempo bastión de la cristiandad, parecía desmoronarse desde sus cimientos. Personas de todas las castas sociales comenzaron a verse a sí mismas bajo una nueva luz teológica. Sospechas religiosas y destrucción de todo tipo se extendieron por toda Europa: santuarios sagrados saqueados, ventanas rotas, estatuas de santos profanadas con sus manos y rostros destrozados como los ídolos de antaño.

Sin embargo, Martín Lutero siguió proclamando el evangelio. En 1524, Lutero persistió en su traducción de la Palabra a la lengua vernácula del pueblo alemán. Designó a su amigo, Johann Walter, para que escribiera himnos “para que la Palabra de Dios estuviera también entre el pueblo en forma de música”. Y, quizá lo más asombroso de todo, Lutero conoció a la mujer que se convertiría en su esposa. Solo un año antes, en la primavera de 1523, una docena de monjas, conversas protestantes, habían sido introducidas de contrabando en Wittenberg entre barriles de arenque. Entre ellas, Katharina von Bora, o “Katie”, como a Lutero le gustaba llamarla. Se trataba de una mujer de notable fuerza e ingenio, que Lutero disfrutaba y respetaba profundamente: se refería a ella como su “costilla”, la “doctora Katharina”, y la “estrella matutina de Wittenberg”.

En 1524, Lutero persistió en su traducción de la Palabra a la lengua vernácula del pueblo alemán.

En medio del tumulto político y el caos que tanto presionaba a la iglesia desde todos los lados, Cristo siguió preservando y edificando Su iglesia; Dios permaneció en Su trono. Se disfrutaba del matrimonio, se escribían y cantaban canciones, se fortalecía la amistad, y la Palabra se enviaba poderosamente al mundo a través de hombres humildes puestos a la tarea por el Señor Jesús.

Como Lutero reflexionaría muchos años después:

Yo, por experiencia propia, puedo atestiguar que Jesucristo es Dios verdadero; sé muy bien y he comprobado lo que el nombre de Jesús había hecho por mí. Muchas veces he estado tan cerca de la muerte que pensaba que ahora sí que tenía que morir, porque enseño Su Palabra al mundo perverso y le reconozco; pero siempre Él, misericordioso, me infundía vida, me refrescaba y me consolaba. Por tanto, pongamos diligencia solo en guardarle, y entonces todo estará seguro, aunque el diablo fuera siempre tan perverso y astuto, y el mundo siempre tan malo y falso. Sea lo que fuere lo que me suceda o lo que pueda sucederme, me aferraré a mi dulce Salvador Cristo Jesús, porque en Él estoy bautizado; no puedo hacer ni saber otra cosa que lo que Él me ha enseñado.[1]

Como fue en 1524, que así sea en el año 2024.


[1] Martin Lutero, “Conversaciones de sobremesa”, CLXXXII.

Publicado originalmente en Core Christianity.

Isaac Fox

Originalmente de la Costa Este, Isaac llama hogar ahora a San Diego. Tiene una licenciatura en Estudios Bíblicos en el Reformation Bible College, y está cursando actualmente Teología Histórica en el Seminario Westminster en California. Cuando no está en pánico por tener que cumplir con alguna entrega, le gusta escalar, leer a Dante y hablar con extraños en cafeterías.

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