La primera carta de Pedro fue escrita para los cristianos perseguidos de la Iglesia primitiva; habían sido expatriados y por tanto vivían huyendo para preservar su vida. Asimismo, eran violentados, odiados y asesinados. En la historia de la Iglesia no ha habido una persecución más hostil y global que ésta, tanto en crítica, mentiras y calumnias como en violencia: los acusaron de insurrección, canibalismo, inmoralidad, incesto, daño al comercio y progreso social, de destrozar hogares (por la división cuando uno se convertía a Cristo); y por eso eran buscados para ser asesinados, de hecho la muerte de Pedro fue producto de esta asechanza. En ese clima de hostilidad, Dios ordena a Su iglesia perseguida el hacer callar la ignorancia de los insensatos que rechazan Su verdad, además de criticar y agredir a los que creen en Él. Pero, ¿cómo callar la crítica, los ataques y calumnias de los que son contrarios a nosotros? ¿Cómo vivir el evangelio de la gracia en medio de un mundo que nos es hostil?
Callando la ignorancia de los incrédulos
1 Pedro 2:15 : “Porque esta es la voluntad de Dios: que haciendo bien, hagáis enmudecer la ignorancia de los hombres insensatos”.
¿Cómo pues, enmudecer la ignorancia de los críticos y opositores al evangelio? “Haciendo el bien”; esto es, comportándonos conforme al evangelio que creemos y predicamos. En tiempos de hostilidad, la voluntad de Dios para Su Iglesia fue que vivir según el Evangelio, enseñándoles que la principal herramienta para su validez frente a la sociedad incrédula es una vida justa, piadosa, recta, virtuosa, y no sólo las palabras. Nuestros tiempos no son muy diferentes a esos. Como hijos de Dios somos criticados en la universidad, en el colegio, en el trabajo, dentro de nuestras propias familias, y aún dentro de las mismas iglesias en que nos congregamos; muchos incluso son calumniados. Por ello, es a nosotros, al igual que a esa iglesia perseguida, a quienes Dios nos manda que parte de nuestro deber es “callar la ignorancia” de los incrédulos que nos critican. Notemos que la Biblia no dice que debemos callar a los “insensatos” o “incrédulos”, sino hacer enmudecer su ignorancia. El comportamiento injusto viene de la injusticia de sus propios corazones que ignorando voluntariamente la justicia de Dios les mantiene esclavizados; por eso a la par del evangelio que predicamos, debemos mostrar su eficacia por el testimonio de una vida santa, piadosa, justa, llena de obras justas. Somos cristianos porque hemos sido redimidos, pero nuestra vida diaria es la que hará creíble nuestra redención ante los demás. Comprendamos que “el mundo” lee más nuestras acciones que la Biblia; nuestros capítulos son las obras, y el mensaje que escribamos, o bien glorificará a Jesús o bien lo denigrará delante de ellos (Rom.2:24).
Viviendo como peregrinos y extranjeros
1 Pedro 2:11: “Amados, os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de las pasiones carnales que combaten contra el alma”.
Pedro apela a nuestra identidad de ser extranjeros y peregrinos para que nos abstengamos de satisfacer los deseos carnales que se experimentan en medio de un mundo hostil: defendernos, mantener nuestra reputación, buscar la aceptación de los que nos rodean, acusar a los demás de nuestros pecados, transigir la verdad, entre otros. Como peregrinos y extranjeros sabemos que no pertenecemos a este mundo, no somos ciudadanos del mundo, no nos identificamos con sus costumbres, modas, interpretaciones, filosofías, modos de creer y hacer las cosas. El mundo con sus cosas no es una opción viable en la vida de un redimido. Es el precio por nuestro privilegio de ser cristianos. Mientras peregrinamos no buscamos permanencia en este mundo, ni estabilidad, sino hacer la voluntad de Dios, ofrecer sacrificios de buenas obras como “acción de gracias”, mientras vamos de camino al cielo recordando que nuestra redención no es el final de las promesas de salvación de Dios, sino los cielos nuevos y la tierra nueva como nuestra patria. Y es esa vida que tendremos en la tierra nueva, que procuramos vivir ahora en medio de este mundo hostil. Peregrinos y extranjeros somos. Entender esto conlleva a comprender la misión del peregrino: vivir conforme al evangelio que decimos creer…
“… porque para este propósito habéis sido llamados, pues también Cristo sufrió por vosotros, dejándoos ejemplo para que sigáis sus pisadas… quien cuando le ultrajaban, no respondía ultrajando; cuando padecía, no amenazaba, sino que se encomendaba a aquel que juzga con justicia; y El mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre la cruz, a fin de que muramos al pecado y vivamos a la justicia, porque por sus heridas fuisteis sanados” (1 Pedro 2:21,23-24).
La vida del peregrino y extranjero es el Evangelio. Por eso Pedro une “el hacer obras justas para callar la ignorancia de los incrédulos” al evangelio de Jesucristo, porque de la misma manera que Cristo murió en la cruz, debemos morir al pecado y vivir a la justicia en medio de un mundo hostil. Vivir el evangelio es dar testimonio de la eficacia de la redención que hay en Jesús, Dios nuestro.