Es sorprendente lo que la gente está dispuesta a soportar si lo hace por un propósito en el que cree. Son sorprendentes las dificultades que las personas se imponen voluntariamente cuando creen que esas dificultades son el medio para alcanzar un fin deseable. Los atletas soportan interminables horas de entrenamiento, tiempos de preparación insoportables y el dolor de esforzarse hasta llegar al límite de su resistencia. Y lo hacen todo por la gloria de un trofeo, una medalla o para superarse a sí mismos. Los estudiantes aguantan largas horas de trabajo, trasnochan y se someten a exámenes difíciles porque creen que sus estudios les permitirán tener una carrera cómoda y satisfactoria. Las mujeres soportan las penurias del embarazo, los dolores del parto y las tomas a medianoche, todo por el gozo de ser madres.
Pero ¿qué pasa con las pruebas que no elegimos, las que se nos imponen sin que las deseemos y sin nuestro consentimiento? ¿Qué pasa con las pruebas que no nos llevan a alcanzar un objetivo o a sentirnos realizados? ¿Qué pasa con las pruebas que surgen de lo externo en lugar de lo interno, de los misterios de la providencia de Dios en lugar del anhelo de nuestros corazones?
En esos momentos, es una enorme bendición para los cristianos considerar por qué Dios nos ha creado y por qué nos ha llamado a vivir en este mundo. El fin principal del hombre, dice sublimemente el Catecismo Menor de Westminster, es glorificar a Dios y gozar de Él para siempre. Este es el fin principal, el propósito que abarca todo lo que somos, todo lo que hacemos y todo lo que experimentamos. Es la finalidad que impregna también todas las circunstancias menores, incluidos los momentos de sufrimiento.
Entonces, ¿cuál es el propósito principal del sufrimiento? El propósito principal del sufrimiento es glorificar a Dios y gozar de Él. El propósito principal de las pruebas es glorificar a Dios y gozar de Él. El propósito principal de la aflicción es glorificar a Dios y gozar de Él. El propósito de nuestras vidas es el propósito de nuestros momentos de dificultad, pérdida, aflicción, enfermedad y duelo.
Dios puede estar logrando muchas cosas por medio de nuestros momentos difíciles. Puede estar desplazando nuestra mirada de la tierra al cielo y haciéndonos anhelar más Su presencia. Puede estar refinando nuestros corazones y aumentando nuestra fe. Puede estar usando nuestras pruebas para bendecir y animar a otros o para darles un ejemplo a seguir. Puede estar utilizando nuestro sufrimiento para mostrar al mundo que nos rodea que nuestro amor por Él es profundo, real y duradero, y que lo amaremos en la oscuridad tanto como decimos hacerlo en la luz.
Pero en todo ello, podemos estar seguros de que hay un propósito más elevado y una vocación más alta: glorificar a Dios y disfrutar de Él. Los que rechazan a Dios no tienen un propósito más elevado ni una vocación más alta, porque no glorificarán a Dios ni disfrutarán de Él. Pero nosotros podemos comprometernos a glorificarlo —alabarlo, adorarlo, proclamar nuestra confianza en Él— incluso cuando nuestros cuerpos, mentes y corazones están destrozados. Y podemos comprometernos a disfrutar de Él —amarlo, mantener una relación con Él y encontrar placer en Sus promesas— incluso cuando nos han quitado mucho de lo que amamos.
Podemos, debemos, glorificarlo y disfrutar de Él, porque esto le da propósito a nuestras vidas y propósito a nuestras penas. No hay circunstancia que, en última instancia, carezca de propósito, porque no hay circunstancia que escape a nuestro mandato de glorificar a nuestro Dios y de gozar de Él ahora y para siempre.
Este artículo se publicó originalmente en Challies.