Nota editorial: Este artículo pertenece a una serie titulada Proyecto Reforma, 31 publicaciones de personajes que fueron instrumentos de Dios durante la Reforma Protestante. Puedes leer todos los artículos aquí
Theodore Beza nació en la baja nobleza de Francia y recibió allí una excelente educación como preparación para su carrera como abogado. Por la buena providencia de Dios, a la edad de 9 años fue enviado a estudiar con Melchior Wolmar, un luterano alemán, que no solo le enseñó griego y latín, sino que también, le enseñó a Beza de Cristo. Beza dice que el comienzo del tutelaje de Wolmar fue “el principio de todas las cosas buenas que he recibido desde ese entonces y que confío recibiré de ahora en adelante en mi vida futura”.
El copiloto de Calvino
Si embargo, después de completar su educación Beza llevó una vida disoluta en París durante una década hasta que estuvo postrado en cama y cerca de la muerte durante un tiempo. Entonces, en 1548, Dios lo hizo entrar en razón. Beza volvió a su compromiso con Jesús y huyó de Francia por la causa reformada en Suiza. Comenzó a enseñar a pastores en Lausana y en 1558 lo llamaron a Ginebra para servir bajo el mando de Juan Calvino. Beza y Calvino desarrolaron un vínculo estrecho en los últimos años de vida de este último. Calvino escribió que se preocupaba “profundamente por Beza, quién me quiere más que a un hermano y me honra más que a un padre”. Salvo unos pocos viajes fuera de la ciudad-estado suiza, Beza pasó el resto de su vida en Ginebra, a menudo bajo condiciones difíciles. Nunca supo si los católicos iban a invadir la cuidad y masacrar a sus habitantes y tuvo que luchar contra la creciente polémica luterana contra los protestantes reformados.
El defensor de Ginebra
Beza dejó su marca en la Reforma de muchas maneras. Primero, sobre él recayó la carga de liderar la Reforma de Ginebra luego de la muerte de Calvino en 1564. Durante los 40 años siguientes, Beza sirvió como pastor y profesor, viajó a Francia para ayudar a los atribulados protestantes de allí y debatió con católicos y luteranos. Juan Calvino fue, sin lugar a dudas, el padre del Calvinismo, pero Beza bien podría haber sido el primer calvinista. También fue él quien le dió forma a lo que ahora llamamos calvinismo al explicar y defender las doctrinas bíblicas que Calvino había redescubierto. A través de su ministerio de enseñanza y escritura, Beza defendió la imputación de la justicia de Cristo como esencial para la justificación del pecador, explicó la justicia de la doble predestinación y expuso el consuelo que un creyente recibe de la expiación definitiva de Cristo. Además de su liderazgo pastoral, Beza le dio a la joven iglesia reformada franco hablante la literatura necesaria para ayudar a su crecimiento. Durante su vida, Neza fue mejor conocido por su trabajo en el Nuevo Testamento, culminando con sus Anotaciones del Nuevo Testamento. Esta obra maestra lingüística incluye el texto griego del Nuevo Testamento, la traducción de la Vulgata latina y la traducción original de Beza al latín. Beza añadió sus notas textuales al pie de página y notas explicativas, demostrando que la fe reformada era claramente bíblica. Sus notas en Anotaciones influenciaron la traducción de la Biblia al inglés de 1560, la Biblia de Ginebra, que se convirtió en la traducción de la Biblia más popular entre los puritanos. El texto griego que Beza publicó fue el que usaron los traductores de la Biblia King James de 1611.
Bajo la poderosa mano de Dios
Beza heredó la visión bíblica de Calvino de la dulce soberanía de Dios sobre todo los asuntos de la vida humana. Después de la muerte de Calvino, Beza vivió tiempos tumultuosos, experimentando pruebas que le obligarían a confiar en su Señor. Por ejemplo, en 1587 cuando vió que Ginebra estaba a punto de ser invadida por los católicos, Beza animó a su congregación a confiar en la amorosa providencia de su Padre celestial: “Esta doctrina está llena de excelentes consuelos. Porque así entendemos que, por el poder de nuestro Dios, la furia de ese león hambriento es aplacada y frenada y que Dios nunca le permitirá hacer nada contra sus hijos que no sea para su bien y beneficio, como nos dice el apóstol (Romanos 8:28) y también nos enseña con su propio ejemplo (2 Corintios 12:17)». De hecho, dijo a sus oyentes, nuestra única esperanza es que nuestro Dios es soberano, tan soberano que el puede salvarnos de nuestros pecados cuando estamos totalmente muertos espiritualmente: «No hay en nuestra naturaleza nada más que la rebelión más desesperada y obstinada, hasta que el Espíritu de Dios aleja, primero, las tinieblas de nuestro entendimiento, que no puede ni quiere por sí mismo pensar en las cosas de Dios (2 Corintios 3:5) y, en segundo lugar, corrige el avance de nuestra voluntad, que es enemiga de Dios y de todo lo que es verdaderamente bueno (Romanos 5:10 y 8:7)». Beza vio que debido a que Dios reina y tiene todo el poder, los cristianos pueden esperar en su bondad a que los salve y los proteja, a través de los peligros de su peregrinación terrenal.