La tolerancia en nuestro mundo actual está minando la santidad de nuestras vidas, nuestras familias y nuestras iglesias. Con el afán de no incomodar y ser tolerantes con la vida de los demás, interpretamos el pecado como “debilidades humanas” y cada día somos más insensibles él. Hemos cambiado la santidad de Dios por la convivencia armoniosa con el pecado, sin que éste nos estorbe, considerando algunas veces que el estándar de santidad que Dios pide es una carga difícil de llevar. Este artículo es un llamado a nuestras vidas y la de nuestras familias a no acomodarnos y a ser santos como nuestro Dios lo es.
Dios Es Santo
En la primera epístola de Pedro Dios nos da un mandato: ser santos porque Él es santo, y señala “en toda nuestra manera de vivir”. (1 Pedro 1:14-16) La santidad de Dios forma parte de su carácter y define quién es Él, no es algo que Él hace, es algo que Él es. Su santidad lo distingue de nosotros y lo hace único. Por eso Dios es la moralidad absoluta ya que su pureza es perfecta. Esa santidad implica que Él no puede relacionarse con nada impuro, ni habitar en lo inmundo, sino que para poder tener una relación con ese Dios santo y puro debemos ser santos como Él es santo.
Llamados a ser Santos
No hay ninguna acción, ritual o sacrificio que pueda hacernos santos. La santidad no es algo que se obtiene, es algo que se recibe, y esto es por gracia. Esto es la gran paradoja de la santidad de Dios: por un lado Él no puede habitar con lo impuro, pero a su vez Él provee de limpieza a los pecadores para que podamos relacionarnos con Él. Dios nos santifica a través de dos acciones: nos rescata (aparta) y nos consagra (preserva) para Él. ¿Recuerdas lo que Dios tuvo que hacer para que el pueblo hebreo pudiera relacionarse con Él? Dios primero los rescató de la esclavitud de Egipto, los apartó para sí, los redimió y entonces los llamó a tener una relación exclusiva con Él. El llamamiento que Dios hizo a Israel para estar con Él era a su vez el mandamiento a “separarse”, a ser distintos de todas las naciones de la tierra. Dios pidió que su pueblo fuera como Él (apartados de los demás pueblos). Luego de su rescate Dios sabía que iban a volver a pecar, entonces para preservarlos en santidad les dio su Palabra escrita: mandamientos, leyes, ceremonias y rituales que debían obedecer para mantenerse limpios y puros delante de Él. No había otra manera en que el pueblo de Dios se mantuviera consagrado a Él sino mediante la obediencia de la Palabra escrita. Así como Israel fue hecha nación santa, siendo salvados por Dios, así ahora tú y yo en Cristo no solo somos salvos, sino también llamados a ser santos como Dios lo es. ¿Cómo? Por medio del Espíritu Santo, cuya obra principal es mantenernos en Cristo creyendo en el Evangelio. Lo que hacían las ceremonias y rituales en el Antiguo Testamento ahora lo hace el espíritu de Cristo en nosotros. Dios nos llama y nos consagra por medio del evangelio aplicado a nuestra vida a través del Espíritu Santo, quién cada día nos lleva a aborrecer el pecado del cual antes éramos esclavos.
¿Cómo vivir en Santidad?
El origen de nuestra santificación es Cristo Jesús, a través del don de la fe en el evangelio y por su gracia es que seguimos unidos a Él. Es por la fe que confiamos en sus promesas, que recibimos el poder de su Espíritu Santo para resistir el pecado y vivir para Dios. La fe puesta en Jesús y su evangelio produce verdaderos frutos de justicia y nos sostiene como creyentes hasta recibir la herencia de los santificados. Por tanto, la manera en que luchamos contra el pecado es centrando nuestra vida y edificándola alrededor del evangelio de la gracia de nuestro Señor Jesucristo. El mismo evangelio que nos salvó es el que necesitamos para ser edificados todos los días de nuestra vida. Cuando el mensaje del evangelio es distorsionado, la santidad de la iglesia/familia/persona se ve comprometida porque se está destruyendo el fundamento de nuestra fe: Cristo Jesús. Si quitamos el evangelio de nuestra vida diaria vamos a terminar viviendo conforme a nuestros pensamientos, deseos y pecados. Muchos de nosotros pensamos que el evangelio es solo para salvación y no para nuestra diaria santificación, es por ello que vivimos vidas bajo nuestras propias reglas sin consagrarnos a Dios. Recuerda, la santificación no solo es un regalo para ser recibido, sino una estilo de vida que produce en nosotros el ser conformados a Cristo en su muerte y su resurrección, renunciando al mundo y a todos nuestros pecados, en esperanza de su pronto regreso. Mientras más conozcamos a Dios más vamos a querer vivir para Él y aborrecer nuestro propio pecado. Conocer a Dios a través de su Palabra es la única forma de santificarnos día a día.