Reflexiones sobre el perdón

Donde hay perdón genuino, puedes encontrar la belleza de Dios.  

Hace un tiempo veía un documental donde se entrevistaba a una persona diferente en cada episodio. Todas las personas habían sido elegidas porque decidieron ir contra lo que socialmente es aceptado para luchar por lo que consideraban importante. Cada entrevista es bastante inspiradora y resaltan cualidades como la compasión, el valor de cada persona, la justicia, la empatía, entre otras cosas. Un episodio en particular me impactó enormemente, el cual estaba dedicado a Albie Sachs.   Para quien no lo conozca, Albie Sachs fue juez del Tribunal Constitucional de Sudáfrica. Pero antes de llegar a la cúspide de su carrera profesional, Sachs luchó durante años como abogado en los años del apartheid en Sudáfrica. En esos años tan duros acabó en la cárcel varias veces, hasta que finalmente fue exiliado. Durante su exilio le pusieron una bomba en su coche y casi casi acaba con su vida. Perdió un brazo y la vista en un ojo. Tiempo después pudo regresar a su país donde continuó luchando, y llegó a participar en la formación de la constitución de Sudáfrica.   Se abrió entonces la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, donde las víctimas decidían si se les concedía la impunidad a sus agresores, si estos confesaban la verdad sobre su crimen. En esa comisión, el hombre que puso la bomba en el coche de Sachs, contó lo que había hecho y fue perdonado por sus crímenes.   Años después este hombre se encontró con Albie Sachs, se dieron la mano y hablaron. Había sido perdonado, no solo por el sistema de justicia, sino por la persona a la que casi mata. Este acto de perdón le impactó tanto, que estuvo semanas llorando. No cabe dudad de que el perdón es poderoso.  

Es más fácil hablar sobre el perdón que ponerlo en practica 

Si hay un tema que me fascina es el perdón. No porque crea que lo tenga controlado, sino porque me cuesta entenderlo y practicarlo. Aunque todas conocemos la teoría, llevarlo a la práctica es mucho más difícil de lo que realmente parece. Puede que en nuestro día a día, con las pequeñas cosas, lleguemos a pedir perdón o perdonar más o menos fácilmente, pero luego ocurre algo que nos sacude y nos damos cuenta de que no somos capaces de perdonar, o de tragarnos nuestro orgullo y pedir perdón.   Cuando Jesús dice que debemos perdonar setenta veces siete, creo personalmente que es porque sabe que nos cuesta, por un lado; y, por el otro, porque continuamente nos ofendemos mutuamente.   El perdón es un tema recurrente en nuestra vida, por eso quiero compartiros algunas reflexiones sobre el mismo, para que podamos pensar sobre él.  

El perdón es un proceso 

Si somos realistas, el perdón trae consigo muchas emociones contradictorias que pueden llegar a ser abrumadoras. Durante todo el proceso desde que cometen una ofensa contra nosotras, sea grande o pequeña, luchamos entre aceptar o no la realidad de lo que nos ha pasado.   Pasamos de la culpa por no ser capaces de perdonar, a la culpa de creernos responsables del problema. Del dolor o la tristeza, al miedo de que nos vuelva a pasar otra vez. Del deseo de seguir adelante, a la incapacidad de dejar el pasado en el pasado. Es toda una lucha interna hasta que llegamos a ese punto donde nuestra mente puede descansar en paz. Y eso puede tardar desde apenas unos minutos, hasta años, o incluso, no llegar nunca.   El perdón no es fácil ni sale de forma natural en nosotras. Los fácil es querer justicia, o venganza. Lo fácil es que el enfado y el dolor crezcan hasta convertirse en rencor y resentimiento, y esto puede convertirse en una espiral de autodestrucción.  

El perdón requiere un sacrificio 

Perdonar no sale gratis, por eso es tan difícil. Perdonar requiere aceptar que te han hecho daño, y renunciar a la justicia o a la retribución que mereces. El perdón requiere que tu orgullo y tu miedo se hagan a un lado.   Dios llevó el perdón al sacrificio más grande de la historia de la humanidad. Dios entregó a su Hijo amado para que se hiciera justicia por nuestro pecado. Jesús, mientras estaba agonizando en la cruz, su oración al Padre fue que perdonara a las personas que lo estaban maltratando y burlándose de él.  

Perdonar no es olvidar 

Perdonar no siempre viene acompañado con una restauración total. En una relación entre dos personas (amistad, matrimonio, padre e hijos, etc.) un pilar fundamental es la confianza. Sin esta, la relación no puede crecer. Cuando hay una ofensa, si la confianza se rompe, no siempre puede volver a restaurarse. Por eso, perdonar no es olvidar lo que ha pasado, pero sí es aceptarlo. Perdonar es tratar de seguir adelante, sin quedarse atrapado por el rencor.  

El perdón es un milagro 

Creo que uno de los mayores milagros que hay en esta vida es el perdón. El mayor milagro que ha hecho Dios fue lo que Jesús hizo al venir a la Tierra, vivir como nosotros y entregarse como sacrificio, para vencer a la muerte y al pecado. Y todo eso está ligado al perdón de Dios. Ese perdón es el que restaura y hace milagros en las vidas de las personas.   El perdón es capaz de reconstruir relaciones que han sido rotas. El perdón tiene el poder de restaurar vidas que han sido quebradas. El perdón es esa flor que nace en medio de las ruinas. El perdón puede hacer milagros en las personas. El perdón crea belleza en la destrucción. Solo por medio del perdón encontramos lo que buscamos: el camino de la reconstrucción.   Donde hay perdón genuino, puedes encontrar la belleza de Dios.   Aunque me gustaría decir que domino el camino del perdón, la realidad es que no. Hay situaciones en las que me cuesta más que en otras. Sin embargo, sé que soy una obra en proceso, creciendo y mejorando cada día un poco más. Y ese es mi deseo para ti también, que sigas creciendo cada día en el camino del perdón 

Patricia Gueto

Patricia es española. Licda. en Teología con énfasis en Biblia y Teología (Seminario Teológico Centroamericano). Estudia un Grado en Historia en la UNED, en España. Ha desarrollado su labor como misionera en Redcliffe College (Inglaterra), Iglesia Centro Bíblico El Camino (Guatemala), y en la Misión Liebenzell (Ecuador). Actualmente reside en España con su esposo Diego y sus hijos Lucas y Noah.

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