Cuando pecamos contra otros, nuestra respuesta natural es distanciarnos de ellos. La niña traviesa que ha desafiado a sus padres mira el lío que ha hecho y luego, se escabulle a su habitación. El miembro de la iglesia que ha estado divulgando chismes sobre otra persona se mantiene distante el domingo siguiente. De esta manera, imitamos a nuestros primeros padres cuando cometieron su primer pecado. En medio de su vergüenza e incertidumbre, corrieron y se escondieron en su vano intento de escapar de la mirada omnisciente de Dios. La última imagen que vemos de Pedro en la escena de la crucifixión de Jesús es la de un hombre quebrantado que ha cometido un terrible acto de traición. Tres veces había negado tener cualquier tipo de asociación con Jesús; tres veces ha ido tan lejos como para invocar el juicio divino sobre sí mismo en vez de arriesgarse a que lo relacionaran con el hombre de quien alguna vez declaró que era “el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. Aunque había prometido valientemente que moriría por Él en vez de negarlo, aunque había sacado audazmente la espada para defender a su Señor, él había revelado su total cobardía. Cuando Jesús sufría y moría, Pedro corrió y se escondió. Cuando Jesús dio su último respiro en público, Pedro derramó en privado lágrimas amargas al sentirse condenado, culpable y con remordimiento. Sin embargo, la primera imagen que vemos de Pedro en la escena de la resurrección de Jesús es la de un hombre confiado que sigue siendo aceptado entre los discípulos. Ahora él es un hermano, no un marginado. Al oír la noticia de que Jesús ya no está en la tumba, Pedro fue el primero en salir corriendo para investigar, el primero en correr hacia su Señor, quien ahora ha resucitado. Cuando él y sus compañeros vieron a Jesús a la orilla del mar, Pedro fue el primero en saltar por la borda y correr confiadamente a Su lado. Pese a su grave transgresión, él tiene toda la certeza. ¿Qué le dio a Pedro tanta confianza? ¿Qué lo impulsó a correr hacia Jesús y no a huir de Él? Puedo pensar en una sola cosa: él conocía a Jesús. ¿Y qué convencía a los discípulos de seguir aceptando a Pedro en vez de comenzar a rechazarlo como compañero? Puedo pensar en una sola cosa: ellos conocían a Jesús. Pedro y sus demás compañeros habían pasado tiempo con Jesús, habían sido conocidos por Él, habían sido amados por Él. Tenían la confianza absoluta en Su disposición y capacidad de perdonar. Parece ser que jamás había pasado por sus mentes que Pedro debía ser avergonzado, excluido o reprendido, o que debía soportar un período de rechazo simbólico. Antes de experimentar una restauración formal. Aunque Jesús aún no se les había manifestado por completo por medio de Su ascensión a la gloria y el envío de Su Espíritu, ellos ya lo sabían. Ellos sabían que Pedro era amigo de Jesús y que ninguna traición pondría fin a esa amistad. Su confianza estaba basada firmemente en su conocimiento de Aquel que les había dicho: “Ya no os llamo siervos… pero os he llamado amigos”. Mi amigo cristiano, puesto que ya estás en Cristo —ya que has puesto tu fe en Él y recibido Su perdón— tú también eres Su amigo. Tú también eres conocido y amado por Él. Tú también puedes tener la confianza de que sin importar cuán grave ha sido tu traición para con Él, cuán terrible ha sido tu transgresión, Él jamás te echará fuera. En tu pecado y fracaso, en tu dolor y vergüenza, puedes ser como Pedro y correr directamente hacia Cristo.


Foto por Devin Justesen en Unsplash

Tim Challies

Tim Challies es uno de los blogueros cristianos más leídos en los Estados Unidos y cuyo BLOG ( challies.com ) ha publicado contenido de sana doctrina por más de 7000 días consecutivos. Tim es esposo de Aileen, padre de dos niñas adolescentes y un hijo que espera en el cielo. Adora y sirve como pastor en la Iglesia Grace Fellowship en Toronto, Ontario, donde principalmente trabaja con mentoría y discipulado.

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