Los cristianos han vertido mucha tinta intentando discernir cómo podemos conocer y hacer la voluntad de Dios. Como muchos otros, he escrito sobre esto a menudo, incluyendo una pequeña serie llamada Cómo conocer la voluntad de Dios. No obstante, hoy quiero que volvamos nuestra atención a algo relacionado pero un poquito diferente. Quiero preguntar cómo deben relacionarse los cristianos con la voluntad de Dios. Dios ha dado a conocer Su voluntad, así que, ¿cómo deben responder los cristianos?
La respuesta del cristiano a la voluntad de Dios
Los cristianos desean la voluntad de Dios. Jesús mismo dijo: “Si ustedes me aman, obedecerán mis mandamientos” (Jn 14:15). Cuando venimos a Cristo con arrepentimiento y fe, aprendemos, quizá para nuestra sorpresa, que Dios transforma nuestros deseos. Mientras que antes vivíamos para complacernos a nosotros mismos, ahora encontramos un profundo deseo de agradar a Dios. Mientras que antes vivíamos según nuestra propia ley, hallamos que ahora anhelamos vivir según la ley de Dios. Comenzamos a orar con David: “¡Cuánto deseo afirmar mis caminos para cumplir Tus decretos!” (Sal 119:5). ¡Deseamos la voluntad de Dios!
Los cristianos buscan la voluntad de Dios. Dado que los cristianos tenemos un deseo de hacer la voluntad de Dios, tenemos un deseo de conocerla. Después de todo, solo podemos obedecer en la medida que entendamos. Por esta razón, vamos a menudo a la Palabra de Dios, donde encontramos versículos como este: “La voluntad de Dios es que sean santificados…” y “Estén siempre alegres, oren sin cesar, den gracias a Dios en toda situación, porque esta es su voluntad para ustedes en Cristo Jesús” y muchos más (1Ts 4:3, 5:16-18). Buscamos intencional y diligentemente la voluntad de Dios tal como Él nos la ha revelado en la Biblia.
Los cristianos aprueban la voluntad de Dios. A medida que Dios nos transforma cada vez más a la imagen de Jesucristo, aprendemos con Pablo que “la ley es santa, y que el mandamiento es santo, justo y bueno” (Ro 7:12). La voluntad de Dios nunca es mala, nunca se equivoca, y definitivamente nunca es perjudicial. Así que descubrimos que no respondemos a la ley de Dios con decepción o una obediencia a regañadientes. Más bien, a medida que nuestra mente y nuestra vida son renovadas, aprobamos la ley de Dios como una clara revelación de la mente de Dios.
Los cristianos se deleitan en la ley de Dios. Puesto que amamos a Dios, deseamos hacer lo que honra a Dios, buscamos lo que honra a Dios, y aprobamos lo que honra a Dios. Y en todo eso nos deleitamos en lo que honra a Dios. Nos deleitamos en conocer y hacer Su voluntad. Mientras que antes nos alegrábamos en la desobediencia, ahora nos deleitamos en la obediencia. Nos hacemos eco de David, quien dijo: “Amo Tus mandamientos, y en ellos me regocijo” (Sal 119:47).
Los cristianos hacen la voluntad de Dios. Y finalmente, por supuesto, hacemos la voluntad de Dios. La conocemos, la aprobamos, nos deleitamos en ella, y entonces, desde luego, la hacemos. Realizamos todo lo que Dios nos dice que hagamos y nos abstenemos de todo lo que Él nos dice que no hagamos. Santiago dijo: “No se contenten solo con escuchar la palabra, pues así se engañan ustedes mismos. Llévenla a la práctica” (Stg 1:22), y con alegría hacemos todo lo que Dios quiere.
En todas nuestras discusiones acerca de la forma correcta de buscar la voluntad de Dios, no perdamos esto de vista: como cristianos, deseamos la voluntad de Dios, buscamos la voluntad de Dios, la aprobamos, nos deleitamos en ella, y la ponemos en práctica.
Hacer Su voluntad
¿Cómo debemos responder a la voluntad de Dios? Tim Challies nos invita a reflexionar sobre nuestra relación con Su voluntad: desearla, buscarla, aprobarla, deleitarnos en ella y, finalmente, vivirla. Aun así, no estamos dispuestos por naturaleza a hacer la voluntad de Dios. Al contrario, hasta que Dios interviene, nos complace contradecirle y desobedecerle. Pero una vez que Dios nos salva, llegamos a comprender el placer de cumplir Sus mandatos y someternos a Su voluntad. Y sobre eso reflexiona F. B. Meyer en este dulce pasaje, el cual puede ayudarnos en nuestro deseo de hacer la voluntad de Dios.
Dios es amor; hacer Su voluntad es esparcir amor a puñados de bendiciones sobre un mundo cansado.
Dios es luz; hacer Su voluntad es recorrer un camino que brilla cada vez más hasta el día perfecto.
Dios es vida; hacer Su voluntad es comer del Árbol de la Vida, y vivir para siempre, y beber de la vida más abundante que da Jesús a grandes tragos.
Dios es el Dios de la esperanza; hacer Su voluntad es estar llenos de toda la alegría y la paz, y abundar en esperanza.
Dios es el Dios de todo consuelo; hacer Su voluntad es ser consolado en todas nuestras tribulaciones por el tierno amor de una madre.
Dios es el Dios de la paz; hacer Su voluntad es conocer la secreta calma interior, que ninguna tempestad puede alcanzar, que ninguna tempestad puede perturbar.
Dios es el Dios de la verdad; hacer Su voluntad es estar en el bando vencedor, y tener la seguridad de que llegará el momento en que Él hará brillar nuestra rectitud como la luz, y nuestro juicio como el mediodía.
Por Su voluntad nos hemos acercado a Él, y Él se ha acercado a nosotros
Cuando se trata de nuestro crecimiento como cristianos, hay dos verdades relacionadas que necesitamos entender y tener constantemente en mente: el avance en la vida cristiana, es decir, el avance en nuestra relación con Dios y el avance en ser como Dios, se produce por una combinación del trabajo de Dios y nuestro trabajo.
Mientras que la justificación es obra exclusiva de Dios, la santificación es una obra en la que cooperamos. Dios, por medio de Su Espíritu, inicia y sostiene esa obra, pero nosotros estamos llamados a responder a ella y a cooperar con ella. Como dice Donald Whitney: “El avance en la vida cristiana no viene solo por la obra del Espíritu Santo, ni solo por nuestra obra, sino por nuestra respuesta y cooperación con la gracia que el Espíritu Santo inicia y sostiene”.
Cualquier relación depende de que cada persona persiga a la otra, y lo que es cierto de nuestra amistad con otros seres humanos es igualmente cierto de nuestra amistad con este Ser Divino. Mientras Dios nos persigue de verdad, nosotros también debemos perseguirle a Él. Así como Él inicia la relación, nosotros debemos fomentarla. Así como Él tiende la mano hacia nosotros, nosotros debemos tenderla hacia Él. Por eso te pregunto: ¿Te has acercado hoy a Dios a través de la oración? ¿Has escuchado su voz en las Escrituras? ¿Qué estás haciendo para fomentar esta preciosa relación? ¿Estás siguiendo Su voluntad?