Mientras cursaba una clase de teología, fui abrumado al ver mi orgullo en cada área de mi vida espiritual, personal y ministerial. Mi profesor, quién con los años llegó a ser uno de mis mentores, me dijo: “El orgullo es invisible pero evidente”. Era como si la luz de Dios, en Su Palabra, hubiera atravesado mi alma. Abrió mis ojos y mostró la vanidad y egocentrismo en mí. Dios, en Su gracia dolorosa, me enseñó en cada semana del curso un poco de la profundidad de mi pecado.
R. C. Sproul llamaba a ese tipo de quebrantamiento la “misericordia severa”.[1] Comencé a clamar en mis oraciones: “¡Hazme humilde, Señor! ¡Hazme como mi humilde Redentor!”. No sabía bien qué era la humildad, pero sí sabía que la necesitaba con urgencia; no sabía qué era la humildad, pero podía reconocer su aroma y su forma en la vida de otros hombres piadosos. Cuando me acerqué a algunos de ellos para conversar del tema, siempre hallé la misma realidad: ¡Ninguno se consideraba humilde!
Con mucha razón Charles Spurgeon escribió: “Yo creo sinceramente que entre más gracia tenga un hombre, más sentirá su falta de gracia”.[2] En aquella clase comprendí, por primera vez, lo que significa el quebrantamiento. No sabía qué era la humildad, y estoy seguro de que sé muy poco aún, pero comencé a buscarla, desearla y anhelarla intensamente. ¡Quizás tú estás ahí mismo hoy! La deseas, sabes que te hace falta con urgencia, pero no sabes qué es, dónde está, ni cómo vivirla. La anhelas, pero chocas una y otra vez con la realidad de tu orgullo. Por eso, quisiera compartirte lo que aprendí en mi búsqueda.
La humildad: una actitud
Lo primero que hice fue buscar cuál es el significado de la humildad. Un diccionario teológico ofrece la siguiente definición de la palabra griega para humildad: “En el Nuevo Testamento, ταπεινός (tapeinos) y sus derivados suman 34 casos, 13 de los cuales se hallan en obras paulinas, pero ninguno en el material juanino, Marcos, Hebreos, Judas, 2 Pedro ni las pastorales”.[3] Esta palabra griega neotestamentaria significa “Bajo, abajo, pobre, humilde”.[4]
Por su parte, algunas palabras hebreas bíblicas que se traducen como humildad concuerdan en su significado. Por ejemplo, “ṣā∙nûaʿ” quiere decir “humilde, modesto, relacionado con la humildad, y falta de presunción u orgullo”;[5] “šā∙p̄ēl” quiere decir “estar en un estado de bajo estatus; implica que el objeto humillado ha sido derrotado o está en necesidad… ser llevado a un punto bajo, derribado, o sea, ser traído a una posición baja a alguien criado en una posición elevada… estar a un bajo volumen de sonido”.[6]
Al revisar el significado de las palabras en griego y hebreo, podemos decir que la humildad bíblica es mucho más que actos específicos aislados. Se trata más bien de una virtud espiritual e interna con la que vivimos hacia Dios y hacia otros; se trata de una actitud de “bajo volumen de sonido”. No en vano se dice en zonas de campo que: ¡Las carretas vacían son las que hacen mucho ruido al andar!
Vale la pena considerar las definiciones ofrecidas por algunos teólogos. John Dixon la define como “la noble elección de renunciar a su estatus, desplegar sus recursos o su influencia para bien de otros antes que para su propio bien”.[7] Andrew Murray dice que “no es ya una actitud o una virtud como las otras, es la raíz de todas. Porque solo ella asume la postura correcta ante Dios y le permite a Él como Dios hacerlo todo”.[8] D. A. Carson dice que la pobreza de espíritu “no es carecer de valor sino reconocer su bancarrota espiritual”.[9] ¡Todo comienza ahí! Entramos en la justificación admitiendo nuestra bancarrota, y crecemos en la santificación con la misma actitud.
¿Quién de nosotros diría públicamente: “Yo sí soy humilde”? Probablemente nadie. Sin embargo, muchas veces lo creemos, porque es mucho más fácil identificar el orgullo en otros que en nosotros mismos. Alguien ha dicho que “la humildad es la única virtud del carácter que cuando crees que la posees, la pierdes”.[10]
El ejemplo humilde de otros hombres
Luego de tener una definición en mi cabeza, comencé a buscar ejemplos de humildad. La Biblia nos presenta varios hombres humildes:
- Isaías 6:5: “¡Ay de mí! Porque perdido estoy, pues soy hombre de labios inmundos y en medio de un pueblo de labios inmundos habito, porque mis ojos han visto al Rey, el SEÑOR de los ejércitos”.
- Job 42:6: “Por eso me retracto, y me arrepiento en polvo y ceniza”.
- Apocalipsis 1:17: “Cuando lo vi, caí como muerto a Sus pies”.
- 1 Corintios 4:13: “Cuando hablan mal de nosotros, tratamos de reconciliar. Hemos llegado a ser, hasta ahora, la basura del mundo, el desecho de todo”.
Leonard Ravenhill escribió lo siguiente sobre estas palabras de Pablo:
El hombre que se ha llamado a sí mismo la escoria del mundo, no tiene ambiciones, por tanto, no tiene nada de que estar celoso. No tiene reputación, por tanto, no tiene nada de qué defenderse, no tiene posesiones, por tanto, no tiene nada de qué preocuparse, no tiene derechos, por tanto, no puede sufrir agravios ¡Bendito estado! Ya está muerto, por tanto, nadie puede matarlo.[11]
Encontré la misma actitud en libros, biografías y testimonios de pastores que admiro [12]:
- John Knox: “Cada vez que me acuerdo de mis pecados, me siento apenado; mi hombre interior los detesta profundamente. Ahora lloro por mi corrupción”.
- John Bunyan: “Si me pongo a examinar de cerca y con rigor lo mejor de las cosas que ahora estoy haciendo, descubro algún pecado en ellas”.
- George Whitefield: “Me siento forzado a confesar que hasta de mi arrepentimiento me hace falta arrepentirme; hasta mis lágrimas les hace falta ser lavadas en la preciosa sangre de mi Redentor”.
- David Brainerd: “¡Ay de mí, porque soy inmundo en mi interior! ¡Ay de mí por lo orgulloso, egoísta, hipócrita que soy!”.
- Jonathan Edwards: “Ahora siento mi propia maldad y la corrupción de mi corazón aún más profundamente que durante el tiempo anterior a mi conversión”.
¿Cómo es posible que todos ellos se vieran así? ¡Eran santos hombres de Dios! Pero precisamente esta es la clave de la humildad: vernos a la luz de quién es Él. Ahí se acaban nuestros sentimientos de arrogancia y grandeza.
La humildad de Cristo en mí
Pero tener una definición de humildad y ver buenos ejemplos no fue suficiente. Después de varias conversaciones con mi mentor y muchos momentos a solas con Dios en Su Palabra, llegué al corazón de esta lucha. Entendí que la humildad se trata principalmente de Cristo en mí. ¡Yo no puedo ser humilde por mí mismo!
La humildad no es una virtud natural del hombre. Las Escrituras señalan que somos orgullosos por naturaleza (Mr 7:22-23; Ro 1:29-30; 2Ti 3:1-2; 1Jn 2:16; 1P 5:5). Incluso después de nuestra conversión, seguimos luchando con esa inclinación natural a la arrogancia. Un antiguo teólogo galés expresa esa lucha con las siguientes palabras: “Si sabes griego, hebreo y latín, no los pongas, como Pilato, a la cabeza de Cristo, sino a Sus pies”.[13] En este cuerpo de muerte siempre lucharemos con el orgullo.
¿Cómo podemos obedecer plenamente el mandato de vestirnos de humildad (Col 3:12; 1P 5:5)? Por el poder del Espíritu, quien forma a Cristo en nosotros. La humildad genuina, no falsificada, es la expresión de la vida de Cristo a través de nosotros. Tal como lo expresa Ian Thomas: “Estar en Cristo: eso es redención. Pero que Cristo esté en ti: eso es santificación”.[14] Andrew Murray afirma que “la plenitud del Espíritu Santo es ésta: Jesucristo en Su humildad, viniendo a residir en nosotros”.[15] Así, la humildad no es otra cosa que la imagen de nuestro Salvador formada en nosotros.
Como lo vemos en Filipenses 2:5-8, la humildad de Cristo tiene efectos comunitarios. Nuestro Señor se rebajó al tomar forma de hombre y disponerse a servir a Sus enemigos, dejando la comodidad de Su trono para buscar nuestro bien. Todo esto lo hizo en sumisión al Padre, obedeciendo Sus mandatos y cumpliendo Sus planes. Así mismo, al igual que Él, debemos bajarnos a servir, honrar y considerar a otros por encima de nosotros mismos, todo en una actitud de sumisión al Padre.
En conclusión, la humildad cristiana es más que actos específicos o aislados; es una disposición o actitud interna continua hacia Dios y hacia otros. Esta actitud comienza cuando nos vemos, a la luz de Su gloriosa perfección, tan necesitados como un mendigo. Nuestra única esperanza es caminar en dependencia del poder del Espíritu de Dios, quien produce la vida y carácter de Cristo en nosotros. Aprendí en aquella clase de teología que ese solo fue el comienzo, pero sigo en el mismo camino de luchar con mi orgullo y manifestar a mi Salvador.
Ruego a Dios que te acompañe en tu propia lucha por la santidad.
[1] R. C. Sproul, La santidad de Dios (Graham, NC: Publicaciones Faro de Gracia, 1998), 32.
[2] Charles Spurgeon, dicho en el mensaje de Miqueas: https://www.youtube.com/watch?v=1DIbuYvPoXs
[3] Kittel, Friedrich y Bromiley, Compendio del diccionario teológico del Nuevo Testamento (Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 2002), 1133–1137.
[4] A. E. Tuggy, Lexico griego-español del Nuevo Testamento (El Paso, TX: Editorial Mundo Hispano, 2003), 922.
[5] J. Swanson, Diccionario de idiomas bíblicos: Hebreo (Bellingham, WA: Lexham Press, 2014).
[6] J. Swanson, Diccionario de idiomas bíblicos: Hebreo (Bellingham, WA: Lexham Press, 2014).
[7] John Dixon, Humilitas: humildad: acceso al amor, la influencia y la plenitud (Miami, Florida: Editorial Peniel, 2013).
[8] Andrew Murray, La humildad: la hermosura de la santidad (Bogotá, Colombia: Editorial CLC, 2008), 8.
[9] Donald Carson, Comentario bíblico del expositor: Mateo (Miami, Florida: Editorial Vida, 2004), 148.
[10] Autor desconocido.
[11] Leonard Ravenhill, ¿Por qué no llega el avivamiento? (Miami, Florida: Editorial Peniel, 2008), 119-120.
[12] Las citas en la lista fueron tomadas de la obra El conocimiento espiritual de W. Nee (Miami, Florida: Editorial Vida, 1986).
[13] Leonard Ravenhill, ¿Por qué no llega el avivamiento? (Miami, Florida: Editorial Peniel, 2008), 104.
[14] Ian Thomas, La vida salvadora de Cristo (Michigan, USA: Zondervan Publishing House, 1961).
[15] Andrew Murray, La humildad: la hermosura de la santidad (Bogotá, Colombia: Editorial CLC, 2008), 8.