Con frecuencia escucho la pregunta: “¿cómo aplicas el texto en un sermón expositivo?”. Detrás de esta pregunta puede haber muchas suposiciones cuestionables. La persona que pregunta puede estar recordando sermones “expositivos” que ha escuchado —o tal vez predicado — que no eran diferentes a una clase bíblica del seminario; bien estructurados y precisos pero con muy poca demostración de urgencia piadosa o sabiduría pastoral. Esos sermones expositivos pueden haber tenido muy poca o ninguna aplicación. Por otro lado, la persona que pregunta puede simplemente no saber cómo reconocer una aplicación cuando la oye. William Perkins, el gran teólogo puritano del siglo XVI en Cambridge, instruía a los predicadores a imaginar los distintos tipos de oyentes y a pensar detenidamente en aplicaciones para cada uno de ellos (pecadores endurecidos, escépticos dubitativos, santos desanimados, jóvenes entusiastas, etc.). El consejo de Perkins es muy útil, pero es de esperar que ya lo estemos haciendo. Quiero abordar el asunto de la aplicación de una manera ligeramente diferente: no solo hay diferentes clases de oyentes, sino que también hay diferentes clases de aplicación. Cuando tomamos un pasaje de la Palabra de Dios y lo explicamos con claridad, de manera convincente, incluso con un sentido de urgencia, hay por lo menos tres clases diferentes de aplicación que reflejan tres clases diferentes de problemas que se encuentran en el peregrinaje cristiano. En primer lugar, luchamos bajo la plaga de la ignorancia. En segundo lugar, luchamos con la duda, con más frecuencia de lo que nos damos cuenta. En tercer lugar, luchamos con el pecado, ya sea por medio de actos de desobediencia directa o por medio de una negligencia pecaminosa. Como predicadores, anhelamos ver cambios en cada uno de los tres aspectos, tanto en nosotros mismos como en nuestros oyentes, cada vez que predicamos la Palabra de Dios. Y cada uno de los tres problemas da lugar a una clase diferente de aplicación legítima.
La ignorancia
La ignorancia es un problema fundamental en un mundo caído. Hemos alienado a Dios de nosotros. Nos hemos desconectado de una comunión directa con nuestro Creador. No es sorprendente, pues, que informar a las personas de la verdad acerca de Dios sea en sí mismo una forma poderosa de aplicación y, además, lo necesitamos desesperadamente. Esto no es una excusa para predicar sermones fríos y desapasionados. Yo me puedo emocionar tanto — e incluso más — con afirmaciones indicativas como por medio de mandatos imperativos. Los mandamientos del evangelio a arrepentirnos y creer no significan nada aparte de las afirmaciones indicativas con respecto a Dios, a nosotros mismos y a Cristo. La información es vital. Somos llamados a enseñar la verdad y a proclamar un gran mensaje acerca de Dios. Queremos que las personas que escuchan nuestros mensajes pasen de ser ignorantes a ser entendidas en la verdad. Informar con sentimiento es aplicación.
La duda
La duda es una forma diferente de ignorancia. En la duda, tomamos ideas o verdades que nos son familiares y las cuestionamos. Este tipo de cuestionamiento no es raro entre los cristianos. De hecho, la duda puede ser uno de los asuntos más importantes que debemos explorar y desafiar con nuestra predicación (a conciencia y con reflexión). La confrontación de la duda no es algo que un predicador haga con los no creyentes como si fuera una pequeña apologética previa a la conversión. Algunas personas que se sientan a escuchar sermones semana tras semana pueden conocer muy bien los hechos que el predicador menciona acerca de Cristo, o de Dios, o de Onésimo; pero pueden muy bien haber estado luchando con si realmente creen o no que esos hechos son verdad. Algunas veces las personas ni siquiera son conscientes de sus dudas, y mucho menos son capaces de articularlas como dudas. Pero cuando comenzamos a escudriñar las Escrituras, encontramos suspendidas en las sombras diversas preguntas, incertidumbres e indecisiones, que nos hacen tristemente conscientes de esa atracción gravitatoria de la duda que desde la distancia nos trata de alejar del camino fiel del peregrino. Para tales personas — tal vez para tales rincones de nuestro corazón — debemos argumentar a favor de la fidelidad de la Palabra de Dios e instar a creer en ella con urgencia. Somos llamados a instar a los oyentes hacia la veracidad de la Palabra de Dios. Queremos que las personas que escuchan nuestros mensajes pasen de la duda a una creencia plena en la verdad. Esta predicación urgente y escudriñadora de la verdad es aplicación.
El pecado
El pecado es, también, un problema en este mundo caído. La ignorancia y la duda pueden ser en sí mismas pecados específicos, el resultado de pecados específicos o ninguna de las dos cosas. Pero el pecado es ciertamente más que negligencia o duda. Puedes estar seguro de que las personas que escuchan tus sermones habrán estado luchando con la desobediencia a Dios en la semana que pasó, y casi seguro que lucharán con la desobediencia al Señor en la semana que van a comenzar. Los pecados serán variados. Algunos consistirán en desobediencia de acción, otros serán una desobediencia de inacción. Pero ya sean de comisión o de omisión, los pecados son desobediencia a Dios. Parte de la predicación consiste en desafiar al pueblo de Dios a una santidad de vida que refleje la santidad de Dios mismo. Así que parte de la aplicación del pasaje bíblico consiste en extraer las implicaciones de ese pasaje para nuestras acciones semanales. Como predicadores, hemos sido llamados a exhortar al pueblo de Dios a la obediencia a su Palabra. Queremos que nuestros oyentes pasen de una desobediencia pecaminosa a una obediencia gozosa y voluntaria a Dios según su voluntad, tal y como está revelada en su Palabra. Este tipo de exhortación a la obediencia es ciertamente aplicación.
El evangelio
El mensaje principal que tenemos que aplicar cada vez que predicamos es el evangelio. Algunas personas aún no conocen las buenas noticias de Jesucristo. Y algunas de ellas pueden incluso haber estado escuchando tus predicaciones por un tiempo, distraídas o adormiladas o soñando despiertas o no prestando atención. Estas personas necesitan que se les informe del evangelio. Necesitan que se les enseñe. Otros pueden haber escuchado, entendido, y tal vez incluso haber aceptado la verdad, pero ahora se encuentran luchando con dudas sobre asuntos que tú estás tratando — o asumiendo — en tu mensaje. Tales personas necesitan que se les inste a creer la verdad de las buenas noticias de Cristo. Y, también, las personas pueden haber escuchado y entendido, pero permanecen lentas para arrepentirse de sus pecados. Incluso pueden aceptar la verdad del mensaje del evangelio, pero no quieren abandonar sus pecados y confiar en Cristo. Para tales oyentes, la aplicación más poderosa que puedes hacer es exhortarles a aborrecer sus pecados y acudir a Cristo. En todos nuestros sermones, debemos tratar de aplicar el evangelio informando, instando y exhortando. Un desafío común que los predicadores afrontamos al aplicar la Palabra de Dios en nuestros sermones es que algunas personas que están experimentando problemas en un área muy acentuada pensarán que no estás aplicando las Escrituras en tu predicación porque no estás abordando su problema particular. ¿Tienen razón? No necesariamente. Aunque tu predicación puede mejorar si comienzas a tratar cada categoría más frecuentemente y de una manera más concienzuda, no está mal que prediques a aquellos que necesitan que se les informe o que necesitan que se les exhorte a abandonar el pecado, incluso si la persona que está hablando contigo no es consciente de esa necesidad. Una nota final. Proverbios 23:12 dice: “Aplica tu corazón a la instrucción y tus oídos a las palabras del conocimiento”. En las traducciones en inglés, parece que las palabras traducidas como “aplica” en la Biblia casi siempre — ¿tal vez siempre? — hacen referencia no al trabajo del predicador — como nos enseña la homilética — ni siquiera al del Espíritu Santo — como nos enseña con toda razón la teología sistemática — sino al trabajo de aquel que escucha la Palabra. Somos llamados a aplicar la Palabra a nuestros propios corazones, y a dedicarnos nosotros mismos a esa obra. Esta es, tal vez, la aplicación más importante que podríamos hacer el próximo domingo para el beneficio de todo el pueblo de Dios.
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