Elaborar aplicaciones de sermón que sean reflexivas, enfocadas y transformativas puede ser desafiante. Pero después de trabajar duro en hacer exégesis del texto y el análisis teológico, es fácil sentir que queda poco tiempo o poca energía para pensar en aplicar el texto a las personas dentro de la congregación.
Pero Dios pretende que la predicación transforme, no que meramente informe. La Biblia nos dice que “la fe viene del oír, y el oír, por la palabra de Cristo” (Ro. 10:17). No sólo nuestra conversión inicial y recepción del Espíritu son resultado del oír con fe, sino que también lo es nuestro crecimiento continuo en santidad (Gá. 3:1-5). Mientras nuestra congregación oye la Palabra predicada, queremos que se encuentren al Dios viviente y sean transformados por su Espíritu (2 Co. 3:17-18). Jesús nos enseñó que “el Espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida” (Jn. 6:63). El Espíritu usa la predicación de su Palabra como el medio para ir trasladando pecadores del dominio de las tinieblas al reino de Cristo (Col. 1:13-14) y transformando el pueblo de Dios para que reflejen con mayor claridad a Cristo.
En resumen, el invertir trabajo duro en identificar maneras específicas en que un texto bíblico específico se aplica a nuestros oyentes es una parte esencial de la predicación.
Sin embargo, incluso si estamos comprometidos al trabajo duro de elaborar buenas aplicaciones en nuestros sermones, podemos sutilmente caer dentro de una rutina. Tal vez el sentir la presión de hacer “práctico” al sermón, nuestra aplicación puede rápidamente caer por defecto a enfocarnos en lo que deberíamos hacer en respuesta al texto bíblico. El peligro con este enfoque es que sutilmente comunica a nuestros oyentes que la vida cristiana es primera y principalmente centrada en lo que nosotros hacemos, en vez de estar enfocada en lo que Cristo ha hecho por nosotros. Para algunos de nuestros oyentes esto produce una forma de autojustificación legalista mientras ellos actúan diligentemente; para otros, esto produce desesperación y desánimo por no lograr nunca estar a la altura de todo lo que un buen cristiano debería hacer. De ambas maneras, perdemos de vista el verdadero objetivo de aplicar el texto bíblico: una transformación de vida que afecta nuestro ser completamente.
Entonces, ¿cómo podemos aproximarnos a la aplicación en una manera que persiga este tipo de transformación de vida con el poder del Espíritu?
Cuatro preguntas para la aplicación integral
Ya que los dos mandamientos más grandes son amar a Dios con todo nuestro ser y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos (Mt. 22:34-40), nuestras aplicaciones del sermón deberían equipar a nuestros oyentes a perseguir estos mandamientos en el poder del Espíritu. Formular estas cuatro preguntas puede ayudarnos a aproximarnos a la aplicación de una manera más integral que facilite este objetivo.
1. ¿Qué quiere Dios que yo comprenda?
Como creyentes, Dios nos ha dado “la mente de Cristo” (1 Co. 2:16); sin embargo, seguimos tentados a pensar como lo hacíamos antes de conocer a Cristo (Ef. 4:17-19). Por eso Dios nos llama a ser transformados por la renovación de nuestra mente (Ro. 12:1-2). La predicación fiel expone maneras erradas de pensar sobre Dios, las personas y el mundo que nos rodea. También ayuda a nuestra gente a construir una cosmovisión bíblica.
2. ¿Qué quiere Dios que yo crea?
Podemos entender una verdad a nivel intelectual sin creerlo, al punto que moldee la forma en que vivimos. En la parábola del sembrador, Jesús hace referencia a personas quienes inicialmente recibieron la Palabra de Dios con gozo, pero no tienen raíz y posteriormente sucumben (Lc. 8:5-15). Su problema no es una falta de entendimiento; es fallar en retener la palabra “con corazón recto y bueno” (Lc. 8:15). La predicación fiel expone falsas creencias que nos llevan a perseguir el pecado, edifica la fe dentro del pueblo de Dios, y nos ayuda a cerrar la brecha entre lo que entendemos y lo que creemos funcionalmente. También llama a los incrédulos a abandonar su incredulidad y confiar en Cristo.
3. ¿Qué quiere Dios que yo desee?
Esta pregunta persigue lo que Jonathan Edwards llamó «afectos», los cuales se referían a la combinación de deseos, inclinaciones, sentimientos y voluntad que son la fuente de nuestras acciones. Dios nos llama a desearlo por sobre todo lo demás (Sal. 42:1-2), pero apartados de la obra del evangelio sólo desearemos lo que es malo (Pr. 24:1-2). La predicación fiel expone deseos pecaminosos, inclinaciones y sentimientos que nos conducen lejos del Señor. También provoca deseos piadosos y reorienta nuestros afectos a aquellos que complacen a Dios.
4. ¿Qué quiere Dios que yo haga?
Finalmente, cuando la verdad de la Palabra de Dios cambia nuestra forma de pensar, lo que creemos funcionalmente y lo que deseamos, producirá cambios tangibles en lo que hacemos y no hacemos. A veces, un pasaje nos da mandamientos directos (Ro. 12:9-17). Pero numerosos pasajes son mucho menos directos, requiriendo que pensemos cuidadosamente sobre acciones específicas a la luz de nuestro lugar actual dentro de la historia redentora. La predicación fiel expone acciones pecaminosas y patrones de comportamiento que no se adecúan a las maneras de Dios. También llama a los creyentes a poner en práctica la verdad de la Palabra de Dios en acciones tangibles, como una expresión de su amor por Dios y por otros.
Modelándolo para nuestra gente
Cada vez que abrimos la Palabra de Dios con alguien, estamos modelando cómo interpretarla y aplicarla, ya sea desde el púlpito o en una conversación personal. Aquí hay tres maneras en que podemos intencionalmente modelar esta aproximación integral a la aplicación.
1. Formulemos las preguntas explícitamente en nuestros sermones
Cuando llega el momento de movernos del texto a la aplicación, a veces podemos simplemente querer realizar una o más de estas preguntas, y luego efectivamente mostrarles a nuestros oyentes cómo Dios quiere que respondamos. No estoy recomendando que formulemos explícitamente las cuatro preguntas todas las veces que predicamos – eso se tornaría pedante. Pero ocasional y estratégicamente distribuirlas dentro de un sermón, puede ser de ayuda.
2. Hagamos conexiones entre los cuatro aspectos
A menudo un texto se enfocará en uno o dos de los cuatros aspectos de la aplicación. Así que, si tu texto está muy cargado en acciones específicas de qué hacer o no hacer (por ejemplo, Stg. 1:19-27), expongan las mentiras, las falsas creencias, y las motivaciones pecaminosas que nos conduzcan a participar en aquellas conductas pecaminosas. Si el texto se enfoca más en creencias y deseos, mostremos cómo estos a menudo conducen a conductas pecaminosas específicas.
3. Elaboremos aplicaciones que progresivamente construyan sobre los cuatro aspectos de la aplicación
Incluso si un texto no toca explícitamente ninguno de los cuatro aspectos de la aplicación, podemos guiar a nuestros oyentes a través del progreso. Tomemos algo que el texto enseñe que debamos comprender, expongamos cómo fallamos en creerlo funcionalmente, expliquemos qué revela eso sobre nuestros deseos, y describamos qué acciones tangibles fluyen del creer la Palabra de Dios y obedecerla.
Conclusión
A pesar de que el Espíritu es aquel que produce la transformación en la vida de una persona, una de las herramientas principales que usa es la predicación fiel y la aplicación. Mientras modelamos una aproximación integral a la aplicación, podemos esperar que nuestros oyentes empiecen a hacer lo mismo en su propia lectura de la Biblia.
Artículo original de 9Marks