¿Por qué a mí? Unas palabras sobre los padecimientos

Yo sí le pregunté al Señor: ¡¿por qué a mí? ¿Por qué a mi niña?! Por mucho, el momento más doloroso que he vivido hasta hoy ha sido recibir el diagnostico de una enfermedad incurable en mi pequeña hija de 3 años. Cuando el doctor mencionó la palabra diabetes, en segundos me transporté a todos los más fatídicos escenarios. En ese momento no pensé en Dios más que para reclamarle, pues todo iba bien, ¿por qué tenía que trastornarlo de esa manera?  Muchas veces en mi vida le dije al Señor, «heme aquí, envíame a mi» y esperaba algo como rescatar a los niños que sufren hambre en algún país remoto de África, o tener un centro médico gratuito que diera atención de calidad a las personas pobres, y así, un sin fin de ideas buenas y pomposas; pero jamás me imaginé que Dios me escogería para cuidar de una sola niña con diabetes tipo 1 quien además, sería mi hija.  Eso ya no suena tan atractivo, eso ya no merece un reconocimiento a través de un reportaje en la televisión, pues como madre ese es mi deber, cuidar de mi hija y casi nadie comprende las demandas de esa enfermedad; por lo tanto, no es un llamado extraordinario como yo esperaba y como a Jonás, Dios me hizo una asignación que no quería tomar.  Justo cuando entraba a la sala de cuidados intensivos con mi hija grave y complicada por la diabetes, el Espíritu Santo me redarguyó y entendí que mi hija fue pensada desde antes de la fundación del mundo, que ella debía nacer así tal cual es y necesitaría a alguien que la cuidara; así que, desde mi niñez Dios me empezó a preparar para esa misión que me encomendaría a mis casi 35 años  En estos 4 meses viviendo con el diagnostico de nuestra hija, confieso que he tenido una serie de sentimientos que nunca los había experimentado juntos: rabia, impotencia, culpa, dolor, tristeza, ansiedad, desesperación, soledad, todo al mismo tiempo. Y he escuchado palabras de consuelo desde las más alentadoras hasta las más desesperanzadas sin saber muchas veces qué responder ante la necedad o la ignorancia de muchos, quienes, como los amigos de Job, vienen a consolarte sin dar consuelo.   Sin embargo, ha sido a solas entre Dios y yo que he encontrado consuelo, paz, esperanza y fe para enfrentar esta lucha. Dios tuvo que apartar a Jonás en el vientre de un pez para hacerle entender que su llamado era irrevocable, que no sería fácil pero no estaría solo.   Muchas veces quisiéramos que la gente se pusiera en nuestros zapatos y asumiera nuestras situaciones, pero eso no es posible del todo en este mundo donde cada uno corre con su propia aflicción. Debemos recordar que solo Jesús quien lo padeció todo es capaz de consolarnos en todo tiempo. Estoy aprendiendo a vivir un día a la vez, estoy asumiendo mi rol en esta situación que no está bajo mi control y estoy aceptando la soberanía de Dios a través de la enfermedad que padece mi hija.   Hay días que no lo logro, algunos solo un poco, pero bendito Dios que sus misericordias se renuevan cada mañana y cada día es una oportunidad nueva que el Señor nos da para hacerlo mejor que ayer. A veces vuelvo a preguntar ¿por qué a mí? ¿por qué a mi niña? Y vuelvo a sentirme tan perdida como el primer día, pero eso solamente me confirma el paciente e infinito amor de Dios quien me lleva nuevamente de la mano a entender lo que ya me ha mostrado una y otra vez. Es el mismo Dios al que David clama en Salmos 86:15 “Mas tú, Señor, eres un Dios compasivo y  lleno  de piedad, lento para la ira y abundante en misericordia y fidelidad”.  El cansancio físico es otra situación que debemos enfrentar al cuidar de alguien más; los desvelos y el sueño entrecortado pasan factura; y de verdad hay mañanas que ni siquiera cómo me voy a poner en pie, pero una vez que me levanto siento la fortaleza que solo puede venir del Señor quien da esfuerzo al cansado y multiplica las fuerzas al que no tiene ninguna (Isaías 40:29)  Sin duda alguna, desde el día que recibimos el diagnóstico he visto la mano de Dios en cada detalle, humanamente me derrumbo, pero ahí, en el suelo, puedo reconocer la misericordia y bondad de Dios en medio de una situación que simplemente es consecuencia de la naturaleza caída del ser humano.  El Señor mismo nos lo advirtió en Juan 16:33 cuando dijo: «En el mundo tenéis tribulación; pero confiad, yo he vencido al mundo», lo que al final me ha llevado a replantear mi pregunta: ¿Y por qué no a mí? ¿Y por qué no a mi hija? Si estamos en este mundo caído, rodeados de calamidades, nadie dijo que no padeceríamos; pero Jesús al partir nos dejó al consolador, al Espíritu Santo quien ha sido mi guía en este camino, me ha llevado a las personas y los medios correctos para poder atender las necesidades de mi hija y, además, en la soledad me acompaña, en la tristeza me consuela y en la debilidad me fortalece.  Mi esperanza es y siempre será que El Señor Dios todopoderoso sane a mi hija, pero mi mayor deseo es que su voluntad buena agradable y perfecta la escoja para salvación y la lleve de la mano por el camino que ha escogido para ella. Sé que Dios ama a mi niña más de lo que yo podré amarla jamás y esa certeza me llena de paz.  “Bienaventurados los que lloran, pues ellos serán consolados (Mt. 5:4) 

Ehiby Martínez

Ehiby vive en Tegucigalpa, Honduras. Es hija de Dios, esposa de Rudy, madre de Benjamín y Abigail. Médico General con Maestría en nutrición y dietética, docente en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras.

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