Fuiste creado para ser amigo de Dios. Dios no sólo quiere que sepamos acerca de él; quiere que lo conozcamos y que experimentemos su amistad. Jonathan Edwards nos insta a «Que sea nuestro primer amor entrar en una amistad eterna con Cristo que nunca se romperá» (WJE Online Vol. 44) [1]. El evangelio nos llama a confiar en Jesús como nuestro Salvador, a someternos a Él como nuestro Rey, y a valorarlo como nuestro Tesoro. También nos llama a disfrutar de Él como nuestro amigo. ¿Pero lo ves de esta forma? ¿Qué significa para Él ser nuestro verdadero amigo, y cómo experimentamos su amistad? ¡Oh qué amigo tengo en Cristo!
Con gusto Él nos llama amigos
Jesús reunió a sus discípulos por última vez, la noche anterior a su muerte, para prepararlos para el día siguiente y lo que vendría después. En medio de esta noche sagrada dijo: «Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor, sino que os he llamado amigos, porque todo lo que he oído de mi Padre os lo he dado a conocer» (Juan 15,15). Ser llamado siervo de Jesús es un privilegio inconmensurable. Sin embargo, Jesús confiere un honor mayor. Él nos hace aún más cercanos. Nos llama amigos. Dos pruebas demuestran su sinceridad. Primero, abrió su corazón con transparencia. Mientras que un amo no le dice a su siervo lo que está haciendo, Jesús nos reveló la voluntad de su Padre. Y enviaría a su Espíritu para asegurarse de que todos los futuros discípulos escucharan estas palabras (Juan 14:26; 16:12-15). Segundo, la cruz prueba su amistad. Dijo: «Nadie tiene un amor mayor que éste: que uno dé su vida por sus amigos.» (Juan 15:13). Él quería que sus discípulos vieran la cruz y pensaran: Ahora entiendo: Él se sustituyó a sí mismo por mí bajo la ira de Dios, y lo hizo porque me ve como su amigo más preciado. Él quiere que veamos la cruz como un sacrificio lleno de afecto por los amigos. La amistad está en el corazón más profundo de Cristo y está en el centro mismo del evangelio. Tengamos buenos amigos en el ministerio
Él no es nuestro rey «o» nuestro amigo
Sin embargo, para algunos, la amistad con Jesús parece disminuir su gloria. A menudo he oído el sentimiento: «Jesús no es nuestro amigo, es nuestro Rey». Pero no tenemos que elegir, porque ambos son ciertos – Jesús es nuestro rey exaltado y nuestro amigo más verdadero. Esto no minimiza su gloria; la magnifica, porque muestra las inconmensurables riquezas de su gracia (Efesios 1:6-7). Sólo la gracia explica que el Rey soberano dé la bienvenida a los pecadores como amigos suyos. Pero, ¿relacionarse con Jesús como amigo disminuye su autoridad en nuestras vidas? En absoluto, porque cuando nos llama amigos, sigue siendo nuestro Rey. Él dijo: «Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando» (Jn 15,14). Jesús nos dice que le obedezcamos; nosotros nunca le decimos que nos obedezca. Y nuestra obediencia no gana, sino que demuestra nuestra amistad con él. La amistad de Jonatán con David en 1 Samuel nos da un claro paralelismo. Pensamos, con razón, que son un ejemplo de amistad. Pero su historia ilustra específicamente cómo podemos ser amigos de Cristo, el Rey mesiánico. Jonatán era amigo de David, pero David era el rey ungido de Israel. Y cuando David llamó a Jonatán para que le demostrara fidelidad, le respondió: «Lo que tú digas, lo haré por ti» (1 Samuel 20:4). Mientras David señala a Jesús como el Rey, Jonatán señala a todos los que siguen a Cristo como amigos. Tenemos que evitar dos errores: Un error es llamar a Jesús «amigo», «compadre» o «camarada», como si la amistad fuera trivial. Por otro lado, podríamos enfatizar tanto la realeza de Jesús que descuidamos su compañía. Podríamos enfatizar tanto su autoridad que no disfrutamos de su afecto. Pero Jesús se ofrece a nosotros como nuestro gobernante del universo y nuestro amigo más cercano.
Cultivando la amistad con Cristo
¿Cómo cultivamos esta relación? Primero, ampliemos nuestra visión de Él. Considera cómo Él es el mayor amigo de los grandes pecadores. Él nos acerca en nuestro sufrimiento, y permanece firme incluso en nuestros tropiezos. Nos deja entrar y nos ama hasta el final. No sólo nos justifica y luego nos hace a un lado; nos acoge en lo más profundo de su corazón. Él nos conoce mejor de lo que nos conocemos a nosotros mismos, y nos ama más profundamente de lo que nadie más podría hacerlo. Estamos más cerca de su corazón de lo que nadie ha estado nunca de los nuestros. Como escribió Jonathan Edwards, «Todo lo que hay, o puede haber, que sea deseable para estar en un amigo, está en Cristo, y en el grado más alto que se pueda desear» (Obras, 19:588) [2]. Segundo, cultivemos la amistad a través de la comunión. Las relaciones prosperan con la conversación. Cuando leemos, recibimos y recordamos la palabra de Dios, escuchamos que se dirige a nosotros como amigos. Y luego oramos – le damos gracias, le confesamos nuestros pecados, y compartimos nuestras cargas con él. Hacemos esto durante todo el día, no reportándonos como sirvientes, sino relacionándonos como amigos. Finalmente, probemos nuestra amistad a través de la obediencia. ¿Cuánto cambiaría si supiéramos que quien nos ama tan profundamente está con nosotros tan constantemente? ¿No es su compañerismo en sí mismo uno de los mayores factores disuasorios para el pecado? Si nuestro gran amigo murió por nuestros pecados, ¿cómo podemos tratarlos con tanta ligereza? Cuando Jesús dice: «Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando», respondamos, como Jonatán: «Todo lo que digas, lo haré por tí». Jesús nos eligió como amigos, murió por nosotros como amigos, nos hizo confiar en él como nuestro amigo, y seguirá siendo nuestro amigo por las interminables edades venideras. Qué amigo tenemos, momento a momento, ahora y para siempre, en Jesús. [1] Jonathan Edward´s Center, at Yale University [2] Sermones y Discursos, de Jonathan Edwards