Esta mañana salí por la puerta de mi casa y entré en una verdadera obra de arte. Salí a dar mi paseo matutino y tuve frente a mí la mismísima galería de arte de Dios.
El sol empezaba a asomarse por el horizonte desde el lado este, con su luz más temprana, cálida y con un intenso brillo dorado. Las nubes que se extendían por el cielo se alejaban de este a oeste y se tornaban de gruesas a finas y de pesadas a ligeras. Cada nube captaba los rayos dorados y los reflejaba en un ardiente remolino de colores rojo, naranja y amarillo. Dios mismo había mezclado una paleta de colores pastel, una obra de arte que no era del todo realista ni abstracta. Sin embargo, era absolutamente impresionante. “Mi corazón entona la canción, ¡cuán grande es Él!”.
Me quedé de pie un momento y me sumergí en la escena. Sentí el impulso de despertar a Aileen y decirle que saliera conmigo porque seguramente es mejor compartir esta belleza. Tuve el impulso de tomar mi cámara y correr hasta la orilla del lago Ontario porque seguramente, es mejor capturar esta belleza. Pero, sabía que la mayor hermosura de un amanecer dura solo unos instantes y que para cuando despertara a Aileen y la llevara fuera, la luz ya se estaría desvaneciendo. Además, sabía que la mayor hermosura de un amanecer no se puede captar con una cámara y una lente ya que incluso los sensores de mejor calidad solo pueden tomar una pequeña porción de la escena y solo una pequeña porción del espectro. Así que me quedé de pie y disfruté de la belleza que pude ver en ese breve instante antes de que la dorada luz del sol se tornara en un color plateado, antes de que esta dejara de reflejarse en las nubes, antes de que el alba se convirtiera en día.
Muchos de los placeres de la vida son tan fugaces como un amanecer. Ayer, Aileen miraba con nostalgia su jardín y decía: “Ya ha pasado su mejor momento”. Lo que se plantó hace unos meses ya nos ha regalado lo mejor de su belleza, sin importar la fecha que indique el calendario. Las flores que desprendían sus colores amarillo brillante, blanco puro y púrpura brillante se han marchitado y caído. Las hojas que crecían vivas y verdes se han vuelto quebradizas y descoloridas. Las orugas las han comido, los conejos las han mordisqueado, el sol las ha quemado. Los amaneceres, los jardines y muchas otras cosas cuentan la misma historia: el tiempo no es amigable con la belleza.
Sin embargo, cuando vivimos con los ojos abiertos, veremos que realmente nunca nos falta la belleza si tan solo aceptamos su naturaleza fugaz, si tan solo dejamos de lamentarnos por el pasado y miramos al presente. El sol que salió se pondrá y habrá nuevas delicias que contemplar en el cielo del atardecer. Incluso, cuando las maravillas de las plantas y las flores empiecen a marchitarse, los árboles en lo alto del jardín explotarán con sus brillantes colores otoñales. La nieve caerá y cubrirá el suelo de un blanco limpio y deslumbrante.
Nunca nos falta la belleza en este mundo pues siempre tenemos muestras del esplendor de Dios. Nunca nos falta la belleza porque las huellas de Dios están impresas en todo lo que ha hecho. Nunca nos falta la belleza porque vivimos en un mundo cuidadosamente diseñado por Aquel que es bello, que es en Sí mismo la Belleza.
Publicado originalmente en Challies.
