La esperanza de Adviento para las madres
Una de las pocas cosas que recuerdo de mi breve travesía por la materia de la lengua griega en la escuela secundaria es la primera parte de Juan 1. Puede que haya olvidado en gran parte el alfabeto griego y el poco vocabulario que pude aprender, pero todavía puedo recitar algunas de las primeras palabras del discípulo amado acerca del Verbo.
“En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio con Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de Él, y sin Él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres” (Juan 1:1-4).
El primer capítulo de Juan es poderoso por muchas razones, pero en los últimos meses, la parte más increíble del pasaje para mí ha sido Juan 1:14, “Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros”. Como nueva mamá, lo que pienso cuando leo ese verso es, ¡Wao! El Arquitecto del universo diseñó mi cuerpo para producir vida y luego Él entró en ese proceso al convertirse en el hijo de una madre.
No sólo para el Adviento
Di a luz a mediados del verano. A pesar de que mi esposo y yo vivíamos en la tundra congelada llamada Minnesota, la nieve se había derretido desde hacía mucho tiempo, los villancicos ya habían cesado e incluso los hogares más descuidados habían guardado sus luces navideñas. La canción «María sabías que» ya no sonaba en la radio. Sin embargo, al acercarse el nacimiento de mi hijo, mis pensamientos volvían una y otra vez, a la escena del pesebre y se maravillaban con los días previos a la esta escena. Pensé en la joven María, visitada por el ángel Gabriel. Pensé no sólo en la verdad monumental de la promesa que él habló para el Hijo de María (Lucas 1:31-33), sino también en las pequeñas cosas que nunca había pensado anteriormente. La madre de Cristo fue una mujer cuyo cuerpo se convirtió en un sacrificio vivo para Él de la misma manera que mi cuerpo se convirtió en un sacrificio vivo para mi hijo. ¿Tenía malestares por la mañana también? ¿Fue incómodo dejar de dormir boca abajo para dormir de lado? ¿Se puso la mano a su estómago para sentir las pataditas y el movimiento? ¡¿Cómo es posible que ella pudo montarse en un burro con nueve meses de embarazo?!
El Verbo se hizo carne
Nunca me he sentido tan íntimamente cerca de Jesús como cuando nació nuestro bebé. Es cierto, yo no fui visitada por ningún ángel del cielo, y mientras mi hijo está hecho a la imagen de Dios y espero que algún día se convierta en un hijo de Dios, él no es el Hijo de Dios inmaculadamente concebido por el poder del Espíritu. Pero Jesús tuvo una madre. Y ella estuvo embarazada. Y ella pasó por el dolor del parto – nada más y nada menos que en un establo – para traer al Creador del mundo a Su propia creación. Es increíble. Cristo vino a la tierra a través de un proceso que ha estado sosteniendo la humanidad desde el principio de los tiempos. Su madre se unió al linaje de un sinnúmero de otras mujeres que han sacrificado sus cuerpos para dar a luz una nueva vida y cada madre después de ella sigue el mismo camino. El embarazo y el tener hijos son una bella imagen y un recordatorio constante del hecho que el Verbo se hizo carne. Él se humilló para entrar en el ciclo de la vida que se ha repetido en toda la humanidad desde Adán y Eva. Esta realidad es la más simple y la más compleja al mismo tiempo, la formación de un niño en el vientre materno. Y Cristo eligió participar en esa hermosa simplicidad. Él pasó por todo el ciclo de vida que se inició en el útero de una mujer, al igual que toda la vida humana.
Todas las cosas hechas por medio de Él
El Creador permitió ser entretejido como un niño en el vientre de Su madre. Y para las mujeres embarazadas, nuestros hijos están siendo entretejidos por el mismo Creador. Mientras nos embarcamos en este viaje de la maternidad podemos saber que nuestro Dios no sólo ordenó el viaje, también tomó parte en él. El Creador y Sustentador de la vida una vez fue un niño en el vientre de Su madre. Y tú, madre embarazada, hija del Altísimo, has sido bendecida para llevar en tu vientre a un niño tuyo. En un mundo asolado por la devaluación de la vida del no nacido, el hecho de que nuestro Salvador fue una vez un feto es asombroso. La santidad de la vida que crece dentro de una mujer embarazada está impregnada en nosotros con cada nuevo día, no sólo por el rápido desarrollo de ese pequeño ser humano o por el desarrollo también rápido del vientre materno, sino por la persona establecida en él por el Salvador cuya persona en la tierra comenzó exactamente de la misma manera.
Él habitó entre nosotros
Como nuevas madres estamos llamadas a hacer un sacrificio increíble. Nuestros cuerpos se moverán y cambiarán de una manera que nunca pensamos que sería posible. Todo, desde tus caderas, tu cabello y tu estado de ánimo, será sometido a un cambio drástico y, si Dios quiere, culminará en un nacimiento que pondrá a tu cuerpo a través de la prueba más intensa aún – y con un niño que va probarte de la misma manera también. Es la cosa más increíble y milagrosa en el mundo, algo que sólo podría lograr el Autor Soberano de la vida. Y también es lo más normal y cotidiano en el mundo. Más de 300,000 bebés nacieron hoy y el mismo número nacerá mañana. Algo que es tan parte de nuestra existencia como seres humanos aquí en la tierra, que el Hijo de Dios sufrió el mismo proceso para convertirse en carne y habitar entre nosotros. Y es a causa de Su venida a la tierra como un bebé, Su crecimiento hacia la adultez y el morir en la cruz, que la maternidad no es sólo un ciclo natural de la vida, también es una temporada de santificación. Es una serie de semanas y meses en los que podemos llegar a ser más y más como Cristo y estar más preparadas para un futuro glorioso con Él. Cristo le da a la maternidad un significado más profundo. Y todo comienza con Él convirtiéndose en bebé.
Una publicación de DesiringGod.org | Traducido por Alicia Ferreira de Díaz