Codiciar es estar insatisfecho con quién eres o lo que tienes, y desear lo del prójimo. Es desear lo que no debemos desear. Codiciar es enamorarnos de lo que le pertenece a otro. Codiciar posesiones materiales de tu prójimo te llevara a buscar obtenerlas ya sea por robo o por malgasto de tu dinero, y te frenara de vivir como Dios te llama a vivir. La codicia hechiza nuestros corazones, nubla nuestra mente y juega con nuestras emociones, guiándonos a un camino de corrupción. En ultima instancia la codicia es como una serpiente que nos muerde mientras va apretando nuestro cuello hasta dejarnos inmóviles y destruirnos completamente. El decimo mandamiento dice: “No codiciarás la casa de tu prójimo; no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo” (Ex 20:17). “Codiciar la casa” del prójimo no se refiere a las paredes y el techo, sino a toda su familia y posesiones. Incluye todo lo que el prójimo es y su forma de vivir. Podemos entender el comienzo del mandamiento diciendo: No codiciarás el estilo de vida de tu prójimo. Quizás te sorprenda un poco la mención de “un buey” o “un asno” en el mandamiento. Pero la intención del mandamiento es identificar cosas que en su época y su cultura era típico codiciar. En nuestra cultura es mas típico el codiciar un mejor salario o un mejor automóvil. Hoy en día el versículo se podría entender como diciendo: “No desearas tener la vida del prójimo, su esposa, sus automóviles, sus empleados o amistades, su trabajo o salario, sus posesiones, su ropa, su inteligencia, su apariencia, su reputación o sus logros.
Cristo en el Decimo Mandamiento
Toda la Biblia nos conduce a Cristo, aunque esto no sea siempre fácil de percibir. El mandamiento a no codiciar es profundo y sus ramificaciones son incontables. Su conexión natural con Cristo se ve en los evangelios en la medida en la que Cristo reasume el papel de Adán y de Israel. Esto es lo que los teólogos llaman “Recapitulación.” Lo cual quiere decir que, ante la tentación de codiciar, Cristo es un mejor Adán y un mejor Israel.
Adán cayó en codicia
El jardín del Edén fue el primer lugar donde se codició. Adán y Eva desearon lo que no debían desear. Codiciaron aquello que no les pertenecía. Dios les había dado todo árbol del jardín, todo fruto podía comer, solo un árbol no les pertenecía y no podían comer. Pero ellos no estuvieron satisfechos con disfrutar lo que ya tenían y Dios se les había dado. Fueron tentados por Satanás y desearon lo prohibido. Así dice el texto: “Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella” (Gen 3:6). Desearon o codiciaron lo del prójimo, su único prójimo en edén, Dios. Dios les había dado un dulce llamado, un llamado a deleitarse en Dios. Pero ellos desobedecieron el llamado de Dios.
Israel cayó en codicia
Miles de años después, Israel volvió a una escena de tentación parecida a la del Edén. Israel era la descendencia de Adán y Eva, y estaban esclavizados en Egipto. Pero Dios los llamo a salir de Egipto para deleitarse en Dios, para adorar a Dios y vivir satisfechos con Dios (ver Ex 6:6-8). Dios les estaba llevando a un nuevo Edén, una tierra prometida, donde su pueblo podía deleitarse en Dios y Dios podía deleitarse en su pueblo. Para que eso sucediera, Dios le prohibió a su pueblo el codiciar. Les dio una ley que incluye este mandamiento: “No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo” (Ex 20:17). Pero ellos desobedecieron este mandamiento. En el desierto fueron tentados cuarenta años, y fallaron la prueba. Desecharon a Dios, no estaban satisfechos con el. Había un terrible problema en el corazón humano. Un problema que solo se resolvería cuando viniera el esperado Mesías de Israel.
Jesús es la recapitulación de Adán y de Israel
Y llegamos al Nuevo Testamento. Jesús es llamado el segundo Adán (Rm 5:14; 1 Cor 15:45), representando a toda la humanidad. El Espíritu Santo llevó a Jesús a la escena de la tentación del primer Adán o de la primera humanidad, la tentación a no estar satisfecho en Dios. Pero Jesús no solo es llamado el segundo Adán. Jesús también es llamado el verdadero Israel, la verdadera simiente de Abraham (Gal 3:16). El Espíritu Santo lo llevo a la tentación en el desierto como verdadero Israel, no por cuarenta anos como el pueblo el desierto, pero por cuarenta días para recapitular a Israel.
Donde Adán e Israel fallaron, Jesús venció
En el desierto, siendo tentado por el mismo satanás, Jesús fue fiel al llamado de Dios de ser satisfechos en él. Venció la tentación mediante la fe en las promesas de Dios (ver Mateo 4:1-11). Pero esa no fue su única victoria. Jesús también venció continuamente durante su ministerio. Jesús, aunque fue pobre, no codició. Siempre expresó satisfacción en Dios. «He descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió» (Jn 6:38). Jesús también venció al final de su ministerio en Getsemaní. Estuvo satisfecho con tomar el trago amargo que el Padre tenia preparado para él (Luc 22:42). Finalmente, ese trago amargo llegó. Ese día Jesús también venció en la cruz. Donde Adán e Israel estuvieron insatisfechos con la voluntad de Dios para sus vidas y cayeron en codicia, Jesús venció abrazando la dolorosa voluntad del Padre para él. La victoria de Jesús sobre la tentación de codiciar logra dos cosas. En primer lugar, Jesús nos ofrece su perfecta obediencia al decimo mandamiento como un regalo de salvación. En Cristo somos perfectamente obedientes al mandamiento de no codiciar. Toda nuestra culpa y enemistad con Dios es propiciada. Jesús encarna el mandamiento y lo cumple por nosotros para nuestra salvación y también para nuestro ejemplo. La justicia de Cristo es tuya por fe, animo, has sido regenerado para vivir de adentro afuera como Cristo vivió. En segundo lugar, porque Jesús venció y tiene todo el poder y la autoridad, él se vuelve nuestra pronta ayuda en nuestras luchas. Jesús no nos deja con un corazón codicioso, él nos cambia el corazón, nos lleva a desear lo que sí debemos y a estar satisfechos en Dios mismo.
Jesús nos invita a hacer lo contrario de codiciar, a deleitarnos en Dios
Luego de llevar a cabo esa salvación, Jesús nos vuelve a dar la invitación del Edén, a ser satisfechos en Dios: Vengan, tomen, coman y beban de la fuente de vida. Sáciense de Dios mismo. Sáciense. “Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tiene sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida” (Apc 21:6). Debemos luchar contra nuestros impulsos a codiciar a través de deleitarnos en Dios.