En junio, el Liverpool Football Club (El Club de Fútbol de Liverpool) ganó la Champions League – el trofeo del club nacional más importante. Tiene un valor de millones de dólares, y el partido final atrae a enormes cantidades de espectadores – aproximadamente 400 millones en todo el mundo. Para ponerlo en perspectiva, las figuras del Super Bowl acumulan menos de la mitad de esa cantidad. En los 1970, el fallecido Bill Shankly, quien fue probablemente el mejor director del Liverpool de todos los tiempos, resumió su amor por el fútbol al decir esa frase famosa: “Algunos me dicen, ‘El fútbol debe ser una cuestión de vida o muerte para ti’. Y yo les contesto, ‘Escúchame, es mucho más importante que eso’.” Para algunos, esto es verdad. Para muchos admiradores o los atletas del fútbol o de otros deportes en general es su razón de ser. Encuentran su alegría en la emoción de la victoria. Encuentran su identidad en el sentido de pertenencia y en ser algo. Encuentran su esperanza de Gloria en el ámbito deportivo. Entonces, ¿de qué manera los cristianos debemos ver al deporte? Por un lado, algunos de nosotros tratamos a los deportes simplemente como algo recreativo sin un valor intrínseco. Por otro lado, muchos están en peligro de hacer de los deportes un dios al darles, incluso, más devoción a su equipo favorito o al practicar su deporte favorito más que a adorar a Cristo y de ser un miembro activo de una iglesia saludable. También puedes leer Cambio de cancha: Del fútbol profesional al ministerio pastoral
Los deportes son buenos
Al pensar en esto detenidamente, primero necesitamos considerar a los deportes como parte de la bondad de la creación. Sabemos que Dios creó el universo en equipo como Dios triuno, Padre, Hijo y Espíritu (Gen. 1:1-2; Juan 1:3; Heb. 1:3). Podemos reconocer que Él trabajó para hacerlo (Gen. 2:2) y que estuvo satisfecho con Su creación al declarar que era buena (Gen.1: 4,10,12,18, 21, 25, 31). Por lo tanto, la creación es buena. Pero también reconocemos que el hombre fue hecho a la imagen de Dios. Y parte del aspecto del dominio ejercido en el mandato de la creación para Adán y Eva era extender las fronteras del Edén y deleitarse en él mientras trabajaban y descansaban (Gen. 1:26-27). El “juego” tiene ese mismo valor intrínseco. Conlleva trabajo pero también tiene un valor restaurador para el individuo. Erik Thoennes dice: “El juego es una actividad divertida, imaginativa, no obligatoria y no utilitaria llena de espontaneidad y humor creativos, el cual da perspectiva, distracción y descanso del trabajo necesario de la vida cotidiana”. Mientras los hijos de Dios practican deportes de nuevas maneras creativas y experimentan el gozo en el huerto de la creación de Dios, esto les señala la bondad de Dios y Su creación. Además, cuando jugamos unos contra otros y nos esforzamos juntos en hacerlo con excelencia dentro de las reglas de un juego, se desarrolla una competencia saludable, que a su vez se convierte en un beneficio para uno mismo y para los demás al animarlos a llegar al objetivo del juego. Los deportes en equipo en particular hacen hincapié en trabajar juntos contra la oposición de forma ordenada. Esto requiere de esfuerzo y acaba en satisfacción e incluso, restauración física y emocional. Es un reflejo creativo de la imagen que llevamos y podemos ver en ello una leve analogía de las acciones de Dios en la creación: acciones que muestran imaginación, orden, esfuerzo, satisfacción y bondad. Por lo tanto, los deportes son buenos y se pueden ver como el reflejo de la imagen que llevamos, el dominio que ejercemos y el regalo que nos ha hecho un buen Dios a medida que mejoramos y nos deleitamos en Su creación.
Los deportes no son Dios
No obstante, todas las cosas, incluyendo los deportes, están afectadas por la destrucción aplastante del pecado. Para empezar con los participantes – los hombres y mujeres deportistas – son pecadores y son tentados a ir más allá de las reglas con el fin de ganar. Sea que implique tomar drogas, tirarse en el campo para engañar al árbitro o tener la mentalidad de “ganar a toda costa”, la avaricia pecaminosa y la inmoralidad están impregnadas tanto en los deportistas aficionados como en los profesionales. Y desde luego, también tenemos el problema generalizado del deporte como dios, al cual la iglesia no está inmune. Las familias cristianas a menudo se ausentan de la iglesia por varias semanas durante la temporada de hockey o de fútbol por los partidos que se llevan a cabo los domingos. Los padres cristianos en ocasiones buscan su esperanza para el hijo atleta que es una promesa en su deporte y no en Cristo. Los fanáticos deportivos cristianos pueden buscar su identidad y gozo en sus equipos favoritos en lugar del Salvador. Repentinamente, los deportes son el objeto de adoración, y no Jesús. Por eso, debemos recordar que los deportes son buenos, pero no son Dios.
Los deportes son un regalo redimido por el evangelio
Sin embargo, el regalo de los deportes es redimido por el evangelio. Debido al amor del Padre y la vida, muerte y resurrección del Hijo, y debido a la obra regeneradora del Espíritu Santo que aplica los beneficios de la expiación en nosotros, los cristianos tenemos una nueva identidad, un nuevo gozo y una nueva esperanza en Jesucristo. Ahora, nuestras motivaciones para jugar son diferentes. Podemos buscar honrar a Dios con nuestros talentos y mostrar Su sabiduría creativa. En la película “Carrozas de fuego”,, Eric Liddell, el atleta cristiano y misionero en China dijo: “Dios me hizo para China pero también me hizo alguien veloz; y cada vez que corro, siento Su favor”. Cuando sabes que todas las habilidades deportivas le pertenecen a Dios, la sabiduría implica usar y refinar con diligencia dicha habilidad en reconocimiento y en temor del Señor. El aprecio de los fanáticos en ese momento de encanto en el juego es un reflejo de la necesidad de alabar a algo bueno, verdadero y glorioso. Y la emoción que experimenta el atleta cristiano en el momento del éxito y en la respuesta de los admiradores es un eco del favor de Dios que se deleita en la bondad de Su creación. Los seguidores de Jesús también pueden procurar la práctica de los deportes con una ética cristiana: siendo competitivos dentro de las reglas del juego, imparciales, sacrificados y perseverantes. Y podemos tener gracia en la victoria o en la derrota al saber que nuestro destino final descansa en la victoria de Cristo y la derrota de Satanás y del pecado. Además, podemos procurar ser de testimonio a nuestros compañeros del equipo o a nuestros amigos que son fanáticos deportivos en cualquier plataforma que Dios nos dé, sea grande o pequeña – local o mundial. Desde luego, este testimonio comienza en el hogar ya que podemos usar los deportes para discipular a nuestros hijos, como David Prince lo comparte magistralmente en su libro, “In The Arena” (En el Estadio). La lucha espiritual es la marca de la vida cristiana, y Prince nos muestra la manera en que muchas metáforas atléticas que aparecen en el Nuevo Testamento destacan los objetivos temporales de los deportes con el fin de proporcionar un marco para los objetivos eternos del evangelio. Perseverar en las dificultades es una verdad principal tanto en los deportes como en la vida cristiana; tolerar las malas decisiones de los árbitros es parte del juego, así como las injusticias son parte de la vida en un mundo caído. Pero Prince es cuidadoso al mostrar reiteradamente que los deseos por los deportes deben estar sujetos a los deseos por Cristo. Él comenta que los deportes son útiles para servir a Jesús, pero aclara que “cualquiera que diga que ‘Cristo es útil’ se está adorando a sí mismo, no a Cristo”. En resumen, los deportes son buenos, pero no son Dios, y los deportes son un regalo redimido por el evangelio. Muchos recuerdan la famosa frase que dijo Bill Shankly acerca de que el fútbol era más importante que la vida y la muerte. Pero ellos no recuerdan lo que dijo después; que a causa de su obsesión , “mi familia sufrió y lo lamento”. Sin embargo, el Cristiano sabe que practicar deportes en esta vida no lo es todo. Es el anticipo de nuestra vida futura en un nuevo estadio – una Nueva Jerusalén – y como lo dice el profeta Zacarías,“… Y las calles de la ciudad se llenarán de muchachos y muchachas que jugarán en sus calles” (Zac. 8:5). Este es el objetivo y la Gloria hacia donde los deportes nos apuntan. Ser los hijos del Padre, conformados a Cristo, libres del temor de la derrota, de las relaciones rotas o de los anhelos insatisfechos: recibir y participar de la gracia de Dios con gozo inefable.