Lo que yo quería era un sofá. Lo que conseguí fue una historia de dolor. Mientras permanecía en un silencio incómodo, escuchándola hablar de todo menos de sofás, me di cuenta de que estaba ilustrando una lección que necesito aprender tanto como ella. Hace un par de días mencioné que había estado luchando con este problema médico continuo y el dolor que conlleva. No tengo la intención de convertirlo en un tema regular en el blog, pero muy a menudo el Señor usa nuestras circunstancias del mundo real para enseñarnos verdades importantes, y ésta parece ser una de esas ocasiones. Necesito un sofá nuevo. Necesito algo en lo que pueda sentarme o relajarme, y que sea cómodo. Ese sofá deberá tener, por lo menos, una función importante: deberá tener un respaldo alto que ofrezca un soporte ajustable al cuello. Al entrar en una tienda de muebles cercana, y mientras la vendedora se acercaba, pensé que tendría sentido poner esa función sobre la mesa de inmediato. ¿Por qué mirar todos los sofás cuando solamente unos pocos podrían cumplir con el objetivo? Pero entonces, sucedió. En el momento en que escuchó «soporte para el cuello», una expresión apareció en su rostro, y pude entender que había algo de lo que quería hablarme. Y, efectivamente, durante los minutos siguientes, me dijo cómo solucionar mi problema. Puesto que ella había sufrido de dolor en el cuello en el pasado, sabía lo que me estaba sucediendo, sabía lo que yo había hecho mal en mis intentos para tratarlo, sabía por qué habían fallado los doctores en sus intentos para tratarlo y conocía exactamente la solución: la hidroterapia, un curso de acupuntura al estilo oriental, y una dieta sin nada de gluten y azúcares procesados. Me quedé de pie, escuchando pacientemente, como debe hacerlo un canadiense educado. Entonces, otro posible cliente llamó su atención, así que nos señaló vagamente hacia unos pocos sofás que cumplirían nuestros criterios, y se apresuró a ofrecer su ayuda a otra persona. Dimos unas vueltas durante unos minutos y luego, nos fuimos a otro sitio. Sólo se trata de una situación tonta e inofensiva, pero con ella entendí la manera útil de Dios de ilustrar que puedo actuar de la misma forma equivocada. Al fin de cuentas, mis amigos, familia y otros miembros de la iglesia con frecuencia me piden consejo, y se que soy propenso a cometer muchos de los mismos errores. El primero es el más obvio: ella no hizo ninguna pregunta. La suma total de su información fue «soporte del cuello», pero desde ese punto de partida, y sin conocer los más mínimos detalles de mi problema, ella habló durante unos minutos. Supuso mucho, pero sabía muy poco. Esto me recuerda que para hablar y servir de ayuda, necesito dar un diagnóstico exacto; y para dar un diagnóstico exacto, necesito hacer buenas preguntas. No hay una sola clase de dolor en el cuello. No hay una sola clase de trauma emocional. No hay una sola clase de dolor espiritual. Necesito indagar en la gente con paciencia y cuidadosamente antes de intentar recomendar la más mínima acción. Citando a Salomón, «Como aguas profundas es el consejo en el corazón del hombre, y el hombre de entendimiento lo sacará». Lo segundo que destaco es que, de alguna manera, hizo que mi problema se tratara de ella. Ella misma había sufrido dolor en el cuello, y la mayor parte de lo que dijo en nuestra breve interacción fue una descripción de todo lo que ella había soportado. Su problema era de una naturaleza completamente diferente al mío, pero ella no lo sabía porque, como dije, no hizo ninguna pregunta. Y sé que esa es una tentación en cualquier interacción —el de hacer un cambio sutil de escuchar a hablar, de escuchar atentamente a otra persona a hablar de mí mismo con orgullo. Es muy fácil hacer que cualquier conversación se trate de mí. Y entonces, está este punto: falló en ofrecerme la ayuda que solamente ella podía ofrecerme. Yo no necesitaba un doctor ni un consejero. Necesitaba una vendedora de sofás. Lo que únicamente ella tenía la capacidad de hacer por mí, no lo hizo. En vez de darle una solución al problema que sí podía resolver, intentó darle solución al problema que no podía resolver. Perdió la oportunidad de vender un sofá y ganar una comisión; pero más aún, perdió la oportunidad de poner al servicio su conocimiento y su capacidad únicos. Y sé que muchas veces he hecho lo mismo, en lugar de ser quien Dios me ha llamado a ser (y por tanto, admitiendo las muchas limitaciones en mi conocimiento y capacidades) he intentado ser otra cosa. Donde Dios me ha dotado , puedo y debo ofrecer esos dones para el beneficio de los demás. Pero sirvo mejor cuando lo hago dentro de mis dones y capacidades, no fuera de ellos. No es tan difícil, ¿verdad? Escucha. Averigua . Empatiza. Escucha un poco más. Luego entra en acción o haz recomendaciones solamente si estás capacitado y de una forma consistente con tu vocación. Este artículo se publicó originalmente en Challies.