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Una famosa frase de Heráclito dice que “nadie puede bañarse en el mismo río dos veces”. La razón de su frase es un aspecto esencial de la existencia: el cambio. Todo cambia. De manera que cuando una persona entra por segunda vez al mismo río ya no se está bañando en la misma agua, ya no es el mismo río, y, de hecho, seguramente la persona también ha cambiado, ya no es exactamente la misma. De manera que nadie puede bañarse en el mismo río dos veces por causa del cambio inevitable de la existencia.
La pregunta que surge entonces es ¿cómo podemos tener seguridad y estabilidad en un mundo que cambia permanentemente? Vivimos en un mundo en el que ciertamente de un día a otro nuestra vida puede tener un cambio drástico, radical e, incluso, traumático. Un día la vida va normal y al siguiente nos diagnostican cáncer. Un día la vida va normal y al siguiente una persona que amamos muere. Un día la vida va normal y al siguiente comienza una pandemia que nos encierra a todos por meses. ¿Es posible vivir una vida estable en un mundo que cambia?
Este no es un tema meramente psicológico, filosófico o motivacional. Sino que, en realidad, es un asunto profundamente relacionado con la naturaleza de la revelación bíblica. La Biblia es la revelación de Dios mismo, y Dios es un ser que no cambia. La inmutabilidad de Dios es parte esencial de quién es Dios, de hecho, es uno de Sus atributos incomunicables. Dios es Dios porque no cambia, porque Su carácter y, por lo tanto, Sus propósitos son inmutables. “En Dios no hay cambio ni sombra de variación” (Stg 1:16). Y esa verdad está desplegada en toda la revelación bíblica, desarrollando una gran cantidad de implicaciones para el pueblo de Dios.
Así es como comienza el segundo libro de la Biblia, Éxodo, al narrar la liberación de Israel de Egipto. Podríamos decir que en gran parte el éxodo se fundamenta en la inmutabilidad de Dios. O para decirlo de otra manera, el éxodo se fundamenta en que la fidelidad de Dios es inevitable. Dios es fiel a Sus promesas y a Sus propósitos, y nada ni nadie puede evitarlo. Ni siquiera la persona más poderosa del mundo puede evitarlo. Así que quiero animarte a aferrarte a esta convicción, pues a través de ella es que es posible vivir en un mundo que cambia constantemente, porque la fidelidad de Dios es inevitable.
Éxodo 1 comienza justamente con un cambio. La familia de Jacob, siendo 70 personas (v 5), se estableció en Egipto. Y cuando José estaba vivo todo marchaba muy bien. Sin embargo, las cosas cambian. El tiempo pasa y las condiciones cambian profundamente. Ahora la familia de Jacob (o Israel) es un pueblo numeroso y poderoso, de hecho, la tierra de Egipto se llenó de ellos (v 7). Pero no solo cambió la familia de Israel, sino que también cambió Egipto, porque se levantó un nuevo rey que ya no conocía a José y que no confiaba en la familia de Israel.
Desde el inicio Moisés nos propone un desafío a una de las convicciones más importantes para nosotros como creyentes: ¿Podrá Dios ser fiel ante los obstáculos que se presentan para Su fidelidad? Es totalmente necesario hablar de la fidelidad de Dios en este pasaje porque es el concepto que está detrás de la multiplicación de Israel, la cual se enfatiza en el texto ya que todo el tiempo Moisés está recalcando que el pueblo se sigue multiplicando. ¿Por qué la multiplicación es importante? Porque es el cumplimiento de una promesa de Dios.
Una noche, Dios invitó a Abraham a caminar por la playa. Y le pidió que mirara las estrellas del cielo para ver si podía contarlas. Naturalmente, la respuesta de Abraham fue que eran demasiadas y no se podían contar, ante lo cual Dios le dio una promesa: “Así será tu descendencia” (Gn 15:7). Parte fundamental del pacto de Dios con Abraham es que su descendencia sería numerosa, y ahora en Éxodo 1, estamos viendo el cumplimiento de esa promesa.
Pero, al mismo tiempo, estamos viendo un obstáculo en contra de la fidelidad de Dios. Y no es cualquier obstáculo, es el rey más poderoso del mundo en ese momento, el faraón. Si alguien pudiera pensar en oponerse a Dios, sería el faraón. Saber cómo se desarrolla y cómo termina esta batalla entre Dios y faraón es fundamental para nuestra fe. Porque si un faraón es capaz de detener la fidelidad de Dios, entonces no tenemos ningún fundamento sobre el cual pararnos con seguridad y estabilidad para enfrentar la vida. Pero si Dios vence, demostrando que Su fidelidad es inevitable, podemos vivir la vida con seguridad.
El texto se desarrolla casi como una pelea de boxeo que consta de tres rounds. En el primer round, el faraón ataca esclavizando a la familia de Israel. De alguna manera el faraón piensa que si los esclaviza la multiplicación se detendrá (vv 10-11). Tal vez si los debilita, los humilla, los cansa… van a dejar de multiplicarse. Sin embargo, la técnica divina es como esas artes marciales en las que se aprovecha la fuerza del oponente en su propia contra, pues, de una forma jocosa o irónica, el versículo 12 dice: “Pero cuanto más los oprimían, más se multiplicaban y más se extendían…”. No es solamente que la estrategia del faraón no funcionó, sino que, en realidad lo que hizo promovió aún más la multiplicación de Israel. De esa manera Dios comienza a demostrar que Su fidelidad es inevitable.
Entonces empieza el segundo round, y en este faraón cambia su estrategia implementando el aborto. Les dice a las parteras de las hebreas que cuando nazca un varón deben matarlo. Nuevamente la ironía literaria es evidente en el texto puesto que contra de todo pronóstico, las parteras resultan ser mujeres que temen al Dios de Israel (v 17). Incluso están dispuestas a no decir toda la verdad al faraón para proteger a los niños. Entonces, el versículo 20 nos confirma el énfasis del texto diciéndonos que “Dios favoreció a las parteras y el pueblo se multiplicó…”. Nuevamente, Dios confirma, para nuestro bien y para Su gloria, que Su fidelidad es inevitable.
Ahora comienza el último round, el definitivo. Al faraón se le acaban las ideas y solo se le ocurre hacer lo mismo, pero más cruel. Todo niño hebreo que nazca lo van a lanzar al río Nilo. El capítulo 1 de Éxodo termina presentando al Nilo como el arma de aniquilación de niños hebreos. Pero Dios es mucho más creativo que el faraón. Lo que Dios hace es usar el mismo Nilo, para levantar al que será el libertador de Israel. El texto es tan irónico que este libertador no solamente es preservado en el Nilo, sino que es preservado por la misma hija de faraón, pidiéndole a la misma mamá del bebé que críe al niño y finalmente dándole el nombre más sarcástico posible: Moisés, que significa “lo he sacado de las aguas” (2:10). El nombre Moisés recordaría para siempre que el medio que el faraón decidió usar para matar a los niños hebreos, es el medio que Dios usó para liberar a todo Israel. Sencillamente, la fidelidad de Dios es inevitable, porque nada ni nadie puede presentar un obstáculo suficiente para que la fidelidad de Dios cambie.
En un mundo en el que todo cambia, necesitamos fundamentarnos en lo único que no cambia para tener una vida estable y sólida. Y es aún más asombroso saber que la historia de Éxodo 1 es solamente una sombra de una evidencia mayor y más gloriosa. Porque el obstáculo más grande que Dios ha tenido que enfrentar para ser fiel no es un faraón, en realidad, el faraón queda reducido a nada ante el obstáculo mayor que Dios ha enfrentado para ser fiel. ¿Cuál ha sido el mayor obstáculo de la fidelidad de Dios? La respuesta la da Pablo en Romanos 8: el amor de Dios por Su Hijo.
“Si Dios no escatimó ni a Su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará juntamente con Él todas las cosas?” (Ro 8:32). El mayor obstáculo que Dios ha enfrentado para ser fiel es Su propio amor por Su Hijo. Y ese era mucho más grande que el faraón, porque el amor de Dios por Su Hijo es eterno, es completo, es perfecto. Pero incluso Dios venció ese obstáculo para ser fiel. Dios no escatimó ni a Su propio Hijo para ser fiel. Dios entregó a Su Hijo, lo sacrificó por nuestros pecados, “lo exhibió públicamente como propiciación por Su sangre” para poder declararnos justos delante de Él. Dios es fiel a Sus promesas, nada puede evitarlo, la fidelidad de Dios es inevitable.
Y sobre esa base es posible vivir. Tal vez estás experimentando el dolor del cambio. El sufrimiento que viene a causa de vivir en un mundo caído en el que las cosas pueden cambiar profundamente en poco tiempo. Y esos cambios traen inestabilidad, producen inseguridad e incertidumbre. Pero hay una roca sólida a la cual te puedes aferrar. Una roca que no cambia, una roca que permanece igual por los siglos, una roca que es inmutable. Nuestro Dios no cambia, su fidelidad es inevitable. Y Él ha prometido que todas las cosas operan para el bien de Sus hijos, de manera que podemos tener confianza y seguridad. Y esa seguridad está basada, no simplemente en que Dios venció al faraón, sino que entregó a Su Hijo por nosotros.
De manera que, en medio de cambios, incertidumbres e inestabilidades, es posible vivir confiados, porque la fidelidad de Dios es inevitable.