Este artículo pertenece al libro De vuelta a Cristo: Celebrando los 500 años de la Reforma escrito por pastores hispano hablantes y publicado por Soldados de Jesucristo. Estaremos regalando los archivos digitales de este libro el 31 de octubre de 2018, en celebración del aniversario de la Reforma protestante. «La música es un hermoso y amoroso regalo de Dios que frecuentemente me ha despertado al gozo de la predicación… Al lado de la Palabra de Dios, la música merece la más alta alabanza. El regalo del lenguaje combinado con el regalo de canciones fue dado al hombre para que proclamemos la Palabra de Dios a través de la música» (Martín Lutero).[1] Para los tiempos de la Reforma, la adoración congregacional había dejado de ser congregacional. El servicio público a Dios era exclusivo de aquellos que formaban parte del clero de la Iglesia Católica Romana. Ordenanzas fundamentales de la fe cristiana dadas a la iglesia por el Señor y los apóstoles como la Cena del Señor, habían sido secuestradas y reservadas sólo para el clero. En la misa, la Biblia era leída por el sacerdote en latín y toda la liturgia se llevaba a cabo en este mismo idioma, por lo que el pueblo no sólo se encontraba aislado del servicio público sino que tampoco tenía acceso a la revelación de Dios. La congregación era más bien una audiencia, espectadores de lo que ocurría al frente. En un escenario como este es difícil siquiera pensar cómo era posible hablar de verdadera adoración, personal o congregacional, debido a que si la adoración es, en esencia, una respuesta a la revelación de Dios y el pueblo se encontraba privado de dicha revelación entonces la adoración era prácticamente una imposibilidad. Esta era la realidad de la iglesia que conoció Martín Lutero. Pero, en la providencia de Dios, la Reforma, particularmente a través del ministerio de Lutero, tuvo un enorme impacto tanto sobre la teología como sobre la práctica de la adoración, tanto en el aspecto personal como en el congregacional, y los frutos de ese cambio los disfrutamos nosotros hasta el día de hoy.
¿Qué es adoración?
Adoración es el reconocimiento de valor y la atribución de valor a un bien conocido y la respuesta necesaria que resulta de dicho reconocimiento y atribución (Mt. 13:44-46). Es decir, adoración sucede cuando yo reconozco que algo tiene gran valor, le atribuyo el valor debido en mi mente y mis afectos, y respondo apropiadamente de acuerdo a esta realidad. En el Salmo 29:2 David lo dice así: «Tributad al Señor la gloria debida a su nombre; adorad al Señor en la majestad de la santidad». Como la gloria de Dios (su valor) es infinita, un verdadero reconocimiento de esta demanda una respuesta infinita, amor y obediencia en todos los sentidos y áreas de nuestras vidas. Así que sabemos por la Biblia que la adoración no se limita sólo a acciones externas (Is. 29:13) y ciertamente no se limita sólo a la música (Ro. 12:1-2). Sin embargo, especialmente en su expresión pública o congregacional, siempre ha dado gran prioridad a la música y el canto. Si leemos toda la Biblia y estudiamos suficiente de la historia de la iglesia nos daremos cuenta de que la música y el canto siempre han sido un fuerte pilar de la fe y la práctica del pueblo de Dios. Él parece haberle dado un lugar especial a esta expresión de adoración en su revelación, tanto así que el libro más largo de la Biblia, los Salmos, es un libro de canciones. ¿Te has preguntado por qué? Dios pudo habernos dado sólo la oración para expresar adoración y alabanza, sin embargo nos dio la música y el canto como una expresión artística y emotiva para alabarle y adorarle. Hay más de cuatrocientas referencias sobre el canto en las Escrituras y alrededor de cincuenta mandatos a cantar. Dios nos ha ordenado cantar. El Salmo 96:1-2 dice: «Cantad al Señor un cántico nuevo; cantad al Señor, toda la tierra. Cantad al Señor, bendecid su nombre; proclamad de día en día las buenas nuevas de su salvación». Una orden y una sugerencia son cosas muy distintas; una orden no es opcional. Por tanto, para nosotros, no cantar es desobedecer a Dios. Con frecuencia escuchamos acerca de Lutero y su defensa del evangelio por medio de la enseñanza y la predicación fiel de la Palabra de Dios durante la Reforma, pero no tanto así acerca de su gran pasión por la música y el canto. Él creía que la música era uno de los regalos más maravillosos de Dios a su pueblo para proclamar su Palabra y alabarle. En una ocasión Lutero dijo lo siguiente: «No tengo uso para los ogros que desprecian la música, porque esta es un regalo de Dios. La música ahuyenta al diablo y hace a la gente gozosa; les hace olvidar todo enojo, impureza, arrogancia, y cosas como estas. Después de la teología, le doy a la música el más alto lugar y el más grande honor».[2]
¿Qué impacto tuvo la Reforma sobre la adoración?
Así que, el impacto de la Reforma, especialmente a través de Lutero, no fue solamente teológico acerca de la salvación por medio de la fe en Cristo, sino que también transformó significativamente la manera en cómo la iglesia entiende y practica la doctrina de la adoración en su sentido personal y congregacional. Primero, en su sentido personal, la Reforma trajo esperanza a la gente ordinaria, mostrándoles en el evangelio que a través de la vida, la muerte y la resurrección de Cristo, la puerta ha sido abierta para siempre para tener una relación personal y comunión ininterrumpida con Dios para todos los creyentes y no para una clase especial. De acuerdo a 1 Pedro 2:9, todos somos linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para posesión de Dios, a fin de que anunciemos las virtudes de aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable. Lutero afirmaba correctamente que este es un privilegio y una responsabilidad de todos los santos. Para todos aquellos que vivían bajo la opresión espiritual de la iglesia romana y del Estado, y a la vez cegados por el engaño de sus falsas enseñanzas, el conocer que las Escrituras enseñan que el hombre es justificado sólo por la fe aparte de sus obras por la gracia de Dios en Cristo Jesús, fue absolutamente liberador porque significa que cada creyente puede venir confiadamente ante Dios creyendo en la obra terminada de Jesús a su favor y disfrutar de comunión con Dios sin necesidad de otro mediador excepto Jesucristo. Finalmente, el pueblo supo que, gracias a Cristo, es posible adorar a Dios sin la ayuda o mediación del papa o de un sacerdote terrenal. La Reforma también impulsó el comienzo de las traducciones de la Biblia a otros idiomas. Lo cual significó que la gente podía llegar a tener la Palabra de Dios en sus manos para leerla y entenderla. Nosotros hoy tenemos el privilegio y el gozo de conocer a Dios por medio de la Biblia. Todos los días podemos leer por nosotros mismos sus promesas, sus consejos, lo que él espera de nosotros y mucho más, gracias a la Reforma. Y no sólo esto, sino que según Romanos 12:1-2, ser transformados por medio de una mente renovada es nuestra verdadera adoración a Dios. ¿Cómo podríamos renovar nuestra mente continuamente sin acceso a la Palabra de Dios? Jesús también dice en Juan 4:23 que el Padre está buscando adoradores que le adoren en espíritu y verdad. De manera que el hecho de que nosotros hoy podemos disfrutar de excelentes traducciones fieles a las Escrituras en nuestros propios idiomas y exponernos diariamente a la Verdad, es sumamente importante para nuestras vidas de santificación y adoración personal. Así que no podemos exagerar al decir cuan significativo es que cada uno de nosotros tenga la Palabra de Dios en su propio idioma; y esto gracias a la fidelidad de Dios con su pueblo a través de la Reforma. Segundo, la Reforma tuvo un gran impacto sobre el aspecto público o congregacional de la adoración. Lutero creía que como todo creyente tiene comunión personal con Dios por medio de Jesús, también tenemos acceso al servicio público de Dios. Todo aquel que ha nacido de nuevo conforma parte del cuerpo de Cristo y por tanto tiene un rol, no como espectador, sino como actor y participante activo en el drama de la redención. Así que uno de los logros más significativos de Lutero a través de la Reforma fue recobrar el canto congregacional, la participación de la gente en las ordenanzas de la iglesia y en el servicio público de los santos a Dios. En este sentido, Lutero estaba convencido de que la música y el canto congregacional eran un gran regalo y un instrumento poderoso de Dios cuando era combinado con la Palabra. La razón es que él veía la música y el canto congregacional como una carretera de doble vía. ¿Has oído decir que nosotros cantamos lo que creemos y creemos lo que cantamos? Esto es muy cierto. El ser humano cantará acerca de aquello que cree, ama y celebra, y al mismo tiempo creerá, amará y celebrará aquello de lo cual canta. El canto congregacional une la instrucción con la proclamación de la Palabra. Y por la manera cómo Dios la diseñó, la música nos ayuda a recordar la instrucción que recibimos. Lutero sabía la importancia que esto tenía y lo que podría lograr en una iglesia que había pasado siglos cautiva del poder abusivo de líderes religiosos y del Estado sin ser expuesta a la verdad de las Escrituras. Él argumentaba que la música y el canto ayudarían a la gente a aprender, comprender y memorizar la instrucción de la Palabra de Dios, y así estarían más preparados para discernir el error de la verdad. Así que, de la misma manera como Lutero estuvo resuelto a traducir la Biblia a su propio idioma para que el pueblo tuviera acceso a la revelación de Dios, también estuvo resuelto a proveer y promover maneras en las que el pueblo pudiera responder a esa revelación en su propio idioma y en formas de expresión que involucraran y ayudaran a gente ordinaria de la iglesia. Dos veces en el Nuevo Testamento,[3] el apóstol Pablo nos ordena a que cuando nos reunamos como iglesia cantemos salmos, himnos y canciones espirituales. En Colosenses 3:16 él nos dice que esta música debe estar llena de la Palabra de Cristo de manera que nos amonestemos e instruyamos mutuamente con sabiduría. Por tanto, una de las cosas que Lutero hizo fue comenzar a componer nuevos himnos y canciones, combinando letras de alto contenido teológico con melodías familiares y populares, con el fin de que la gente pudiera ser enseñada correctamente, que recordara la instrucción y que a la vez proclamara la Palabra de Dios por medio de la música.
La Reforma y la adoración en la iglesia de hoy
Las verdades por las que Lutero y otros reformadores lucharon hace ya 500 años, aún son importantes hoy. Debemos siempre recordar que nosotros estamos parados sobre una montaña gigante de hombres y mujeres fieles que han andado este camino antes que nosotros en la historia. Personalmente no me atrevo a igualar lo que vemos hoy sucediendo en la iglesia Latinoamericana con la Reforma protestante del siglo XVI, por el simple hecho de que ninguno de nosotros está sufriendo el tipo de peligro y penalidades, ni la clase de persecución que sufrieron los reformadores en aquellos días. Pero sí creo definitivamente que hoy estamos viendo poderosos efectos de la Reforma alcanzando nuevas vidas y nuevos lugares en nuestra región. Y esto es algo muy emocionante y necesario. Hay por lo menos seis lecciones que debemos aprender y mantener en mente para honrar lo que Dios hizo en la iglesia en cuanto a la adoración a través de la Reforma:
- Debemos velar porque nuestras congregaciones participen activamente de la adoración y el servicio público a Dios. Lamentablemente en muchas reuniones evangélicas hoy día la congregación viene más a ver y oír una presentación que a adorar. En nuestras reuniones, nada debe ser un obstáculo para que la congregación tenga un papel principal en la adoración pública a Dios en sus distintas expresiones (1 Co. 12; 14:26).
- Debemos aprovechar el privilegio y gozo que tenemos de tener la Palabra de Dios en nuestro idioma y cultivar iglesias que tengan buena y fuerte educación teológica. La veracidad y profundidad de nuestra adoración a Dios siempre serán proporcionales a nuestro conocimiento de él en su Palabra. Recordemos que el Padre está buscando que le adoremos en espíritu y verdad (Jn. 4:23; Ro. 12:1-2).
- En una cultura de celebridades, debemos tener cuidado de no colocar a nuestros pastores y líderes evangélicos en una clase especial, como si estos tuvieran una clase de acceso especial a Dios que otros no tienen. La Biblia nos enseña a honrar y someternos a nuestros pastores, pero nunca a verlos como diferentes a nosotros en relación con Dios. Todos somos pecadores y hay un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo (1 Ti. 1:15; 2:5; He. 13:17).
- Debemos procurar que nuestras canciones tengan alto contenido bíblico-teológico, de manera que los santos proclamemos la Palabra de Dios y a la vez seamos instruidos en ella. Esta es una gran necesidad en nuestros días, ya que la mayoría de las canciones populares en las iglesias evangélicas son canciones con pobre contenido teológico o muchas veces con letras contrarias a las Escrituras (Sal. 119:172; Ef. 5:19; Col. 3:16).
- En nuestro celo, no debemos dar lugar a la falsa noción o dicotomía de que un alto contenido bíblico-teológico es contrario al disfrute de la buena música, el canto y otras artes. Como Lutero, debemos aprender a ver la música, el canto y las artes como buenos regalos que fueron hechos y dados a la iglesia para dar gloria a Dios mientras nosotros nos deleitamos en él por medio de sus dones. El Salmo 33:3 nos dice literalmente que cantemos una nueva canción al Señor, y que toquemos música con destreza, con gritos de alegría (cf. 1 Crón. 25:7).
- Debemos procurar la exaltación de la centralidad de Dios en nuestras vidas e iglesias. Dios es el origen, el centro y el fin de todas las cosas. Toda la Biblia es Dios-céntrica. Así mismo todas nuestras prácticas deben estar centradas y enfocadas en Dios. Todo lo que hagamos en la iglesia debe ser hecho con el propósito de reconocer y atribuir a Dios la gloria (el valor) debida a su nombre entre nosotros y de responder apropiadamente ante dicho valor (Sal. 29:2; 34:1-3; Ro. 11:36).
[1] Roland Herbert Bainton, Here I Stand: A Life of Martin Luther [Aquí me sostengo: La vida de Martín Lutero], 266-267. [2] Roland Herbert Bainton, Here I Stand: A Life of Martin Luther, 266-267. [3] Efesios 5:19 y Colosenses 3:16.