En Lucas 1:5-38, encontramos el anuncio de dos nacimientos que, en términos humanos, son imposibles: el nacimiento de Jesús y el de su primo lejano Juan. Por un lado, tenemos a una pareja de ancianos, quienes muy seguramente, ya tenían en sus cuerpos las marcas del pasar de los años, lo que no les permitía todo el proceso que conlleva obtener un embarazo. Por otra parte, está María, una jovencita de quizás unos 13 años, quien, siendo virgen, no podría estar embarazada. Los nacimientos del Señor Jesús y Juan poseen algo más en común, eran la realización de la liberación, de la redención. Uno sería quien prepararía el camino, otro sería quien, al andar en ese camino, sería el cumplimiento de la promesa hecha siglos atrás, en Génesis 3. La fidelidad (y un poco de incredulidad) de Zacarías y Elisabet Zacarías y Elisabet, su esposa, según nos indica el médico Lucas, eran una pareja de edad avanzada, y, «ambos eran justos delante de Dios, y se conducían intachablemente en todos los mandamientos y preceptos del Señor». Ellos no habían bajado la guardia en su vida consagrada al Señor, ni siquiera la ausencia de un hijo que, seguramente habían deseado por mucho tiempo, los había llevado a ser infieles en su servicio a Dios. Es justamente allí, en el servicio, cuando Zacarías recibe el anuncio del embarazo de su esposa. Gabriel, quien estaba en la presencia del Señor, apareció a Zacarías, lo que hizo que este último se turbara y que un gran temor se apoderara de él. Y es que no es algo pequeño que un ángel, que está frente a la presencia del Señor santo, aparezca ante un ser humano que si algo tiene es inmundicia, pecado. Aunque Zacarías había estado pidiendo por un hijo, sabía las limitaciones que había por su avanzada edad, y la de su esposa. De modo que algo de incredulidad se manifestó, y por ello perdió el habla. Puede ser muy fácil criticar a Zacarías, pero si pensamos críticamente, muchos de nosotros hacemos peticiones humanamente imposibles, las presentamos sin la certeza de que el poder de Dios puede darles cumplimiento, como quien lanza un balón de baloncesto desde mitad de la cancha en el último segundo del partido esperando que de casualidad este entre en el aro. Pero el Señor, en Su misericordia, cumple la petición de Zacarías, y con ello, comienza a brillar la esperanza, inicia el cumplimiento de la promesa de redención. ¡Increíble, Zacarías no solamente sería padre siendo un anciano, también su hijo iría delante del salvador de Israel y de la iglesia! La humildad de la niña virgen, María Pasaron seis meses cuando Gabriel de nuevo hizo otro anuncio. En esta ocasión llegó a una niña de quizás trece años, que vivía en una ciudad de Galilea llamada Nazaret. Ella estaba comprometida en matrimonio con un descendiente del rey David, llamado José. Y como la misma narrativa lo indica, era virgen, lo que significa que no había hecho ninguna labor humana que indicaran la probabilidad de un embarazo. A diferencia de Zacarías, la virgen María no había estado pidiendo un hijo. Y al no estar casada aún, este embarazo significaba una gran carga social, la crítica vendría sobre ella, las acusaciones no tardarían en aparecer, incluso José, su prometido, sería objeto de burlas. Así que, lo que para los ancianos fue una noticia que haría que las personas alrededor de ellos estuvieran alegres, el anuncio para María sería algo que crearía serios problemas. Aun así, con toda la dificultad, ella indicó que era la sierva del Señor, que se hiciera con ella como el Señor había indicado. ¡Maravilloso! Y a la vez, cuán distinta fue la actitud de esta niña a la que nosotros solemos tener. Es frecuente que rehusemos vivir como el Señor ha mandado porque eso traerá dificultades sociales, o porque no seremos populares, o porque no obtendremos los beneficios que otros si lograrán. Ser fiel al Señor, como lo fue María, sobre todo en nuestra sociedad actual, la mayoría de las ocasiones nos hará impopulares. Etiquetas sobre nosotros llegarán por doquier. Pero la fidelidad a Dios no es opcional. Imagina si María hubiera dado más valor a su nombre que al Nombre del Señor, ¡no hubiera venido la redención del pueblo de Dios! Dos nacimientos, una esperanza El nacimiento de Jesús y Juan, marcaron el cumplimiento de la promesa de redención eterna de Dios. Fue eso lo que nos ha permitido estar en paz con el Dios santo, a través de la justificación que obtenemos solo en Jesús. Hay un mundo caído, personas que amamos que viven en pecado, vecinos que día a día se revuelcan en el lodo de sus maldades. Por eso, somos llamados a vivir en fidelidad al Señor como los ancianos Zacarías y Elizabet, y la joven virgen María. Sí, tendrá un precio. Para unos fue sufrir con sus cuerpos de avanzada edad el embarazo y la crianza de un bebé; para otros fue que sus nombres fueran mancillados, que la burla viniera a ellos para el resto de sus vidas. De igual modo, ser fiel al Señor implicará dolor para nosotros. Pero el dolor físico y emocional trajo redención al mundo. El dolor que podamos sufrir al padecer por Cristo también será un medio que Dios utilizará para seguir redimiendo a los Suyos. ¡Ten ánimo! Mira a Cristo. Confía en la fortaleza del Espíritu Santo. Cumple tu llamado a vivir para el Señor. Muestra a Cristo a un mundo que lo necesita. Oremos Señor, ser fiel a Ti, sin duda, tendrá consecuencias dolorosas, pero también habrá recompensas hermosas. Permítenos vivir para Ti. Que el Espíritu Santo nos de fuerza para vivir para Tu gloria. Amén.