La abundante mesa del Señor

Era un pequeño grano de color marrón en la mejilla. El médico dijo que era un cáncer de piel leve y que había que extirparlo. Pero después de ver la biopsia, la junta de tumores del hospital recomendó una segunda intervención para extirpar más piel, a fin de asegurarse de que lo sacaban todo. Fue entonces cuando empezó mi miedo. ¿Y si el cáncer ya se ha extendido? ¿Y si es más grave de lo que todos dicen? ¿Y si es demasiado tarde? En momentos como este, es tentador buscar consuelo en lo positivo («todo saldrá bien»), en los porcentajes («la mayoría de estos cánceres no son nada») o en la autocompasión («¿Por qué me pasa esto a mí?»). Pero Dios nos invita a un consuelo mucho mejor: “Todos los sedientos, vengan a las aguas; Y los que no tengan dinero, vengan, compren y coman. Vengan, compren vino y leche Sin dinero y sin costo alguno. ¿Por qué gastan dinero en lo que no es pan, Y su salario en lo que no sacia? Escúchenme atentamente, y coman lo que es bueno, Y se deleitará su alma en la abundancia. Inclinen su oído y vengan a Mí, Escuchen y vivirá su alma. Y haré con ustedes un pacto eterno, Conforme a las fieles misericordias mostradas a David” (Isaías 55:1-3). Esta invitación es para todos los que están sedientos y hambrientos desde el punto de vista emocional, anhelando la paz y la alegría. Es para todo aquel que se siente:

  • I
  • C
  • F
  • I
  • D
  • T

Temeroso. Esa palabra me describía. Así que la invitación de Dios era para mí. ¿Y qué promete esta invitación? Dios promete saciar y deleitar nuestros corazones (Isaías 55:2) con vino, leche y alimentos ricos (Isaías 55:1). ¿Cómo lo hace? No dándonos comodidades terrenales, ya que, en el mejor de los casos, éstas dan una satisfacción temporal y parcial. No: Dios nos satisface plena y duraderamente entregándose a sí mismo. Podemos verlo comparando el principio del pasaje, donde Dios dice «venid a las aguas», con el final, donde dice «venid a mí». Lo que Dios nos da es a sí mismo. Siéntate y come El profeta Oseas lo expresa de esta manera: “Conozcamos, pues, esforcémonos por conocer al Señor. Su salida es tan cierta como la aurora, y Él vendrá a nosotros como la lluvia, como la lluvia de primavera que riega la tierra” (Oseas 6:3). Somos una tierra seca, necesitada de lluvia. Y Dios promete que, cuando nos empeñemos en conocerlo, Él mismo vendrá a nosotros con la lluvia refrescante de Su presencia. Y dice que esta promesa es tan cierta como que el sol saldrá mañana. Así que, cuando tenemos hambre y sed de emociones, es como si Dios nos invitara a una mesa de banquete llena de fajitas de pollo y lasaña caliente con queso y tarta de manzana, algunas galletas de chocolate recién horneadas, agua, vino y leche. Todo lo que tenemos que hacer es venir, sentarnos y comer. Pero si eso es cierto, ¿por qué tenemos siempre hambre y sed de emociones? ¿Por qué nos aburrimos, o nos ponemos celosos, o nos amargamos, o nos sentimos inseguros? ¿Y por qué yo sentía tanto miedo? ¿Por qué tanto miedo? A menudo culpamos a nuestras circunstancias. Pensamos que nos falta alegría y paz porque no conseguimos el ascenso, o porque nuestros hijos no se portan bien, o porque estamos atascados en el tráfico, o en mi caso, porque tengo cáncer de piel. Pero Dios dice que hay una razón más profunda. Es que hemos ignorado Su invitación, y hemos llevado nuestra hambre a lo que no es pan (Isaías 55:2). Nos hemos alejado de la mesa de Dios y nos hemos acercado a la mesa del mundo, que en el mejor de los casos tiene un plátano podrido y blando, un tazón con avena a medio comer o un vaso con agua turbia. Por eso tenía miedo. Estaba ignorando la mesa de Dios, con Sus promesas inquebrantables de alegría eterna, y estaba confiando en la mesa del mundo, cuyas promesas estaban siendo amenazadas por el cáncer de piel. Y por eso estamos:

  • Aburridos. Dado a que ignoramos la mesa de Dios y buscamos algo emocionante en la mesa del mundo. Pero nada parece prometedor.
  • Malhumorados. Esperábamos que algo en la mesa del mundo nos satisficiera, pero cuando nos sentamos, terminó siendo una galleta seca y a medio comer.
  • Decepcionados. Hemos confiado en que algo en la mesa del mundo nos satisfaga, pero, o bien nos lo han quitado, o bien no ha acabado siendo lo que esperábamos.
  • Celosos. Estamos sentados a la mesa del mundo, pero no estamos satisfechos con lo que nos han servido, y pensamos que lo que le sirvieron a otro nos haría más felices.

Siempre que sintamos hambre y sed emocionales, haremos bien en preguntarnos si hemos pasado de la mesa garantizada y satisfactoria de Dios a la mesa incierta y decepcionante del mundo. Comprar sin dinero Pero alejarse de la mesa de Dios no sólo nos deja hambrientos y sedientos. También nos hace culpables ante Dios, porque comer de la mesa del mundo es pecado. Y el pecado requiere pagar un castigo, por lo que Dios dice que hay que comprar Su comida (Isaías 55:1). Pero Dios también dice que no tenemos dinero (Isaías 55:1), porque no podemos compensar nuestro pecado siendo lo suficientemente buenos. Así que, si vamos a disfrutar de la mesa de Dios, alguien más debe hacer el pago. Y dos capítulos antes leemos que esto es lo que haría el Mesías: «Él fue traspasado por nuestras transgresiones; fue aplastado por nuestras iniquidades» (Isaías 53:5). Aunque no tengamos dinero, podemos comprar este alimento confiando en Jesús, quien pagó la pena de nuestro castigo al morir en la cruz. Dios nos ha dado la invitación, y Él ha pagado el precio. Entonces, ¿cómo nos levantamos de la mesa del mundo y disfrutamos de la mesa de Dios? Ven a la mesa Estos son los pasos que Dios utilizó para ayudarme. En primer lugar, confesé mi pecado a Dios: que me había apartado de Su mesa para acercarme a la del mundo, y que tenía miedo porque la promesa del mundo de comodidades terrenales y larga vida se veía amenazada por mi cáncer de piel (1 Juan 1:9). En segundo lugar, admití ante Dios que no podía pagar por mis pecados, y le agradecí y alabé que Jesús pagara por ellos en la cruz (1 Pedro 3:18). En tercer lugar, le pedí a Dios que me ayudara a probar y experimentar lo superior que es Su banquete comparado con la mesa del mundo (Salmo 43:3-4). En cuarto lugar, fijé en mi corazón unas cuantas Escrituras que describen el banquete de Dios (Juan 8:31-32):

  • Placer en Él ahora y siempre (Salmo 16:11).
  • Gozo indecible y lleno de gloria (1 Pedro 1:8).
  • Vida en Cristo ahora, y ganancia cuando muera (Filipenses 1:21).
  • Una morada celestial y eterna hecha por Dios mismo (2 Corintios 5:1-4).

En quinto lugar, oré sobre estas Escrituras, pidiendo a Dios que me ayudara a sentir Su realidad y Su gloria, hasta que experimenté que el Espíritu cambiaba y satisfacía mi corazón (Juan 6:35). Y eso fue lo que hizo. Durante los siguientes veinte minutos, sentí que mi fe se fortalecía y mi miedo desaparecía, mientras Dios usaba Su Palabra para darme una muestra de Su gloria que todo lo satisface, que nada, ni siquiera la muerte, puede amenazar. ¿Estás sentado a la mesa del mundo, hambriento y decepcionado? Si es así, Dios te invita a su mesa de banquetes abundantes. Él ha pagado la entrada, y te está reservando un asiento. Disfruta del festín. Este artículo se publicó originalmente en Desiring God.

Steve Fuller

Steve Fuller es el pastor principal de Grace Church Abu Dhabi y escribe en Living by Faith.

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