Jesús sería arrestado en algunas horas y crucificado al día siguiente. Una intensa agonía, de la cual Él estaba muy al tanto, le aguardaba. Después de haber tomado la cena pascual con sus discípulos, podría haberse retirado a orar a un lugar a solas como había hecho antes.
Pero Jesús no pasó esa noche recluido, enfocado egoístamente en la angustia que le sobrevendría. La noche anterior a ir a la cruz, Él se enfocó en sus relaciones personales. Pasó aquellas horas profundizando sus vínculos de amistad e intimidad.
Jesús lava los pies de sus discípulos
La relación entre ellos se había tensionado durante la cena de Pascua. Judas sabía que no era uno de ellos, él estaba traicionando a Jesús y todo aquello que los discípulos habían creído durante los últimos tres años. Aunque los discípulos se sentaron en la presencia del eterno y poderoso Dios, se lanzaron a discutir quién de ellos era el mayor.
En medio de semejante tensión Jesús se levantó, se quitó su manto, ciñó una toalla a su cintura y vertió agua en un recipiente. Los discípulos deben haber pensado: “no lo creo”, estos eran los gestos del más bajo de los esclavos, de uno a punto de involucrarse en la más humillante de las tareas.
Así y todo, Jesús fue al primero de los discípulos, se inclinó delante de él y empezó a lavar la suciedad y mugre de sus pies. Luego prosiguió al siguiente y así sucesivamente hasta llegar inclusive a Judas, quien lo traicionó. Pedro expresó el asombro de todos ellos: “¡jamás me lavarás los pies” (Jn 13:8). Jesús les hizo saber que había un simbolismo en el acto del lavamiento y cuando se reclinó otra vez, los instruyó acerca de lo que había hecho. Él había realizado un acto propio de los siervos más humildes, de modo que ellos pudieran seguir su ejemplo. Más que debatir acerca de quién era el más grande, ellos necesitaban entender que la grandeza reside en la humildad.
Jesús expresa su amor
En el transcurso de tres años los discípulos habían oído a Jesús enseñar acerca de varios temas, incluido el amor. Pero Jesús nunca habló del amor de la forma que lo hizo la noche antes de ir a la cruz (habiéndose Judas ya retirado). Él mencionó la palabra amor más de treinta veces aquella noche, el amor del Padre por Él, Su amor por el Padre, incluso el concepto que el mundo tiene del amor. Así y todo, me imagino qué ruido hicieron, especialmente en el corazón de sus discípulos, sus palabras acerca del amor en lo concerniente a aquellos que estaban allí presentes.
Jesús hizo del amor algo personal, diciendo: “un mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros; que como yo os he amado, así también os améis los unos a los otros”. (Juan 13:34). En medio de murmuraciones y traición, las relaciones tomaron un lugar central. Los discípulos estaban a punto de experimentar una angustia que nunca habían conocido, ellos estaban cerca de ser probados como nunca antes lo habían sido. Se necesitaban el uno al otro. Necesitaban amarse el uno al otro, y su amor serviría como un testimonio a un mundo que observaba que ellos eran discípulos de Jesús. (Juan 3:75)
Pero una vez más Jesús no estaba meramente enseñando, Él estaba expresando el amor que sentía por ellos “…como yo os he amado…” Sin lugar a dudas ellos sabían que Jesús los amaba, pero esta es la primera vez, según registran los evangelios, que Jesús abiertamente lo expresaba. Y no lo dijo tan solo una vez:
- “Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado, permaneced en mi amor”. (Juan 15:9)
- “Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros, así como yo os he amado”. (Juan 15:12)
¡Qué consuelo para estos corazones llenos de angustia cuando Jesús les hablaba de su partida! Aunque no iba a estar físicamente presente con ellos, y aunque no podrían seguirlo, ellos podrían permanecer en su amor.
Y luego dice lo siguiente: “Nadie tiene un amor mayor que este: que uno dé su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando” (Juan 15:13-14)
Estas son las palabras íntimas que Jesús les dejó, las mismas palabras íntimas que nos da a nosotros. Él dio su vida por Su gran amor hacia nosotros, un amor en el cual debemos permanecer y compartir los unos con los otros. En Su amor, nuestro Señor y Salvador nos atrae hacia una comunión especial, llamándonos amigos.
Jesús ora por sus seguidores
La hora de Jesús había llegado, pero antes de orar en el huerto, oró por sus discípulos y por todos los que habrían de creer en Él (Juan 17:20). Su arresto era inminente, pero su preocupación más inminente era por sus discípulos. Él le pidió al Padre que los guardara y protegiera, y que los santificara en su verdad. Y nuevamente, Él revela el profundo deseo de su corazón: comunión. El oró para que todos sean uno ; “como tú, oh Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos estén en nosotros” (Juan 17:21).
¡Cuán increíble! El corazón de los discípulos estaba turbado porque Él se estaba yendo. Pero quién habría pensado que se tendría mayor intimidad con Jesús una vez vuelto a la gloria celestial (en el lugar donde estuvo antes de estar con sus discípulos). Ahora Él está en nosotros donde quiera que vayamos. Y él quiere que permanezcamos en unidad con Él.
En Viernes Santo, Jesús sufriría a manos de los hombres, y entregaría su vida. Sin embargo, la noche anterior, escogió la intimidad y la comunión. Escogió darles, y darnos, seguridad de su intenso amor.