Nota editorial: Este artículo pertenece a una serie titulada Proyecto Reforma, 31 publicaciones de personajes que fueron instrumentos de Dios durante la Reforma Protestante. Puedes leer todos los artículos aquí
El escándalo de la Reforma protestante conlleva a grandes personalidades y a personajes importantes, usualmente el tipo de hombres cuyos nombres aparecen en mitos, leyendas y estatuas de piedra. Sin embargo, la Reforma también es la historia de personas comunes y corrientes que siguieron a Cristo, comúnmente olvidados pero que llevaron la teología de la Reforma a la práctica y que pagaron por ese precio altamente con sus vidas. Hellen Stirke es una mártir de ellos.
La equivalente de Maria
Hellen fue una cristiana común y corriente en la ciudad escocesa de Perth que se dedicó al trabajo doméstico cotidiano como madre y esposa. Su vida se mantuvo desapercibida hasta el nacimiento de su hijo menor en 1544. Al llegar el momento del parto de su hijo, la tradición católica exigía oraciones a la virgen María. Al tener una buena comprensión de las Escrituras, Hellen repudió aquella petición ya que se trataba de una tradición que ella no seguiría. Sus parteras decepcionadas la presionaron a que orara a la vírgen, pero ella se mantuvo al margen. El riesgo físico era real, pero las oraciones no eran más que una seguridad supersticiosa. “Si hubiera vivido en los días de la virgen,” dijo Hellen con elegancia, “Dios me hubiera podido ver al igual que la virgen María y haberme hecho la madre de Cristo.” Su sermón de parto tuvo que haber generado controversia, pero Hellen estaba firme y reconfortada por su teología, al saber que sus oraciones eran dirigidas directamente a Dios a través de su salvador Jescuristo.
No te daré las buenas noches
Las noticias de la negación de Hellen a orar a María y su audaz argumento de que estaba en igual condición que ella delante de Dios llegaron rápidamente a los oídos del clero local y de ahí al cardinal que presidía. Su respuesta fue rápida para apagar este vislumbro de teología reformada. Al poco tiempo, Hellen fue arrestada y encarcelada junto a su esposo y otros cuatro audaces cristianos protestantes de la ciudad. A este pequeño grupo pronto lo declararon culpable de herejía y sentenciado a muerte. El siguiente día, los soldados llevaron a Hellen, su esposo y el resto de protestantes condenados a la horca. Hellen pidió morir junto a su esposo, James Finlason, pero se lo negaron. Los hombres debían ser colgados, las mujeres ahogadas, y James debía ir primero. Sosteniendo a su pequeño hijo, Hellen se acercó a su esposo, lo besó y le pronunció estas palabras: “Alégrate, esposo, porque hemos vivido varios días gozosos, y este día, en el que moriremos, debemos estimarlo como el más gozoso de todos, porque tendremos gozo para siempre.” Por tanto, no te daré las buenas noches, porque dentro de poco tiempo nos encontraremos en el reino de los cielos”. James fue colgado ante sus ojos. Una vez terminó su vida en esta tierra, sus ojos se apagaron ante Hellen, quien fue obligada a entregar su recién nacido a una nodriza que se encargaba del cuidado del niño desde ese momento. Las autoridades llevaron a Hellen a un lago cercano, ataron sus manos y pies, la metieron dentro de un saco de tela junto con rocas pesadas y la lanzaron al agua como un bulto de basura. Todo esto por el crimen de “blasfemar a la virgen María.”
Una nube de testigos comunes y corrientes
El cielo tiene todos los detalles, pero esto es todo lo que conocemos sobre la vida Hellen. Fue una mujer valiente y fortalecida por la Escritura. Su clamor al parir, de que era igual que la madre de Jesus, fue una insubordinación ceremonial radical, pero en el fondo se trató de un acto de fe que proclamaba que todos los estragos de superioridad humana eran irrelevantes ante la supremacía de la presencia de Cristo. Si miras con mayor detalle a la Reforma, te darás cuenta de que se trata de mucho más que de imprentas, tesis clavadas en las puertas y debates teológicos. La reforma se trata de la historia de creyentes comunes y corrientes, esposos y esposas, madres y padres fundamentados en las palabras de la Escritura que reclamaban la prioridad de Jesucristo en sus vidas, sus matrimonios, sus familias, y sus esperanzas eternas, quienes se sostenían como una nube de testigos llamándonos a hacer lo mismo. Nos llamaban a aferrarnos a nuestras convicciones bíblicas sin titubear, a disfrutar de las bendiciones terrenales del Señor, y a soportar las aflicciones momentáneas del aquí ante el gozo eterno preparado para nosotros.