Romanos 8 es uno de los capítulos más queridos de la Biblia. Contiene verdades preciosas que animan y sostienen el alma en las épocas más difíciles de la vida. Versículos como estos regocijan el corazón una y otra vez:
- “Por tanto, ahora no hay condenación para los que están en Cristo Jesús” (Ro 8:1).
- “Y sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, para los que son llamados conforme a Su propósito” (Ro 8:28).
- “Entonces, ¿qué diremos a esto? Si Dios está por nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” (Ro 8:31).
Y, sin embargo, a pesar de las preciosas verdades que se encuentran en Romanos 8, también hay algunas partes que desconciertan a los lectores, incluso dentro de los versículos más queridos del capítulo. Identifiquemos algunos de estos versículos confusos o malinterpretados, analicémoslos de nuevo y, al hacerlo, revivámoslos y reapropiémonos de ellos para sustentar y alegrar aún más el corazón.
¿Adónde nos guía el Espíritu?
Un versículo a considerar es Romanos 8:14, que enseña que “todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, los tales son hijos de Dios”. Cuando has pensado en el Espíritu “guiándote”, ¿qué te has imaginado?
En nuestra lengua popular cristiana, la palabra guiar se utiliza a menudo para referirse a la dirección de Dios en nuestras vidas cuando nos enfrentamos a una elección entre dos buenas opciones. Puede tratarse de grandes decisiones (como comprar una casa o aceptar un trabajo) o de decisiones menores (como qué suéter ponernos o qué pizza comprar). Como sabemos que toda la vida está bajo el señorío de Cristo, a menudo queremos que Dios nos “guíe” en esos momentos, grabando en nuestro corazón lo que quiere que hagamos. Este uso común de la palabra guiar podría hacernos pensar que Romanos 8:14 nos enseña acerca de la guía y dirección de Dios cuando nos enfrentamos a decisiones.
Si bien es cierto que debemos buscar la guía del Señor cuando tenemos que tomar decisiones importantes, Romanos 8:14 se refiere más específicamente a la santidad personal del creyente en la lucha contra el pecado. Esto se hace evidente cuando tomamos nota del contexto más amplio, en el que Pablo distingue entre creyentes e incrédulos.
Por un lado, los creyentes se caracterizan por el Espíritu: caminan según el Espíritu (versículo 4), viven según el Espíritu (versículo 5), ponen su mente en el Espíritu (versículos 5-6), están en el Espíritu y tienen el Espíritu (versículo 9). El Espíritu mora en los creyentes (versículos 9, 11), nos capacita para mortificar nuestro pecado (versículo 13) y da testimonio de que somos hijos de Dios (versículo 16). Por otro lado, los incrédulos están bajo el dominio de la carne: andan según la carne (versículo 4), viven según la carne (versículo 5), ponen su mente en la carne (versículos 5-6), y están en la carne (versículo 8). Son hostiles a Dios y no pueden agradarle (versículos 7-8).
Este contexto más amplio sugiere que en Romanos 8:14 Pablo sigue distinguiendo entre creyentes e incrédulos al exponer su relación con el Espíritu y la carne. En este contexto, la palabra guiar es aproximadamente un sinónimo de los otros verbos que describen la relación del creyente con el Espíritu. Esta conclusión se ve corroborada por la unión de los versículos 13-14 (“porque”), que indica la estrecha relación entre ser guiado por el Espíritu y mortificar el pecado.
El contexto pone ante el cristiano no dos opciones buenas y piadosas, sino la justicia y la maldad. Ser guiado por el Espíritu significa que el cristiano, debido al poder del Espíritu que mora en él, siente repugnancia por el horror del pecado y, en cambio, persigue la santidad, habiendo probado su dulzura. Dicho de otro modo, ser guiados por el Espíritu significa que Dios nos conduce “por senderos de justicia Por amor de Su nombre” (Sal 23:3). Cuando seguimos la guía del Espíritu persiguiendo la justicia, damos testimonio de que somos hijos de Dios.
¿Trabajar juntos para qué?
Otro versículo que podría desconcertar a los lectores es Romanos 8:28. Por un lado, Romanos 8:28 es muy querido porque expresa de forma poderosa y memorable el meticuloso gobierno de Dios, de modo que todas las cosas infaliblemente “cooperarán para bien” del pueblo de Dios.
Al mismo tiempo, el versículo 28 no define lo que constituye el bien para el creyente. Si nos fijamos solo en el versículo 28, podríamos caer en la tentación de definir el bien de la manera que mejor nos parezca. Por ejemplo, ¿se refiere el bien a una vida larga y saludable o a ser constantemente afirmado y apreciado por quienes me rodean? ¿Es una promesa de que mis hijos confiarán en Jesús y lo seguirán, y que en su madurez me honrarán y me apoyarán en mi vejez? ¿Se refiere a una vida de prosperidad definida según mi propia estimación de lo que es bueno para mí?
La respuesta a estas preguntas se encuentra en los dos versículos siguientes. En el versículo 29, Dios predestina a Su pueblo para que seamos hechos conforme a la imagen del Hijo. En el versículo 30, el resultado final de la llamada cadena de oro de la salvación es nuestra glorificación. Estos propósitos hermanados (que seamos conforme a la imagen de Jesús y nuestra glorificación) no son dos propósitos distintos, sino uno solo.
Compartimos la gloria de nuestro Hermano mayor cuando llegamos a ser como Él en Su carácter, y esto es precisamente lo bueno de Romanos 8:28. Dios obra meticulosa e infaliblemente todas las cosas en nuestras vidas para que los que amamos a Dios y somos llamados por Él nos parezcamos más a Jesús. Él gobierna nuestras vidas, cada día y en cada detalle, para que al final seamos glorificados por Cristo y participemos de Su santidad (ver también 2 Tesalonicenses 1:12; Hebreos 12:10). Reconocer esto como nuestro bien es coherente con el testimonio constante de las Escrituras sobre el propósito de la disciplina de Dios y la hermosura de Dios para el creyente, y nos ayuda a recalibrar nuestros corazones para que no seamos tentados tan fácilmente por bienes menores.
¿Quién puede estar contra nosotros?
En el último párrafo del capítulo vienen otros dos versículos potencialmente desconcertantes. Romanos 8:31 y 37 hacen énfasis en la victoria de la que disfrutamos los cristianos porque Dios está de nuestra parte. En el versículo 31, Pablo formula una pregunta retórica: “Si Dios está por nosotros ¿quién estará contra nosotros?”. La respuesta implícita a esta pregunta retórica es: ¡nadie! Del mismo modo, en el versículo 37 Pablo afirma que los cristianos son “más que vencedores por medio de Aquel que nos amó”. La promesa de una victoria insuperable es clara y está destinada a animar a los cristianos.
Pero ¿cómo funciona el estímulo de Pablo? A primera vista, parece que Pablo promete a los cristianos una vida cómoda, sin estrés ni sufrimiento. Si el versículo 31 implica que nadie puede estar contra nosotros, entonces, ¿no suena como una promesa de libertad de la oposición, la calumnia y la persecución? Si el versículo 37 nos promete la victoria en todas las cosas, entonces, ¿no suena eso como una liberación del dolor y la tristeza que acompañan a la pérdida y la derrota aparente?
Pablo no nos deja sin respuesta a estas preguntas. En el versículo 36, Pablo cita el Salmo 44, que da testimonio de cómo los justos experimentan aflicción y problemas. El salmista se lamenta de que Dios haya rechazado a Su pueblo (versículos 9-16), y ora por su restauración (versículos 23-26). Pablo cita el Salmo 44:22 para afirmar que los cristianos experimentan un tipo similar de aflicción y dificultad. De hecho, en Romanos 8:35, 38-39, Pablo enumera las muchas y variadas circunstancias a las que se enfrentan los cristianos en esta vida, como la tribulación, el hambre, el peligro e incluso la muerte violenta.
Sin embargo, mientras experimentamos estas dificultades, Pablo nos promete que Dios está con nosotros y que saldremos victoriosos. Gracias a la muerte, resurrección e intercesión continua de Cristo en nuestro favor, Dios es nuestro Padre bondadoso (Ro 8:32) y nuestro justo Salvador (versículos 33-34). Por lo tanto, nuestra victoria no significa que estemos libres del sufrimiento, sino que tenemos la victoria a través del sufrimiento. Específicamente, somos “más que vencedores” porque a través del evangelio Dios asegura que nuestra fe perseverará cuando estemos tentados a caer durante la aflicción.
Entonces, ¿por qué nuestras aflicciones no nos separarán de Su amor (versículos 38-39)? Porque Él promete sostenernos preservando nuestra fe en Él.
Leer y regocijarse
Leamos, memoricemos y aferrémonos a las promesas de Romanos 8. Incluso una lectura superficial nos proporciona verdades amadas que regocijan y sostienen el corazón. Sin embargo, cuando analizamos el texto más detenidamente, descubrimos que sigue dando frutos ricos y duraderos. Interpretar la Palabra de Dios teniendo en cuenta el contexto inmediato no solo nos protege de malinterpretar el texto, sino que también nos proporciona una comprensión más clara de sus preciosas verdades y un amor renovado por el Dios que las reveló.
Publicado originalmente en Desiring God.