Echa un vistazo a las redes sociales, a las noticias por televisión o mensajes de texto grupales más activos. Decir que las palabras amables han escaseado solo durante el año pasado, sería quedarse corto. En cualquier tema, considera cuántas palabras ha utilizado la gente para dividir en lugar de reconciliar, para herir en lugar de sanar, para degradar en lugar de levantar. Puedes decirme que solamente los golpes rompen huesos, pero no puedes decirme que las palabras no lastiman. Cuando estás en tu computadora, en tu iglesia o incluso en la mesa de tu cocina, ¿cuál ha sido tu estrategia para elegir tus palabras? Siendo parte de los que confiesan y sirven al Dios que habla, que creó el mundo por su Palabra, y cuya Palabra da vida, ¿por qué hemos olvidado cuán eternamente importante y poderoso es el don de la palabra? Después de todo, el Dios Trino se ha revelado a sí mismo a través de sus palabras. En Cristo, nos ha liberado para usar nuestro discurso con fines asombrosos y duraderos.
¿Cómo sé esto? El libro de Efesios
Efesios comienza con expresiones vertiginosas de la soberanía de Dios sobre todas las cosas (1:11). Pablo nos muestra la elección y el amor de Dios por su pueblo desde antes de la fundación del mundo (1: 4). Considera cómo Dios nos levanta de la muerte espiritual a la vida espiritual (2: 1–5). Él revela cómo Dios nos incluye en sus planes cósmicos para unir no solo a judíos y gentiles (2:15) sino todas las cosas en Cristo (1:10). En Efesios, Pablo nos lleva a las impresionantes vistas desde la cima de la montaña de la gloria de Dios. Sin embargo, no nos deja ahí. Nos llama a responder, o más específicamente, a hablar. Pablo nos muestra cómo la gran obra de redención de Dios en Cristo transforma nuestras vidas y, al hacerlo, transforma nuestro discurso. Pablo escribe en Efesios 4:29: “No salga de vuestra boca ninguna palabra mala, sino la que sea buena para edificación, según la necesidad del momento, para que imparta gracia a los que escuchan”. ¡Léelo de nuevo! Efesios enseña que los propósitos gloriosos de Dios para el universo y su pueblo en Cristo se extienden a nuestro hablar. Aparte de la fe en Cristo, los corazones pecadores escupen palabras que amplifican la muerte y la decadencia del mundo caído. Pero ahora en Cristo podemos usar nuestra lengua para dar lo que antes era imposible: gracia. Consideremos dos formas en que esta enseñanza debería dar forma a nuestro discurso.
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Dios usa tus palabras con fines que no puedes comprender completamente.
Apuesto a que puedes contar fácilmente las palabras que te han lastimado. Pero espero que también puedas recordar momentos en los que un compañero cristiano habló intencionalmente para edificarte, cuando alguien te sorprendió con una respuesta amable cuando esperabas una palabra dura o compartía el evangelio contigo cuando te sentías lejos de Dios. En esos momentos ordinarios, Dios hizo algo eternamente glorioso a través del discurso de tu hermano o hermana. Usó a esos creyentes para hablar lo que es bueno para impartir gracia. ¿Qué pasaría si realmente creyéramos que nuestras palabras pueden dar gracia? Sospecho que comenzaríamos a buscar formas de desplegar nuestras palabras para este fin eternamente bueno. ¿Qué pasaría si, según Efesios 4:29, consideráramos la reunión semanal de nuestra iglesia como una oportunidad indispensable para hablar bien en la vida de los demás? Dado lo que leemos aquí en Efesios, el Dios que habla debe obtener una gloria particular al usar las palabras de su pueblo redimido para lograr metas que no podemos sondear completamente en este lado de la eternidad. Todavía no comprendemos el alcance de la gracia de Dios para sus hijos, pero sabemos que él usa nuestro discurso para extender una medida de gracia.
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Dios usa tus palabras para lo eterno.
Si hiciéramos un inventario de todo lo que desperdiciamos durante el último año, ¿cuántas palabras habría en la lista? Como ocurre con cualquier otro recurso escaso, incluso las personas más elocuentes tienen una cantidad limitada de palabras en su vida. Qué tragedia sería llegar al final de nuestras vidas y darnos cuenta de que desperdiciamos nuestras palabras en un discurso que no tiene valor duradero. Pero si hablamos lo que es bueno para impartir gracia, entonces Dios usa nuestras palabras ordinarias para sus propósitos extraordinarios. Incluso los usa para edificar a todo su pueblo como su morada en la era venidera (2:22). En Cristo, Dios quiere usar nuestra lengua para construir lo que perdura. No debemos reducir este mandato a mero positivismo o manipulación aduladora. ¡El discurso que da gracia está saturado del evangelio! Esto significa que veces hay que pronunciar una palabra dura, cuando es apropiado, porque eso hará un bien eterno. Significa disculparnos cuando nos equivocamos o alentar a alguien con los dones que posee, incluso cuando eso signifique que los nuestros pasen a un segundo plano. Considera qué lugares maravillosos serían nuestras iglesias locales si todos planeáramos estratégicamente usar las palabras que usaremos en el último día, para celebrar a Cristo. Palabras que exaltan a Dios, que transforman el universo y cambian el destino por medio de Cristo, incluyen desplegar nuestras palabras para fines eternos. En este momento cultural actual donde las palabras parecen ser muchas pero las buenas parecen tan pocas, hagamos nuestra meta el pasar los años que el Señor nos da hablando lo que es bueno para impartir gracia. Mi generación fue llamada así: «¡No desperdicies tu vida!» Para cumplir con ese llamado, necesitamos escuchar otro «¡No desperdicien sus palabras!» Nuestros días y nuestras palabras están contados, y en poco tiempo tendremos que dar cuenta a Dios de cómo los usamos. Sus palabras son siempre verdaderas, siempre buenas y nunca en vano. Como hijos suyos, que las palabras que hablamos den gloria a su gran nombre y gracia a todo su pueblo.