¿Cómo descuidamos las disciplinas que Dios ha provisto para que vivamos para su gloria?
Cuando tenía 17 años Dios utilizó un amigo para moverme hasta las fibras más íntimas de mi corazón en cuanto a mi condición espiritual. Yo era un cristiano nominal, un adolescente con distintas motivaciones menos la de buscar primeramente el reino de Dios y su justicia (Mat. 6:33). Pero en esa oportunidad, y a través de la exhortación de mi amigo, Dios obró en su gracia y misericordia para cambiar el rumbo de mi vida para siempre. Yo no entendía mucho qué me pasaba, pero una cosa era ciertísima: Comencé a tener disciplinas que nunca antes había tenido: Lectura de la Biblia, oración y congregarme. Creo que eso fue, básicamente, lo que desde mi lado humano y por la gracia de Dios por el otro lado, me ha sostenido hasta el día de hoy en mi relación con Jesucristo. “Yo no entendía mucho qué me pasaba, pero una cosa era ciertísima: Comencé a tener disciplinas que nunca antes había tenido: Lectura de la Biblia, oración y congregarme”.
Hábitos de gracia
David Mathis escribió en su libro titulado Hábitos de gracia: “Los canales regulares de la gracia de Dios […] son su voz, su oído y su cuerpo. A menudo él derrama sobre su pueblo favores inesperados. Pero típicamente la gracia que hace profundizar nuestras raíces, que nos hace crecer verdaderamente en Cristo, que prepara nuestra alma para un nuevo día, que produce una madurez espiritual duradera, y que aumenta el torrente de nuestro gozo, fluye de caminos ordinarios y sencillos de la comunión, la oración y la lectura de la Biblia, los cuales encuentran una expresión práctica en incontables formas y hábitos”. [David Mathis – Hábitos de gracia, p. 29 Publicado en © 2017 por Proyecto Nehemías] Estoy absolutamente de acuerdo con Mathis, no solamente por lo que veo en la Palabra de Dios sino también porque mi propia experiencia lo corrobora. Leer la Biblia, orar y congregarse son las disciplinas clave para una salud espiritual que persevera. Pero ¿qué ocurre cuando estos hábitos desaparecen o se deterioran? No siempre tenemos la misma disposición, no siempre recordamos su importancia; de hecho, muchos cristianos suelen pasar años en la mediocridad sin prestar atención a cómo los hábitos de gracia se han transformado poco a poco en hábitos de desgracia. Descuidarse en la piedad y en una relación vital con Dios no es algo que tenga que ver con nuestro siglo. Sansón se descuidó y pensó que las cosas saldrían bien, y no fue así (Jue. 16:20). La nación misma de Israel se debilitó y envejeció sin notarlo (Os. 7:9). Por eso, me gustaría compartir contigo algunas cosas para que pudieran ayudarte a examinar cómo estás en estas tres disciplinas y cómo ellas se pueden transformar en hábitos de desgracia.
Hábitos de desgracia
1. Considera la lectura de la Biblia
No cabe duda alguna que la Palabra de Dios es imprescindible en la vida del cristiano. Los hijos de Dios han sido renacidos por intermedio de ella (Stg. 1:18); tenemos la plena seguridad de su origen divino (2 Tim. 3:16); es útil para toda la vida del cristiano (2 Tim. 3:17) y ella debe, por medio del evangelio, habitar en abundancia en nosotros (Col. 3:16). No debería ser necesario que se nos exhorte a leerla, y sin embargo ella misma nos lo recuerda (Jos. 1:8) y nos da ejemplo de cómo prosperan los que lo hacen (Sal. 1). Sin embargo, y a pesar de todo esto, muchos cristianos tienen una relación deficiente con ella. Los siguientes son algunos de los malos hábitos con la Palabra de Dios que son una señal de alarma y que debería considerar todo aquel que confiesa ser un cristiano nacido de nuevo:
- Ausencia de lectura de la Biblia.
- Descuido generalizado de la lectura de la Biblia.
- Lectura esporádica de la Biblia.
- Varios años profesando ser cristiano y no ha podido leer toda su Biblia.
- Lectura de la Biblia con interrupción producida por las redes sociales, mensajes de Whatsapp, la televisión o la radio.
- Lectura de sólo algunos pasajes favoritos.
- Lectura obligatoria, para cumplir con un plan previamente escogido.
El salmista dijo “Ríos de lágrimas vierten mis ojos, porque ellos no guardan tu ley”. Salmo 119:136 ¿Qué puedes hacer para solucionar esto? Primero, confiesa esto como un pecado. No estoy diciendo que rasgues tus vestidos (en mi caso fue algo así cuando Dios trató con mi alma, pero no siempre ocurre de esta manera), pero sí debería ser una confesión sincera. El salmista dijo “Ríos de lágrimas vierten mis ojos, porque ellos no guardan tu ley” (Sal. 119:136). Segundo, decide comenzar con un libro y terminarlo. Las metas cortas a veces favorecen a la creación de un buen hábito. Un libro a la vez, hasta terminar. Tercero, busca un hermano y amigo con quien puedes rendir cuentas de tu avance en la lectura de la Biblia. Cuarto, determina un tiempo y lugar diario para tu lectura y si es necesario toma nota de lo que lees. Sea lo que emprendas, haz lo que sea necesario para avanzar en la lectura de la Biblia todos los días.
2. Considera la oración
Uno de los textos más cortos de la Palabra de Dios dice “Orad sin cesar” (1 Tes. 5:17). Cuando Ananías fue enviado a poner las manos encima de Saulo para que recobrara la vista, la indicación que Jesús le dio sobre este perseguidor de la iglesia recién convertido era que estaba orando (Hech. 9:11). Jesús invirtió muchas horas en la oración (Mar. 1:35; Luc. 5:16); y él habló sobre la necesidad de orar siempre y no desmayar (Luc. 18:1). Cuando los discípulos quisieron aprender algo de Jesús, fue acerca de cómo orar (Luc. 11:1). Hay muchísimas indicaciones directa e indirectas sobre la oración en toda la Biblia, por medio de mandatos y por medio de ejemplos concretos. Sin embargo, muchos cristianos continúan descuidando la disciplina de la oración, aunque no creen que están en peligro de decadencia espiritual. He aquí algunos ejemplos de esto:
- Creen que la vida de oración se reduce a levantarse y orar al lado de la cama uno o dos minutos encomendando el día en manos de Dios.
- Sus oraciones se han vuelto mecánicas, frías.
- Oran frases memorizadas y trilladas.
- No oran nunca.
- Jamás confiesan pecados, sino simplemente se remiten a decir: “perdónanos nuestros pecados” pero no más que eso; no dicen “perdóname por haberle hablado mal a mi esposa esta tarde”
- Piden siempre, nunca adoran a Dios cuando oran.
“El profeta Samuel dijo al pueblo de Israel que, si dejaba de orar por ellos, estaría pecando contra Dios”. (1 Sam. 12:23) ¿Cómo podrías revertir esta situación? Primero, al igual que con la ausencia de la lectura de la Palabra, también deberías confesar tu falta de oración como pecado. El profeta Samuel dijo al pueblo de Israel que, si dejaba de orar por ellos, estaría pecando contra Dios (1 Sam. 12:23). Segundo, hay que apartar un tiempo y, probablemente un lugar definido para dedicarse a orar. Tercero, encuentra la forma que mejor se adecua a tu posibilidad para orar (caminando, sentado, en voz alta, de rodillas, etc). Cuarto, utiliza nombres, ubicaciones geográficas o grupos de personas para orar en orden. Tienes que recordar que Dios escucha a sus hijos orar (Prov. 15:29), entonces podrías concentrarte en eso puesto que establece una comunión definida con tu Padre celestial. Haz lo que sea, pero ora.
3. Considera la importancia de congregarte
El relato del libro de Hechos sobre el nacimiento de la iglesia es una de las demostraciones más admirables de la soberanía de Dios y el cumplimiento de sus promesas. La promesa de Jesús (Hech. 1:8), el desenlace de esa promesa (Hech. 2:1-4), y la primera predicación apostólica (Hech. 2:14-36); desembocaron en el nacimiento de una iglesia fuerte y genuina. Allí nomás, los primeros cristianos tuvieron una práctica fundamental: tenían comunión y perseveraban en ella (Hech. 2:42). En todo el resto del libro, Lucas nos relata cómo las iglesias locales se formaban y eran fortalecidas en comunión. Las cartas del Nuevo Testamento confirman la existencia de ellas y son la evidencia innegable de que los cristianos se reunían periódicamente. En algunas de esas cartas hallamos mandatos concretos, como “no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos unos a otros, y mucho más al ver que el día se acerca” (Heb. 10:25). Congregarse en la iglesia local no es una sugerencia en el Nuevo Testamento, sino un mandato y una necesidad que evidencia, entre otras cosas, la genuinidad o no de la fe que se profesa. La comunión con otros cristianos es vital para la salud espiritual del alma (Col. 3:16). A pesar de todo eso, muchos cristianos parecen no entender que están desarrollando un hábito de desgracia con relación a congregarse.
- No se congregan.
- No toman un serio compromiso con la membresía.
- Llegan tarde y no les incomoda.
- Valoran los sermones que ven por YouTube más que lo que oyen en su iglesia.
- Jamás se preocupan por otras personas.
- No se despegan de sus celulares en el culto.
- Participan de la cena del Señor sin examinar sus vidas.
“Congregarse en la iglesia local no es una sugerencia en el Nuevo Testamento, sino un mandato y una necesidad que evidencia, entre otras cosas, la genuinidad o no de la fe que se profesa”. ¿Hay algo que puedes hacer para revertir este peligro? Claro que sí. Primero, también tendrás que confesar el pecado de tu descuido de la casa del Señor y comenzar a priorizar los cultos de tu iglesia por encima de otras actividades. Segundo, llega temprano y considera cómo en tu trabajo no podrías llegar tarde sin que pronto fueras despedido, y aunque la figura es muy débil ya que no nos pagan para ir al culto, no obstante, deberíamos recordar que nos congregamos para adorar a quien nos rescató, y él es digno de que estemos en horario con el resto de los hermanos. Tercero, pon tu celular en silencio, ¿quién se supone que debería recibir tu atención durante el culto? Cuarto, descansa bien para poder estar con atención durante el culto. Quinto, ora al llegar al culto, que Dios te hable y tú lo oigas y lo adores en espíritu y en verdad (Jn. 4:24).
Conclusión
En un mundo donde el relativismo y el pragmatismo tienen su bandera bien en alto, los creyentes deben volver a las bases y entender que Dios nos ha dejado disciplinas espirituales que no tienen alternativas. Algunos creyentes creen que estas alternativas existen, pero cuando se dan cuenta de lo equivocados que estaban, ya es tarde para revertir las consecuencias de los hábitos de desgracia: Falta de lectura bíblica, ausencia de oración, y descuido de congregarse. Piensa en todo lo que has leído, y hazlo con un espíritu enseñable y con la oración del salmista en tus labios, “Consideré mis caminos, y volví mis pasos a tus testimonios” (Sal. 119:59).
Este artículo fue publicado inicialmente en RicardoDaglio.com