Gánalos con una cena: practicar la hospitalidad en lugares poscristianos

La hospitalidad es un mandamiento por una razón: nunca deja de mostrar la compasión cristiana hacia el necesitado.
Foto: Envato Elements

En 2015, el Tribunal Supremo (en el caso Obergefell contra Hodges) votó a favor de legalizar el llamado matrimonio entre personas del mismo sexo en los cincuenta estados. Con esta decisión llegó el concepto de “daño a la dignidad”, declarando que la no afirmación de la identidad LGBTQ+ es un daño perjudicial para aquellos que se definen por estas letras. Mientras que el evangelio de Jesucristo afirma una única identidad fundamental, hombre o mujer portadores de la imagen de un Dios santo (Gn 1:27), las leyes del país declaran que cómo te sientes es ahora quién eres.

En 2020, el Tribunal Supremo (en el caso Bostock contra Clayton) añadió el colectivo LGBTQ+ a la Ley de Derechos Civiles de 1964, convirtiendo así lo que Dios llama pecado en un derecho civil protegido. Esta decisión condujo a cambios en el Título 9, la histórica Ley federal de derechos civiles de 1972 que prohibía la discriminación basada en el sexo en las escuelas y programas deportivos del gobierno. Los estadounidenses viven en una nación de términos redefinidos, incluido “sexo”, que ahora significa “identidad de género”. Esto explica por qué es legal que los hombres biológicos practiquen deportes femeninos y se desnuden en vestuarios femeninos.

El activista Jim Obergefell. / Foto: On Cuba News

En 2021, el gobierno de Estados Unidos, siguiendo a Bostock y al redefinido Título 9, promovió un programa antiacoso por mandato federal para su uso en las escuelas públicas, en todas ellas. Un “acosador” es ahora alguien que se niega a ser un aliado del movimiento LGBTQ+.

Así son los tiempos en que vivimos. Y estamos tentados a creer que estas circunstancias culturales nos convierten en extraños y exiliados en un mundo que una vez abrazó nuestros valores. Pero esa no es toda la historia.

Gerald Bostock en un mitin frente a la Corte Suprema en Washington, el 8 de octubre de 2019. / Foto: Getty Images

¿Qué nos hace extranjeros?

Gigantes bíblicos como Abel, Enoc, Abraham, Sara, Gedeón, Barac, Sansón, Jefté, David, Samuel y otros “murieron en fe, sin haber recibido las promesas, pero habiéndolas visto desde lejos y aceptado con gusto, confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra” (Heb 11:13). Cuando los peligros políticos de una sociedad poscristiana amenazan con la pérdida de reputación, de trabajo o incluso de la vida, nos vemos tentados a concluir que nuestra condición de extranjeros y peregrinos se debe a circunstancias recientes.

Pero eso no tiene en cuenta lo más importante: somos extranjeros y peregrinos no principalmente por las circunstancias, sino por la confesión de fe en el Señor Jesucristo.

No hay duda de que la relación personal que los creyentes tienen con Jesucristo es nuestro mayor consuelo en este mundo, y en el próximo. Pero hay un lado adicional de nuestro testimonio cristiano que no debemos descuidar, el lado que comprende al Cristo ascendido sentado a la diestra de Dios Padre. La exaltación de Cristo, es decir,Su entronización celestial a la diestra de Dios, lo sitúa como Cabeza sobre todas las cosas, en cumplimiento de la Gran Comisión, por el bien de Su esposa, la iglesia, y la bendición del mundo (Ef 1:22; Mt 28:18).

Nuestra condición de extranjeros y peregrinos sin duda pone a prueba nuestra fe. Y esta prueba puede tentarnos a refugiarnos en uno de los dos extremos: escondernos con piedad pasiva en privado o luchar con ira mundana en público. La primera eleva nuestra relación personal con nuestro Señor y Salvador por encima de su estado de exaltación (Sal 2:10-12). El segundo eleva la exaltación de Cristo como Rey como algo separado de la Gran Comisión.

No hay duda de que la relación personal que los creyentes tienen con Jesucristo es nuestro mayor consuelo en este mundo, y en el próximo. / Foto: Light Stock

Extranjeros con la puerta abierta

Practicar la hospitalidad ―amar a los extranjeros― es una forma vital de unir nuestra relación personal con Jesús y honrarle como Rey. Podemos practicar la hospitalidad con alegría en una sociedad poscristiana, y debemos hacerlo.

¿Por dónde deberíamos empezar?

1. Tu iglesia

Contribuye para las necesidades de los santos, practicando la hospitalidad (Ro 12:13).

En varias ocasiones, en el día del Señor, te encuentras con extraños en la iglesia, visitantes que pueden haber recorrido un largo camino para llegar al banco de al lado. Acostúmbrate a tener tu casa preparada para ofrecer a los invitados espontáneos una comida después de la iglesia. La comida no tiene por qué ser elaborada. Un breve refrigerio a base de fruta y aperitivos, junto con la comunión cristiana y la oración, es una agradable delicia para los viajeros cansados.

Permanezca el amor fraternal. No se olviden de mostrar hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles (Heb 13:1-2).

Dios nos ordena mostrar hospitalidad a los extraños, una categoría que incluye tanto a creyentes como a incrédulos, y ha reservado bendiciones para nosotros cuando obedecemos. ¿A quiénes es fácil descuidar en tu iglesia? ¿Solteros mayores y jóvenes? ¿Los que no pueden salir de casa? ¿Madres jóvenes? Trabaja con tu iglesia para desarrollar oportunidades consistentes para que los solteros estén en tu casa, y juntos desarrollen un acercamiento a aquellos que no pueden salir de sus casas.

Sean hospitalarios los unos para con los otros, sin murmuraciones (1P 4:9).

A menudo, caemos en la murmuración cuando sentimos que estamos cargando, solos, con una tarea difícil. No practiques la hospitalidad solo. ¿Has considerado organizar un almuerzo regular en el día del Señor después del servicio de adoración para todos los que deseen unirse? Esto puede hacerse en el edificio de la iglesia directamente después del culto, y si lo haces cada semana, la rutina se convierte en algo que todos esperan con ilusión. Cada familia puede traer una olla con su plato favorito. Compartir los deberes de hospitalidad con los demás hace que haya más alegría, menos incomodidad y ninguna queja.

Dios nos ordena mostrar hospitalidad a los extraños, una categoría que incluye tanto a creyentes como a incrédulos, y ha reservado bendiciones para nosotros cuando obedecemos. / Foto: Light Stock

2. Tu vecindario

Desde hace más de una década, mi marido y yo invitamos a los vecinos a casa para comer y convivir. El año pasado invitamos a los vecinos a cantar villancicos con nosotros. Repartimos tarjetas hechas a mano e invitamos a todos los vecinos del barrio a que vinieran antes de salir a cantar. Vinieron más de treinta personas, algunas incluso trajeron a familiares de fuera de la ciudad.

Nos reunimos en la casa, y nuestro pastor asociado, Drew Poplin, pronunció un mensaje evangelístico, leyendo de Lucas 2 y presentando a Jesucristo, que vino al mundo para salvar a pecadores como nosotros. Oramos, repartimos cancioneros y salimos por la puerta. Los niños saltaban de alegría, haciendo sonar las campanillas de los trineos, adelantándose a los mayores para reunirse en las puertas abiertas y acogedoras. Acompañados por la guitarra y la potente voz de nuestro pastor, cantamos con todas nuestras fuerzas, a veces incluso en armonía a cuatro voces. Cuando oscureció demasiado para vigilar a los niños y los perros, volvimos a nuestra casa para tomar café y galletas.

Mi nuevo vecino, Jacob, me pidió que sostuviera a su adormilado hijo pequeño, Jimmy, mientras él se servía una taza de café. Después de una pequeña charla sobre dónde vivían, cuándo se habían mudado y el regocijo general por la divertida noche que todos estábamos viviendo, Jacob dijo: “Oye, he leído sobre ti en el periódico y tengo una pregunta para ti”.

Rosaria Butterfield.

Le dije que me preguntara lo que quisiera.

“Pareces una buena mujer. ¿Por qué odias a los transexuales?”, preguntó Jacob.

“No odio a nadie”, respondí. “Soy cristiana y quiero de verdad a todos mis prójimos. Pero odio las visiones del mundo que mienten a la gente sobre quiénes somos: portadores de la imagen de Dios. Porque las cosmovisiones tienen consecuencias y las malas tienen víctimas, odio la ideología transgénero”.

“¿Por qué?” preguntó Jacob.

Me puse a Jimmy en la cadera y lo levanté diciendo: “Por esto. Jimmy es un niño, y defenderé su derecho a ser un niño”.

Jacob asintió con la cabeza. Resulta que Jacob trabaja en el sistema escolar, y él, un joven blanco, siente tanto la presión de lo políticamente correcto como la amenaza de perder su empleo.

“Entonces, ¿por qué hablas en las reuniones del consejo escolar si te odian?”, preguntó.

“Creo que mi trabajo como cristiana es devolver la verdad a la plaza pública. Trabajé en el proyecto de ley que se convirtió en la Ley de derechos de los padres. Creo que los padres tienen derecho a proteger a sus hijos y que matricular a un niño en una escuela pública no convierte a la escuela en coprogenitora”.

Jacob asintió con la cabeza y dijo que encontrar la verdad en la plaza pública parece cada vez más difícil. Le presenté a algunos de los otros cristianos del barrio, que también pululaban por la cocina en busca de café y galletas, y pronto tuvimos en marcha una animada discusión sobre los derechos de los padres, con intercambio de números de teléfono e invitaciones a las iglesias.

3. Tu ciudad

Llevo veinte años educando en casa, pero me preocupan mucho los cristianos cuyos hijos están matriculados en la escuela pública, por la sencilla razón de que soy cristiana. Estamos llamados a dar a conocer nuestra razón a todos los hombres (Fil 4:5), y algunos de esos hombres (y mujeres) están en el consejo escolar.

Las leyes sobre los derechos de los padres en todo el país han sido muy discutidas por los consejos escolares. El año pasado, yo y otras personas de las iglesias locales de Durham, preparamos discursos de tres minutos explicando y defendiendo los derechos y responsabilidades de los padres y las preocupaciones que todos teníamos sobre la “ciencia” activista que hay detrás de la transexualidad. Aunque estas reuniones son estresantes, nos quedamos para hablar con la gente que se opone a nuestro mensaje. “Este es el mundo que Jesús vino a salvar”, me recuerda a menudo mi hijo de 21 años, que me acompaña a estas reuniones. Hemos descubierto que las personas son personas, y que todas las personas necesitan a Cristo.

El año pasado, tuvimos el privilegio de cenar con una familia cuyo hijo autista y con ansiedad de género había llevado una vida secreta como chica en el colegio. Los padres tardaron dos años en descubrir la verdad, y se quedaron atónitos al darse cuenta de que ocultarles esta importante información era legal en virtud del Título 9. Recibieron encantados nuestra invitación a hablar con ellos. Recibieron encantados nuestra invitación a conversar, e intercambiamos números de teléfono y direcciones. Cuando llegó la noche de recibir a esta familia, descubrimos encantados que compartíamos muchas cosas en común. A lo largo de la cena, los padres nos acribillaron con preguntas sobre Dios: ¿Quién es? ¿Se preocupa por mí? Después de la cena, mi marido dirigió las devociones familiares: lectura de la Biblia y oración.

Aprendimos que el movimiento transgénero suele tratar a los padres como al enemigo, y que ellos ―y sus hijos― están muy necesitados del evangelio. Para muchas personas que han sido llevabas por la cinta transportadora de la transexualidad ―viajando de la transición social (pronombres y ropa falsos) a la transición hormonal (hormonas sexuales cruzadas) y a la transición quirúrgica (mutilación genital)―, la gran promesa de gloria, de un cielo nuevo y una tierra nueva donde las almas y los cuerpos de los creyentes se reúnen y glorifican, es singularmente apreciada. Aquella familia a la que invitamos a cenar después de una reunión del consejo escolar asiste ahora a la iglesia, y su hijo se está curando del dolor de aquellos años.

La hospitalidad es un mandamiento por una razón: nunca deja de mostrar la compasión cristiana hacia el extranjero necesitado. Practicar la hospitalidad en una sociedad poscristiana es amar al forastero y recordar que nosotros también somos extranjeros y peregrinos por confesión y no meramente por las circunstancias.


Publicado originalmente en Desiring God.

Rosaria Butterfield

Rosaria Butterfield, (PhD, de la Universidad Estatal de Ohio) es escritora, oradora, esposa de pastor, una mamá que educa en casa y una exprofesora de lengua inglesa y de estudios femeninos en la Universidad de Syracuse. Ella es la autora de “The Secret Thoughts of an Unlikely Convert” (Los pensamientos secretos de una conversa improbable) y “Openness Unhindered” (Sinceridad sin límites). 

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