No es un recuerdo del que me enorgullezca, pero de vez en cuando siento la necesidad de revivirlo. Supongo que si Pedro contó él mismo la historia de su traición a Jesús —después de todo, ¿de qué otra forma los escritores bíblicos habrían conocido los detalles?—, yo puedo contar mi historia para mi propio beneficio y espero que también para el tuyo.
Mi historia se remonta a mis primeros días como bloggero, cuando era mucho más joven de lo que soy ahora. Aunque era mucho más joven, era uno mucho más seguro de mí mismo. Es curioso cómo eso ocurre, ¿verdad? Todavía mantenía demasiado de la arrogancia de la juventud. La insensatez y el orgullo que la acompañan están estrechamente asociados a la juventud, y yo bien podría haber sido el niño del póster en la pared. A pesar de que la valoración y el reconocimiento correctos de mi juventud deberían haberme limitado, el fracaso total en ello me empoderó. Y en mi arrogancia lancé mi artillería contra un buen hombre.
Yo era un hombre con poca experiencia de vida y él era un hombre con una experiencia de vida considerable. Yo era un hombre sin educación teológica formal y él era un hombre con mucha educación teológica formal que incluía varios títulos avanzados. Yo era un hombre con pocos logros y él era un hombre con muchos logros. Yo era un hombre marcado por poca piedad y él era un hombre marcado por mucha más piedad. Pero cuando me encontré con un área de la doctrina en la que él y yo discrepamos, pasé a la línea ofensiva. No fui cruel, pero tampoco gentil. No fui salvaje, pero tampoco humilde. Utilicé mi blog y las redes sociales para perseguirlo por una doctrina menor, un asunto discutible. Me interesaba defender la verdad, pero no hablar de esa verdad con amor.
Me sentí bien por un tiempo. Ese tema me preocupó (y me sigue preocupando), yo estaba seguro de que defendía la ortodoxia contra una herejía invasora. Me sentía bien hasta el día en que lo vi al otro lado del pasillo en una conferencia. En un momento, estaba allí y luego se fue, nuestras miradas nunca se cruzaron, pero en ese momento sentí el sofoco de la vergüenza. El recuerdo de lo que había escrito y la arrogancia con la que lo había hecho me vinieron a la mente. Verle lo humanizó delante de mí. No era solo un ordenador inteligentemente programado que escupe libros y entradas de blog, no era solo una cuenta de Twitter, era un hombre, un hombre de verdad, un hombre mayor, un hombre piadoso. Era un hermano en Cristo, un hermano al que yo había tratado como a un extraño, como a un enemigo.
En ese momento decidí que nunca volvería a tratar a alguien así. Podría volver a discrepar con un autor o un teólogo, pero ahora lo haría con amabilidad y humildad. Podría seguir criticando un libro de otro cristiano, pero ahora lo haría con la mayor delicadeza posible y solo con la fuerza necesaria. El Señor utilizó ese momento santo para confrontarme con mi pecado y llamarme al arrepentimiento. Y aunque no lo he vivido a la perfección, lo considero un momento transformador en mi vida.
Desde entonces, he formulado una serie de preguntas que debería haberme hecho antes de pulsar los botones de “Publicar”, “Postear” y “Twittear”. Son preguntas que me ayudan a alejarme del orgullo juvenil y a acercarme a la humildad madura. Tal vez puedan guiarte a ti también.
- ¿Lo diría a la persona si estuviéramos cara a cara? ¿Lo diría de la misma manera, utilizando las mismas palabras?
- ¿Soy la persona adecuada para decirlo? ¿Tengo el historial probado y la profundidad de conocimientos que harían apropiado que yo hablara?
- ¿Lo que escribo, lo haría de esta manera, si él y yo estuviéramos frente a una audiencia de decenas de miles de personas (como de hecho sucede a través de los medios sociales)?
- ¿Reflejan mis palabras las advertencias bíblicas sobre cómo los hombres jóvenes deben relacionarse con los hombres (o mujeres) mayores, por ejemplo: “Te levantarás ante las canas y honrarás el rostro de un anciano” y “No reprendas a un anciano, sino anímalo como a un padre… a las mujeres mayores como a madres” (Lv 19:32; 1Ti 5:1)?
- Antes de compartir estas palabras ¿estoy recordando que esta persona es un hermano en Cristo, una persona por la que Jesús murió, una persona a la que Dios ha aceptado y a la que Dios ama, y una persona con la que viviré en la gloria para siempre?
- Al escribir estas palabras, ¿estoy administrando fielmente la plataforma que Dios me ha dado? ¿Me ha permitido Dios tener influencia para que pueda usarla para esto?
Estas preguntas, y otras similares, me han guiado hacia lo que espero sea una mejor manera de comunicarme en línea, una manera que refleje mejor el decir la verdad de una manera claramente amorosa. Porque si bien hay momentos en que los cristianos debemos hablar claro, nunca existe un momento en que podamos hablar a un compañero cristiano o sobre un compañero cristiano de una manera que no refleje el amor de nuestro Salvador común.
Este artículo se publicó originalmente en Challies.