El verdadero valor y condición del hombre

El mundo hoy ha distorsionado la visión de cuanto vale el hombre y cual es su condición. La Biblia nos presenta la realidad al respecto.
El verdadero valor y condición del hombre

Comúnmente toda persona tiene una visión distorsionada de quién es y cuál es  su verdadero valor. Hoy en día las personas tienen un concepto  sobre sí mismos alejado de la realidad y distinto a la verdad de las  Escrituras. Pero, este no es un problema presente únicamente entre no creyentes  sino aún entre los mismos creyentes. Los cristianos actuales han conseguido  creer una verdad sobre sí mismos bastante errada.

Esta falsa visión y conocimiento sobre quiénes somos y que valemos ha sido  introducida por nuestro enemigo en el Evangelio tan sigilosamente que ha sido  muy difícil detectarla. Pero nos preguntamos, ¿Cómo la ha introducido? ¿Cómo  logra Satanás hacernos creer algo falso aún con las Escrituras en nuestras manos? Lo hace  a través de la descontextualización y mala interpretación bíblicas. Es común que  en estos tiempos las personas (creyentes o no) tiendan a creer que son: Valiosos,  importantes, campeones, buenos, el centro del universo y que todo gira alrededor de ellos. Y aunque algunas de estas cosas hasta cierto punto tengan algo de verdad, no es la verdad absoluta. Veamos según las Escrituras mismas quiénes  somos y que valemos.

Nuestra condición según las Escrituras.

La Biblia presenta al hombre como pecador, depravado, corrupto y alejado de  Dios. Es algo totalmente opuesto a lo que se enseña en algunas iglesias hoy en  día. Hoy se dice que eres: “hijo del rey”, “eres un príncipe” y toda cosa que  exalte al hombre provocando de una forma u otra que se oculte la verdadera  condición del hombre. Dios le dio a Adán un mandamiento que no  obedeció dándole así, entrada al pecado. (Romanos 5:12)

Al ocurrir tal incidente en el Jardín del Edén, toda la raza humana quedó expuesta al infierno, quedó sucumbida totalmente en el pecado. Ya no es  necesario que intervenga ninguna fuerza externa en nosotros para hacernos  pecar, ya que nosotros mismos reflejamos qué tan malos somos. Con nuestros hechos damos a mostrar que nuestro corazón está inclinado totalmente al mal como expresan las Escrituras.

El pecado es la peor enfermedad espiritual que alguien puede tener, y nadie  está exceptuado de ella. ¡Todos estamos muertos! El hombre no es alguien un poco  bueno y un poco malo, el hombre es completamente malo, no hay nada bueno  en él. Esto no quiere decir que en algunos momentos no podamos hacer cosas  buenas, ¡claro que podemos! pero no es la naturaleza original humana. Somos  tan depravados que sin siquiera nacer ya merecíamos la muerte eterna, ya  estábamos destituidos de la gloria de Dios. (Romanos 3:23)

Dios siempre ha conocido el corazón del hombre. Desde el principio de la  humanidad el pecado ha existido y ha estado en el corazón de cada ser  humano. Todos nuestros sentidos son cautivos del pecado y esa realidad no ha  cambiado. Todo nuestro ser no hace más que pecar. Aún nuestras mejores  obras, no sirven. No existen momentos en que no pequemos, siempre pecamos y estamos inclinados al mal. (Génesis 6:5, Isaías 64:6)

Si es cierto que todos somos malos y pecadores, y peor aún, cierto que aún lo  ‘bueno’ que hacemos es pecado, entonces no nos queda más que aceptar la cruda realidad: ¡Estamos perdidos! Realmente lo estamos. No solo pecamos sino más bien, somos amantes al pecado. No es que tan solo somos pecadores  sino peor, nos gusta pecar, nos deleitamos en el pecado, nuestro corazón está  lleno de abominación contra Dios. Todo lo que pensamos, hablamos y hacemos,  va en contra de la naturaleza divina de Dios.

Usualmente vemos como las personas buscan tener una alta autoestima. Buscan  sentirse importante, buscan que lo elogien, buscan fama, llamar la atención, ser  los más morales posibles. Pero esto lo hacen porque son arrogantes y hacen  únicamente lo que le indica su corazón: Vanagloria, la cual es pecado. La  moralidad o bondad no te hace menos pecador. Tú puedes ser el más moral y  ‘bueno’ en toda la faz de la tierra y sigues sin merecer siquiera que Dios te  mire. (Romanos 3:11, 12)

Fijémonos en un niño. Por naturaleza a los niños no hay que enseñarle lo malo  ya que lo aprenden por sí solos. Aprenden a desobedecer, a golpear y a todo lo  malo. Pero lo bueno hay que enseñárselo e inculcárselo arduamente. Pero, ¿a  qué se debe esto? Se debe exactamente a la naturaleza caída del hombre, a su  pecado interior y a su destitución y alejamiento de Dios. Se debe a su amor al  pecado. El pecado no es algo que se aprende después de nacer, más bien se nace  con él y no necesitamos que se nos enseñe a practicarlo. (Salmos 51:5, Salmos 58:3)

El salmista entendía quien era. Sabía que nació en pecado. No creía que se hizo pecador en el transcurso de su vida ni nada por el estilo. ¡No! Este hombre entendía que nació con el pecado en su interior y que era algo que él no podía quitar, era algo que estaba en su corazón y que a pesar de todo seguía desobedeciendo a Dios. El hombre está depravado totalmente. No puede amar el bien, no puede venir a Dios, no quiere amar la Luz. (Juan 3:19)

Esto quiere decir que no importa cuántas veces el hombre tenga la oportunidad  de elegir a Cristo y su Luz, no lo hará a menos que una fuerza exterior a él (El Espíritu Santo mismo) actué en su corazón y lo cambie. ¿Por qué es necesario un cambio de corazón para creer en Cristo? Porque éste está tan corrompido que solo se inclina al mal y solo anhela el deseo pecaminoso. El hombre solo quiere pecar y hacer el mal. Nada puede evitarlo. Es una realidad que no se puede confiar en el corazón. Si el corazón está corrompido y es necesario un cambio, por ende es necesaria una regeneración total y real. (Jeremías 17:9, Mateo 15:19)

Nuestro valor según las Escrituras.

Las personas piensan que porque Dios envió a Cristo a morir en la Cruz significa que el hombre es valioso y que Dios no puede vivir sin él. Y mirándolo a simple vista parecería hasta lógico pero, ¿es esto lo que enseñan las Escrituras? ¿Es el hombre tan valioso como dice ser? ¿Ama Dios a todo el mundo a pesar de su pecado? (Salmos 8:4)

El hombre es polvo y al polvo volverá. A pesar de ser polvo, es pecador, es aborrecedor de Dios y es imposible que el pecado y Dios tengan comunión. Si usted leyó y entendió la condición del hombre, ya vio que tan malo somos. Si usted sigue creyendo que usted es el centro del universo, tengo para decirle que, ¡no lo es! Cristo no gira alrededor del hombre, más bien, el hombre gira alrededor de Cristo. ¡Él es el centro! ¡Por y para él es todo!

Si en verdad valíamos tanto y éramos tan autosuficientes, ¿por qué no nos salvamos a nosotros mismos del pecado? ¡Era y es imposible! Ese es el valor del hombre: Ninguno. Simplemente somos pecadores incapaces de salvarnos a nosotros mismos. Cristo murió por Su pueblo por Su misericordia. No fue porque valíamos mucho o porque lo merecíamos, ¡imposible! fue porque a Él le plació hacerlo a pesar de que éramos pecadores, a pesar de que habíamos quebrantado cada una de sus leyes. Mientras andábamos por ahí vagando y pecando continuamente, mientras caminábamos rumbo al infierno, Cristo se preparaba para ser sacrificado por muchos. Un sacrificio perfecto que es efectivo para todo aquel que cree. (Romanos 5:8, Efesios 2:1-3)

¿Qué concluimos de todo esto? El hombre no tiene solución en sí mismo. El hombre está perdido por sí solo, somos miserables humanos pecadores que nunca buscaremos a Dios por nuestra cuenta. Sólo queda decir: La nada es más que nosotros, a ti me aferro Cristo, tú me das valor. Querido lector, no sé si estas palabras han destruido todo tu concepto de ti mismo o no. No sé si te enojaste o bajó tu autoestima. En verdad eso no es lo importante aquí. Sólo quiero que entiendas tu verdadera condición y como Dios te ve. La única manera de que tu condición cambie y pases a valer algo es: Creyendo en Cristo y Su sacrificio en la Cruz. Si llegas a ser salvo por Su gracia, pasarás de muerte a vida. De pecador destituido de Su gloria a un pecador salvado y rumbo a la perfección. Ya Dios no te verá como un pecador, sino como ve a Cristo: Santo.

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