Quienes tuercen el evangelio, esconden que todos los que quieren vivir piadosamente padecerán persecución. (2 Timoteo 3:12).
De los discípulos de Jesús, Santiago el Mayor murió decapitado. Santiago el Menor fue lanzado desde lo alto del templo en Jerusalén, a lo que sobrevivió, sólo para que un soldado le aplastara la cabeza con un mazo. Bartolomé fue desollado vivo. Andrés fue crucificado en un madero en forma de equis donde agonizó por dos días. Esteban murió apedreado durante su primera predicación. Simón, mutilado por una sierra. Tadeo, a garrotazos. Pedro, crucificado de cabeza. Mateo, de una estocada por la espalda. Tomás, atravesado por lanzas. Ellos estuvieron dispuestos a eso porque creían en la Palabra de Dios.
“Palabra fiel es esta: Si somos muertos con él, también viviremos con él; si sufrimos, también reinaremos con él; si le negáremos, él también nos negará. Si fuéremos infieles, él permanece fiel; Él no puede negarse a sí mismo”. (2 Timoteo 2:11-13)
Un obrero aprobado
Ni Jesús ni sus discípulos habrían sufrido el martirio si hubiesen predicado el mensaje de auto complacencia tan común hoy en día. En cambio, fueron obreros aprobados al predicar la verdad siendo «atormentados, experimentando vituperios y azotes, prisiones y cárceles, siendo apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a espada, andando de aquí para allá, pobres, angustiados, maltratados, indignos, errando por los desiertos, los montes, las cuevas y las cavernas» (Hebreos 11:36-28). Dios fortaleció a los suyos para persistir, estando «atribulados en todo mas no angustiados, en apuros mas no desesperados, perseguidos mas no desamparados, derribados, pero no destruidos» (2 Corintios 4:8-9).
¿De dónde vienen nuestras debilidades?
Hablando de su experiencia al ser arrebatado al tercer cielo, donde oyó palabras inexpresables, el apóstol Pablo escribió a los Corintios:
“Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera; respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí. Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte”. (2 Corintios 12:7-10)
Se ha dicho que este aguijón pudo ser una limitación física, o bien, el ataque de sus enemigos. Pero era una circunstancia tan dolorosa que el apóstol rogó repetidamente ser librado. Dios le dijo que no… porque así conseguiría un propósito mejor: mostrar que Su poder nos fortalece. Así, pese a su aflicción, Pablo cumplió asombrosamente su tarea de predicar a los gentiles. El apóstol llamó a su aguijón «mensajero de Satanás«, uno que busca hacer morir nuestra fe. Pero Dios está en control. El aguijón no es obra soberana de Satanás para destruir, sino obra providencial de Dios para sostener y salvar. Aquel aguijón fue un antídoto contra el orgullo. El Señor usó la hostilidad de Satanás para santificar a Pablo. El diablo produjo dolor al apóstol, pero Dios usó ese dolor para mantenerlo quebrantado, humilde y dependiente.
Débil pero fuerte
La conclusión de Pablo es magistral: cuando soy débil, entonces soy fuerte. Aquel aguijón no era un castigo por sus pecados, sino una bendición, un trato que conviene al hombre y glorifica al Señor. Ciertamente la fuente de nuestras debilidades puede ser Satanás, pero nuestra debilidad es diseñada por Dios para bien. Y podemos descansar al recordar que Dios está en control… aún de las acciones del enemigo. Y que todo lo encamina a bien. Surge así el propósito de nuestras debilidades: de la crisis matrimonial, la escasez, el cáncer, la esterilidad, el desempleo, la soledad, etc. Como a Pablo o a Job, Satanás te abofetea, o te zarandea como a Pedro. Pero Dios, que está en control, no se deleita en tu aflicción, sino en usar tu dolor para perfeccionar tu fe. Para Dios, tu humildad es más importante que tu prosperidad. Pablo murió sin ser librado de su aguijón. Pero pudo soportarlo todo. Así, el Señor conoce tu aflicción. Y si confías, él estará contigo para fortalecerte infundiéndote su propia vida. Dios quiere mostrar su poder en tu debilidad. Así, en vez de insistirle que nos libre de nuestro aguijón, aprendamos todos a descansar en Él:
“… he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.” (Filipenses 4:11-13)
No recibiremos remedios instantáneos a nuestras debilidades. Pero si confiamos en que nuestra aflicción está en manos de Dios, glorificamos la poderosa gracia del Hijo que sufrió hasta la muerte por nosotros. Dios infunde esa misma gracia manifestada en la cruz a los que confían en él para fortalecerlos frente a toda adversidad. ¡Oh, qué seguridad más grande se nos provee!