Cuando tus días se cumplan y reposes con tus padres, levantaré a tu descendiente después de ti, el cual saldrá de tus entrañas, y estableceré su reino. Él edificará casa a Mi nombre, y Yo estableceré el trono de su reino para siempre (2S 7:12-13).
En 1985, Imelda Marcos, primera dama de Filipinas, organizó una masiva distribución de regalos navideños en medio de una grave crisis económica. Aunque se presentaba como un gesto de generosidad, el evento fue visto como una ostentación desmedida y como una propaganda política para desviar la atención de la corrupción del régimen de Ferdinand Marcos. El evento estuvo tan desconectado de la realidad, que agravó el malestar social y contribuyó al derrocamiento del régimen el año siguiente.
Muchos líderes políticos aprovechan la Navidad para encontrar apoyo. Es común ver que en diciembre diferentes partidos políticos envían “canastas navideñas” a personas necesitadas, que, si bien representan una ayuda significativa, son criticadas por los opositores como medidas populistas. Sea que estemos de acuerdo o no con este tipo de estrategias, esto habla sobre una verdad lamentable: vivimos en una sociedad imperfecta con líderes imperfectos.
Sin embargo, la Navidad es la época precisa para recordar que esperamos la segunda venida del Rey perfecto que nos dará paz definitiva. ¿Por qué?
La promesa de un Rey
El rey David es quizás el líder más recordado en toda la historia del pueblo de Israel. Refiriéndose a él, Samuel dijo: “El Señor ha buscado para sí un hombre conforme a Su corazón” (1S 13:14). Aunque cometió terribles pecados, siempre se arrepintió, buscó llevar una vida piadosa y, sobre todo, amó de todo corazón a Dios.
Producto de ese amor, David tuvo en su corazón la iniciativa de construir “una casa” para el Señor, es decir, un lugar particularmente especial en el cual se pusiera el Arca del Pacto, objeto que representaba Su presencia entre los israelitas. Ninguno de los líderes anteriores había tenido ese deseo, y desde que comenzó el pueblo en el Sinaí, el Arca siempre había estado en el Tabernáculo, que era una tienda que se movía de lugar.
Aunque al Señor le agradó la iniciativa de David, decidió que no sería él quien le construyera una casa, sino su descendiente. No solo le iba a construir un lugar físico para poner el Arca, sino que establecería Su reino para siempre. Dios le dijo a David: “Cuando tus días se cumplan y reposes con tus padres, levantaré a tu descendiente después de ti, el cual saldrá de tus entrañas, y estableceré su reino. Él edificará casa a Mi nombre, y Yo estableceré el trono de su reino para siempre” (2S 7:12-13). ¿Quién fue ese descendiente?
Líderes imperfectos
Inicialmente, todos pensaron que Salomón, el hijo de David, sería ese rey prometido. En efecto, él trabajó 7 años en la construcción de un templo hermoso en el que el Arca habitó por muchos años. Sin embargo, Salomón “tuvo 700 mujeres que eran princesas y 300 concubinas, y sus mujeres desviaron su corazón” (1R 11:3). Esto tuvo un efecto directo en el pueblo: “Entonces Salomón edificó un lugar alto a Quemos, ídolo abominable de Moab” (1R 11:7), lo cual también llevó a todo Israel a la idolatría.
Después de Salomón, por más de 9 siglos, nunca hubo un rey que guiara al pueblo de vuelta a Dios; ninguno, excepto Jesucristo. Cuando los sabios llegaron desde Oriente, le preguntaron a Herodes: “¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque vimos Su estrella en el oriente y lo hemos venido a adorar” (Mt 2:2). ¡Él es el líder esperado que establecería el reino de Dios!
Esperanza para un mundo corrompido
En esta Navidad, en la que recordamos que nuestro mundo está quebrantado y deshecho por el pecado, Jesucristo nos trae esperanza de tres formas:
1. Él nos permite habitar con Dios
¿Por qué el Rey prometió no llegó al mundo a reinar? Porque primero tenía que ir a la cruz a solucionar el mayor problema del reino: el pecado. Al igual que Salomón, nuestro corazón persigue los ídolos, y solo el sacrificio de nuestro Rey podía limpiarnos y hacernos aceptos delante de Dios. Esta gracia de poder estar con absoluta paz en Su presencia también es para los incrédulos que nos rodean esta Navidad. ¿Les llevaremos las Buenas Noticias?
2. Él es un líder que busca nuestro bien
Cuando Dios habló con David, le dijo que lo había sacado del “pastizal” y lo había escogido para pastorear al pueblo. Ahora, ni él ni ningún otro líder fue jamás el pastor perfecto que podía alimentar y cuidar al pueblo, sino que Jesús, su descendiente, vino para ser “el buen pastor”, el cual “da Su vida por las ovejas” (Jn 10:11). Hoy no necesitamos poner nuestra esperanza en líderes políticos que provean para nuestras necesidades más profundas, pues ya tenemos al pastor que no solo no se aprovecha de nosotros —como lo hizo la primera dama de Filipinas en 1985—, sino que está dispuesto a dar Su vida a nuestro favor.
3. Él restaurará todas las cosas
Aunque en Su primera venida entregó Su vida en la cruz y vivió en la humildad de un ser humano, en Su segunda venida traerá la restauración de todas las cosas, estableciendo el reino de Dios definitivamente. Al final de la Escritura, leemos sobre aquellos que están con Cristo en este lugar de perfección: “Y ya no habrá más noche, y no tendrán necesidad de luz de lámpara ni de luz del sol, porque el Señor Dios los iluminará, y reinarán por los siglos de los siglos” (Ap 22:5). ¡Nuestra plenitud con Cristo será imperecedera!
Así que, a medida que vivimos en este mundo imperfecto y presenciamos el pecado de la sociedad en esta Navidad, podemos clamar: “Ven, Señor Jesús” (Ap 22:20).