Estoy seguro de que todos hemos estado allí alguna vez: esa extraña y frustrante sensación de lamento por haber dicho algo que no debimos o por la forma en que lo dijimos. En ocasiones la situación se arregla con una disculpa, pero en otras es demasiado tarde para revertir el efecto de las palabras.
La forma en que usamos nuestras palabras es una de esas áreas en las que la caída ha hecho estragos. La manera en que comunicamos nuestros pensamientos nos hace plenamente responsables de ellos. Somos pecadores y, como consecuencia del pecado que ingresó en el mundo (Gn 3), todos nuestros estamentos internos fueron afectados.
Así que, por cuanto la Palabra de Dios recomienda que hagamos un uso sabio de la lengua (Stg 1:26), debemos de ser sabios al comunicarnos en cualquier medio que dispongamos. Por eso, podemos afirmar que hemos sido llamados a ejercer el dominio propio cuando nos comunicamos en las redes sociales.
La vanagloria
Una de las marcas más evidentes del pecado es la constante búsqueda de gloria personal, es decir, el deseo de dirigir la mirada de otros hacia nosotros. En las redes sociales es común ver a personas involucradas en debates para exhibir su inteligencia y capacidad argumentativa. También están aquellos para los cuales el muro de sus redes es una carta de desahogo, por lo que allí podrías conocer los detalles más íntimos de su vida. De igual modo, están los que intentan proyectar una imagen sobreestimada de su apariencia o de su posición. Todo esto es impulsado por el mismo motor: la vanagloria.
Recuerdo una vez haber cerrado mi cuenta de Facebook por una temporada. Estaba resuelto a no caer más en ese horrible pecado de búsqueda de gloria, pero antes de cerrar escribí un post: “Voy a estar fuera de esta red por un tiempo para reflexionar en otras cosas”. ¡Estaba pecando mientras quería huir del pecado! Quería que la gente me preguntara por qué me estaba yendo y responderles acerca de lo “maduro” que era. Me sentí como Pablo: “¡Miserable de mí! ¿Quién me libertará de este cuerpo de muerte?” (Ro 7:24).
¿Cómo ejercer dominio propio en las redes?
Tener una falta de dominio propio en esta área puede tener consecuencias devastadoras. El problema no es solo el tiempo que perderemos. Si nos dejamos llevar, daremos rienda suelta a nuestro orgullo, a nuestra lengua —aunque sea virtualmente— y posiblemente al chisme y la envidia. Por eso es importante identificar el problema y entender cómo resolverlo. Al igual que en la medicina, en algunas ocasiones diagnosticar puede resultar más fácil que encontrar una medicina; puede ser sencillo saber dónde está nuestro problema, pero el desafío es saber cómo resolverlo.
Quiero proponer que una comprensión correcta del evangelio es el inicio para el ejercicio del dominio propio, y más específicamente en el área de las redes sociales. Eso suena muy abstracto, así que quiero ofrecer algunas muestras de un dominio modelado por el evangelio:
- Es prudente no pensar de sí mismo más de lo que se debe pensar.
- Sé amoroso con otros y piensa siempre en lo bueno, dando el beneficio de la duda.
- Sé paciente y no te irrites.
- Sé honesto; no busques decir las cosas de cualquier manera, sino que habla la verdad en amor.
- Sé verdadero, no hipócrita. No escondas malos motivos detrás de tus actitudes.
- Sé reconciliador y busca la paz.
- Sé sabio y no tengas una respuesta defensiva para todo.
- Sé humilde y reconoce la falta.
- Sé tolerante, de modo que no impongas tus preferencias a los demás, sino que agrades a Dios con limpia conciencia, convencido en tu propio corazón.
- No uses tu libertad para dañar la débil conciencia de otros.
- Busca la santidad y lo que es puro y modesto.
Como hemos visto, el dominio propio no es solo acerca de reprimir voluntariamente deseos a expensas de no comprometer nuestra imagen. Es, más bien, una fuerza impulsada por el Espíritu Santo en nosotros que nos hace buscar la gloria de Dios en lugar de nuestra propia satisfacción. Eso es lo que hace que el dominio sea distinto a la abstinencia.
Algunos consejos prácticos
Habiendo entendido cómo se ve el dominio propio modelado por el evangelio, veamos ahora cuatro breves consejos que podemos aplicar cuando usemos nuestras redes sociales.
Para comenzar, no debemos publicar en las redes cuando estemos muy emocionados, ya sea positiva o negativamente. Las emociones elevadas suelen nublar nuestra capacidad de discernir si lo que vamos a decir o mostrar da o no la gloria a Dios. Debemos ser sobrios siempre. Hacer una pausa y meditar al respecto nos dará un poco de perspectiva y nos permitirá evaluar nuestros motivos.
Podemos llegar a usar las redes sociales para hacer críticas públicas de algo que podría haberse manejado en privado. En otras palabras, si hay algo que puedes decir a alguien en privado, hazlo. No uses tu “muro” para hablar en términos generales de lo que solo tiene un destinatario en tu mente. Eso no es honesto.
También necesitamos evaluar la información que compartimos. Seguramente nos tomará más tiempo, pero será mejor. Además, debemos procurar usar un lenguaje decoroso y que no exhiba inmoralidad o impureza. Queremos ser testimonio a todos (1Ti 3:7) y adornar el evangelio con nuestras palabras y conducta (Tit 2:10).
Por último, si a menudo batallamos con la procrastinación, es una buena idea no tener redes sociales instaladas en nuestros teléfonos o, al menos, asegurarnos de no tener habilitadas las notificaciones, ya que esto nos distraerá mucho, haciéndonos perder el tiempo.
Buscando agradar a Dios
¡Que el Señor nos ayude en nuestra debilidad! Necesitamos gracia para confiar en Él y en la provisión que nos ha dado por medio del evangelio, de forma que hagamos todas las cosas para Su gloria y no la nuestra.
Busquemos agradarle en todo, incluso en nuestro uso de las redes sociales. Aferrémonos a las herramientas que Dios nos da, más de lo que nos aferramos a lo que el mundo ofrece. No desperdiciemos el tiempo y los recursos que hemos recibido, sino demostremos sabiduría, incluso en los espacios virtuales de las redes.