La exposición y la exultación nunca se separan en la verdadera predicación.
Es posible hacer una exposición de textos en los que ni siquiera crees, y mucho menos exultarte, es decir, tener un gran gozo en ellos. Por tanto, no considero la exposición en sí misma como la marca definitoria de la predicación. El diablo puede hacer una exposición bíblica, incluso diciendo proposiciones verdaderas acerca del significado del texto. Pero el diablo no puede gloriarse y gozarse por la gloria divina del significado de las Escrituras (a eso es lo que yo llamo “exultación”). Él la odia. Así que no puede predicar, no de la manera en que yo lo defino.
Por supuesto, los entusiastas sin sentido que ignoran el significado de los textos pueden exultarse mientras intentan predicar, pero no hablarán del verdadero significado del texto y la realidad detrás de él. Así que la exultación en sí misma no es la marca definitoria de la predicación. Pero juntas —la exposición, en el sentido de mostrar claramente lo que realmente significa la Escritura, y la exultación, en el sentido de atesorar abiertamente las glorias divinas de ese significado— se combinan para hacer que la predicación sea lo que es.

A lo largo del Nuevo Testamento, Pablo modela y ordena tal predicación no solo en contextos evangelísticos, sino también en la iglesia, la casa de Dios (Ro 1:15; 2Ti 4:2). Pero, ¿por qué? Cuando la iglesia se reúne, ¿por qué un pastor debería ir más allá de la mera enseñanza o la mera exaltación para practicar la exultación expositiva?
Dios, la Escritura y la adoración
Mi respuesta es que predicar de esta manera corresponde a la naturaleza de Dios, la naturaleza de la Escritura y la naturaleza de la adoración corporativa. Dios es supremamente hermoso y valioso. La Escritura, al ser Su Palabra inspirada, tiene como propósito despertar y sostener el verdadero conocimiento de Dios con el fin de que podamos disfrutar de Él y mostrarlo al mundo. Y la adoración corporativa da una expresión visible y unida a ese conocimiento, gozo y manifestación.

El tipo de discurso apropiado para la iglesia reunida en adoración es único. No hay otra reunión como esta en el mundo: un pueblo adquirido por Dios (1P 2:9), escogido antes de la fundación del mundo (Ef 1:4), destinado a ser como el Hijo de Dios (Ro 8:29), comprado con sangre divina (Hch 20:28), absuelto y aceptado ante el tribunal del cielo (Ro 5:1; 15:16), una nueva creación en la tierra (2Co 5:17), habitado por el Creador del universo (1Co 6:19), santificado por el cuerpo de Jesús (Heb 10:10), llamado a la gloria eterna (1P 5:10), herederos del mundo (Ro 4:13; 1Co 3:21-23), destinados a reinar con Cristo (Ap 3:21) y a juzgar a los ángeles (1Co 6:3). Nunca ha existido una reunión como esta. Es incomparable en la tierra.
No solo la reunión es única; también lo es el Libro. Toda esta gloriosa verdad acerca del pueblo reunido de Cristo fue preservada y revelada en un libro, y en un depósito apostólico que se convertiría en la piedra angular del Libro. El Dios, el Libro y el pueblo reunido bajo la autoridad del Dios revelado en el Libro son incomparables. No hay dios, ni libro, ni pueblo como este. Por lo tanto, la reunión de este pueblo está marcada por un tipo de comunicación que no se parece a ninguna otra comunicación: exultación expositiva.

Heraldo del Rey
A medida que Pablo proclamaba las inescrutables riquezas de Cristo, anunciaba las buenas nuevas de gran gozo y proclamaba el mensaje reconciliador del Rey con toda autoridad, vio que este tipo de anuncio y proclamación pública no podía ser descartada cuando este pueblo extraordinario, bajo este Dios extraordinario, revelado en este Libro extraordinario, se reunía para adorar. Las riquezas de la gloria, la bondad de las buenas nuevas, el peso de la verdad y la autoridad detrás de todo esto no se volvían menos por el hecho de que se hablaran entre este pueblo reunido. Si acaso, se volvían más.

Por lo tanto, Pablo no solo modeló la proclamación de Cristo y el anuncio de las buenas nuevas al pueblo de Dios, sino que también ordenó que las Escrituras inspiradas por Dios fueran proclamadas en la iglesia: “Predica la Palabra” (2Ti 4:2). Este mandato no fue arbitrario, sino que estuvo determinado por la conveniencia y armonía que Pablo percibía entre la naturaleza de Dios, la Escritura y la adoración, por un lado, y el tipo de discurso requerido, por el otro.
La calidad del anuncio y la proclamación de su discurso público por el Cristo resucitado contenían una dimensión de celebración, afirmación exuberante y asombro. Combinaba un reconocimiento humilde de que el mensaje no se originaba en el heraldo, sino en su Rey. La autoridad detrás de él no era suya, sino de su Soberano. Y la gloria y el valor del mensaje eran directamente proporcionales a la gloria y el valor del Rey. Por lo tanto, el mensajero no podía ser indiferente al mensaje sin ser indiferente al Rey. Eso era tan impensable como no atesorar un tesoro infinito.

Constelación de glorias
Por lo tanto, nada era más apropiado que el hecho de que la presentación, explicación, contemplación y aplicación del mensaje del Rey entre el pueblo del Rey viniera con exultación. Esta conveniencia estaba detrás de la transposición de Pablo de la música de la proclamación al mundo en la música de la predicación en la adoración. Vio que la predicación como exultación expositiva es particularmente adecuada para la adoración corporativa cristiana. Porque la adoración corporativa es el conocimiento, el atesoramiento y la manifestación visibles y unificados del valor y la belleza supremos de Dios.
La predicación encaja en esa reunión, porque eso es lo que la predicación es. La predicación muestra el valor supremo de Dios al abrir las Escrituras para dar a conocer las glorias de Dios, mientras las atesora como supremamente valiosas. La exultación expositiva sirve a la adoración corporativa al adorar a Aquel que se muestra digno de adoración.
Ciertamente, proclamar la Palabra de Dios implica medidas significativas de enseñanza. Los textos bíblicos utilizados deben ser explicados. Las realidades proclamadas deben ser iluminadas. Pero el mensaje del predicador nunca es un mero conjunto de hechos para ser aclarados. Es una constelación de glorias que deben ser atesoradas. La idea de que el mensaje de un predicador pudiera ser entregado como una explicación desapegada no capta el significado del uso que hace Pablo de la frase: “¡Proclama la Palabra!” O, “¡Predica las buenas nuevas!” O, “Proclama a Cristo”.
La predicación es tanto enseñanza precisa como proclamación sentida desde el corazón. Es exultación expositiva.
Publicado originalmente en Desiring God.
