Es importante señalar la estrecha e inseparable relación, en las cartas de Pablo, entre el culto y la doctrina cristiana. Invariablemente el apóstol resuelve los problemas de la iglesia abordándolos desde los fundamentos teológicos involucrados. No se deja engañar por la apariencia de estos problemas y, por tanto, no busca resolverlos de forma provisional y superficial. Pablo es un pastor con pensamiento teológico que aborda los problemas prácticos de la vida cristiana desde su punto de vista doctrinal. Los problemas relacionados con el culto no fueron una excepción para él. Pablo quería no solo que los problemas se resolvieran, sino que los creyentes supieran las razones por las cuales deben cambiar su actitud.
Una de las características de nuestro tiempo es el desprecio, por parte de las iglesias evangélicas, de los fundamentos doctrinales del cristianismo. Reaccionando exageradamente al fundamentalismo y al formalismo doctrinal y litúrgico que caracterizaron algunas denominaciones históricas, muchos pastores y creyentes se han ido al otro extremo, creyendo que es posible evangelizar, pastorear, discipular y resolver problemas prácticos, sin considerar cuestiones teológicas. Surge una dicotomía entre evangelismo y doctrina, entre práctica y doctrina, etc. La doctrina se convierte en sinónimo de formalismo, frialdad, divisiones y obstáculo a la unidad cristiana.
El resultado ha sido una iglesia evangélica sin columna vertebral, sujeta a los vientos de doctrina, impulsada de un lugar a otro por las enseñanzas de los hombres. El resultado ha sido “nuevos conversos” sin seguridad respecto de los fundamentos doctrinales del evangelio y la aceptación por parte de los evangélicos de diferentes sectas neoevangélicas, sin muchas restricciones. Es urgente rescatar la importancia de la doctrina bíblica en estos días de intenso pluralismo religioso y práctico en nuestras iglesias. Haremos bien en aprender de Pablo. Veamos cómo aborda este problema más a fondo en el culto corintio.
El punto crucial de la enseñanza de Pablo es que Cristo es el centro de la Santa Cena y no el pueblo. Los elementos de la Cena, pan y vino, simbolizan la muerte de Cristo (11:23-25) y la celebración en su conjunto recuerda su mensaje (11:26). Era algo que debía hacerse con seriedad y reverencia. Requería conciencia y fe. En otras palabras, los creyentes deben ser conscientes del significado teológico de lo que están haciendo y las implicaciones de ese hecho.
La Santa Cena tiene su origen en el mismo Jesús. “Porque yo recibí del Señor lo mismo que les he enseñado”, dice el apóstol, refiriéndose a las instrucciones que había dado a los corintios sobre la Cena (11:23; cp. Mt 26:26-29). La Santa Cena representa la muerte de Jesús, el acontecimiento histórico que es el corazón del cristianismo. Señala su significado vicario (11:24) y su función en la historia de la redención, como sello del nuevo pacto (11:25).
La Santa Cena, en palabras del Señor Jesús, tiene como objetivo recordarnos Su persona y Su obra (11:24-25). Más que un memorial, sin embargo, es el medio por el cual nos alimentamos y participamos espiritualmente, por la fe, de los beneficios alcanzados por el Señor Jesús en Su muerte y resurrección (ver 10:16-17). Es el anuncio de la muerte del Señor y de Su segunda venida (11:26). Por tanto, los cristianos deben participar de la Santa Cena con fe, discernimiento y conocimiento.