Hay una innegable complejidad en el mundo de Dios. Hay una previsibilidad ineludible en el universo que Dios ha creado. Las estrellas y los planetas siguen su curso día tras día, año tras año, milenio tras milenio. Podemos predecir con absoluta certeza la próxima vez que tendremos un eclipse total o parcial. Podemos mirar miles de años en el pasado o en el futuro y saber cuándo los seres humanos vieron (o verán próximamente) el cometa Halley. Podemos predecir con precisión de segundos cuándo saldrá el sol y cuándo se pondrá, ya sea dentro de unos días o en los próximos siglos, ya sea en este lado del globo o en el otro. Los cielos declaran la gloria de Dios no solo por su inmensidad, sino también por su orden.
Dios se preocupa por los detalles, es un artista cuya mano se muestra no solo en los trazos anchos, sino también en las líneas finas; es un diseñador cuya mente se exhibe tanto en lo más grande como en lo más pequeño. Cualquier campo de la ciencia depende de esta coherencia, cualquier campo de la ingeniería, cualquier campo de la construcción. Ninguno de ellos sería factible si existiera el menor elemento de aleatoriedad en el universo, el menor elemento de arbitrariedad.
Un nuevo año se ha abierto ante nosotros y, como un vigía que contempla la densa niebla, solo vemos unos cuantos pasos por delante y vagas sombras que se vislumbran más allá. No sabemos qué nos deparará el año, si grandes triunfos o grandes fracasos, grandes alegrías o grandes tristezas, grandes ganancias o grandes pérdidas. Puede ser el mejor de los años o el peor, el más fácil o el más difícil, el más reconfortante o el más desgarrador.
Pero esta niebla es una bendición porque nos obliga a apartar la mirada de nuestras circunstancias y a fijarla en nuestro Dios. Porque, si este Dios está tan preocupado por la precisión en el funcionamiento de Su universo, ¿no es lógico que esté igualmente preocupado por la precisión en el desarrollo de Su providencia? Si ha planeado hasta el más mínimo detalle de la estructura de Su creación, ¿no deberíamos creer que también ha planeado hasta el más mínimo detalle de nuestras circunstancias?
Si es así, podemos tener una enorme confianza en todo lo que nos deparará el año.
Si trae placeres incomparables, estos vendrán por decreto de Dios y deben ser aceptados con alegre humildad. Si trae penas singulares, estas vendrán igualmente por decreto de Dios y deben ser aceptadas con mansa sumisión. La mano que guía las estrellas también guía nuestras circunstancias y lo hace con sentido y propósito.
Si este año trae éxitos significativos, podemos estar seguros de que estos son la voluntad de Dios para nosotros y debemos rendirle toda alabanza y agradecimiento. Si este año trae fracasos dolorosos, podemos estar seguros de que estos también forman parte de alguna manera de la voluntad de Dios para nosotros y debemos doblar la rodilla y recibirlos con el corazón dispuesto. La mente que ha planeado la estructura del universo también ha planeado el desarrollo de nuestras vidas.
Si este es el año de nuestros sueños o el año de nuestras pesadillas, el año que hemos anhelado o el año que hemos temido, el año más fácil de nuestras vidas o el más difícil, podemos estar seguros de que, de alguna manera, Dios está involucrado en cada una de nuestras circunstancias, de que la misma precisión que hace que las estrellas sigan su curso hace que los acontecimientos de nuestras vidas se desarrollen según Su plan. Podemos estar seguros de que no hay ningún acontecimiento que escape a Su jurisdicción, ninguna alegría o pena que le sea desconocida, ninguna ganancia o pérdida que quede fuera de Su voluntad. Podemos saber, sin ninguna sombra de duda que, traiga lo que traiga este año, será exactamente el año que Dios ha planeado para nosotros, será exactamente el año que Dios quiere que vivamos para el bien de los demás y la gloria de Su nombre. Y con todo esto en mente puedo decir de verdad: ¡feliz año nuevo!
Inspirado en parte por las obras de F.B. Meyer
Publicado originalmente en Challies.