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La Historia de la Creación
La primera cosa a notar acerca de la historia de Dios es que comienza con la creación y termina con una nueva creación. Nada más esto sugiere que la creación es crucial para entender quién es Dios y lo referente a él.
La historia comienza
«En el principio, creó Dios los cielos y la tierra» (Gn. 1:1).
Génesis 1 provee un panorama cósmico general. Todo cuanto existe viene a ser por el mandamiento de Dios. Cuando pasamos a Génesis 2, la historia se centra en los detalles de la creación del género humano, el primer matrimonio y las responsabilidades confiadas al hombre y la mujer. Todo es bueno. Todo es perfecto. Todo es simplemente como debería ser.
Juicio mezclado con misericordia
Entonces, la tragedia golpea. Increíblemente, Adán y Eva se rebelan contra aquel que les dio el paraíso. En juicio y misericordia, Dios los lanza fuera de la perfección de su presencia en el jardín del Edén, a un mundo creado que ahora está maldito y caído. La narración continúa avanzando y las cosas van de mal en peor, hasta que se nos dice que el Señor vio cuán grande era la maldad del hombre sobre la tierra, y que cada inclinación del pensamiento era mala todo el tiempo. Así que dijo Jehová:
Raeré de sobre la faz de la tierra a los hombres que he creado, desde el hombre hasta la bestia, y hasta el reptil y las aves del cielo; pues me arrepiento de haberlos hecho» (Gn. 6:5-7).
Lo que sigue después de estas escalofriantes palabras es el diluvio. Su día del juicio acerca del cual Pedro dijo:
«por lo cual el mundo de entonces pereció anegado en agua» (2 P. 3:6).
Pero es también un acto de recreación, al menos en parte. Una vez más, la tierra está desordenada y vacía y cubierta por las aguas del abismo (compárese con Gn. 1:2). Lo que es más, la tierra ha sido limpiada del pecado de la raza humana. Dios ahora comisiona a Noé y su familia tal y como lo había hecho con Adán. Haciendo eco de Génesis 1, les es dicho,
«Bendijo Dios a Noé y a sus hijos, y les dijo: Fructificad y multiplicaos, y llenad la tierra. El temor y el miedo de vosotros estarán sobre todo animal de la tierra, y sobre toda ave de los cielos, en todo lo que se mueva sobre la tierra, y en todos los peces del mar; en vuestra mano son entregados. Todo lo que se mueve y vive, os será para mantenimiento: así como las legumbres y plantas verdes, os lo he dado todo».
Un nuevo mundo – nuestro mundo actual – emerge y Dios, una vez más, pone límites entre la tierra y el mar. Pero aunque el mundo está externamente limpio y recreado, internamente los corazones de los hombres y mujeres no han cambiado. Dentro de unos pocos años, el pecado separa a la familia de Noé. En Génesis, el orgullo maligno de la humanidad se reivindica una vez más, seguido por otro acto de Dios en juicio y misericordia: Dios confunde el lenguaje de los pobladores de Babel y los esparce a través de la faz de la tierra para aminorar el progreso de su maldad.
Más gracia, más rebelión
En este increíblemente bajo nivel de la historia con la humanidad no sólo alienada de Dios, sino permanentemente alienada consigo misma, la actividad creativa de Dios profundamente cambia el curso de la historia de la humanidad. Dios habla y crea, no un mundo, sino un hombre nuevo. Toma al pagano Abram y, con su irresistible llamado de amor, cambia su corazón y su nombre. Abram se convierte en Abraham, el hombre que le cree a Dios y le sigue. Dios entonces le promete al «sin descendencia» Abraham y su mujer estéril, Sara, que hará de su familia una gran nación. Entonces, de acuerdo con la promesa de Dios, no sólo conciben un hijo, sino que su nieto concibe doce hijos. Antes de mucho, no puedes contar a todos sus descendientes. De una simple pareja se han multiplicado y fructificado y llenado la tierra en la cual Dios los puso. La historia sigue su curso. Esta nación de los descendientes de Abraham, Israel, es esclavizada por otra nación. Y Dios envía su profeta, Moisés, para hablar las palabras de Dios a Faraón. Dios habla, Egipto es juzgado y la nación de Israel es liberada. Solo que no eran precisamente una nación. Son más una amplia colección de tribus. En el Monte Sinaí, por eso, Dios habla de nuevo. Al hablar audiblemente, Dios crea a su pueblo especial, sus elegidos de entre las naciones de la tierra:
«Y Moisés subió a Dios; y Jehová lo llamó desde el monte, diciendo: Así dirás a la casa de Jacob, y anunciarás a los hijos de Israel: Vosotros visteis lo que hice a los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águilas, y os he traído a mí. Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel… Y habló Dios todas estas palabras, diciendo: Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre. No tendrás dioses ajenos delante de mí» (Ex. 19:3-6, 20:1-3).
Dios también prometió asentar a su pueblo Israel en la tierra que fluye leche y miel, un verdadero jardín del Edén, donde los una vez esclavos podrían finalmente reposar. Increíblemente, es un pueblo rebelde, no solo una, sino vez tras vez (Ex. 32; Nm. 11-14, 16, 21, 25). Dios juzga a una generación entera, dejando que mueran en el desierto y recrea nuevamente la nación con sus hijos. Él los establece en su propia tierra, la prometida tierra de su reposo y eventualmente les levanta un gran rey, David, quien les da reposo de cada lado de sus enemigos. Pero una vez más, como generaciones antes de ellos, como Adán y Eva en el principio, la nación se revela. Esto los guía primero a la división y, finalmente, al juicio y al exilio. Esparcidos entre las naciones donde sus discursos no son entendidos, Israel ha recapitulado su propia historia como en los primeros once capítulos de Génesis. Pero una vez más, la gracia creativa de Dios interviene. Un remanente de la nación es traída de regreso del exilio. El templo es reconstruido y los muros de Jerusalén restaurados (Esdras y Nehemías). Pero algo falta. El templo ha sido reconstruido, pero está vacío. Dios no está ahí. Los muros de Jerusalén pueden estar restaurados, pero el trono de David es una sombra de su antigua gloria, y pronto yace vacante.
La inauguración de una nueva creación
Hasta que un sorprendente día, el creador mismo aparece en forma de hombre. Haciendo eco de Génesis 1, Juan nos dice,
«En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres… Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad» (Jn. 1:1-4, 14).
Ese Verbo era Jesús, Dios encarnado. En su vida, habló y los ciegos pudieron ver y los sordos oír. Y aunque los hombres malvados lo crucificaron y sepultaron, el Creador quien tiene vida en sí mismo no pudo ser retenido en la tumba. Jesús resucitó de los muertos y con su resurrección inauguró la nueva creación, una labor que continúa hasta hoy. A través de su palabra, el evangelio, Jesucristo resucita muertos y los levanta a novedad de vida y los hace nuevas creaturas. (Ef. 2:1-9). A través de su palabra, el evangelio, él llama a su pueblo a una nueva humanidad, una nación santa, que el autor de Hebreos, haciendo eco de Éxodo 19 y 20, llama la congregación de los primogénitos (He. 12:22-23). A través de su palabra, el evangelio, Jesús el creador terminará su obra de una nueva creación. El mal y el pecado serán finalmente juzgados para siempre y el pueblo de Dios será purificado de toda su maldad y habitará con él para siempre en un nuevo cielo y una nueva tierra. Como Juan dijo,
«Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron. Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas» (Ap. 21:1-5).